Cuentos para crecer: ¡Chitón, el rey está ocupado!

¡Chitón, el rey está ocupado !

Chiton

En el gran reino todopoderoso vivía un rey ocupadísimo. Siempre estaba inclinado sobre sus papeles, y nadie se lo reprochaba. «Los asuntos del reino», murmuraba.

El rey ocupadísimo tenía un hijo, que gozaba del privilegio de sentarse en las rodillas de su padre, cinco minutos por la mañana y cinco minutos por la noche. Transcurrido ese tiempo, el rey ocupadísimo interrumpía en seco el «arre caballito» y murmuraba con aire serio: «Los asuntos del reino, hijo mío».

Un día, el principito dibujó al carboncillo un hermoso avión. Y pidió que su papá también viese su obra.

—¡Chitón! —dijo la reina—. El rey ocupadísimo está en su despacho del ala oeste. Se ocupa de los asuntos del reino.

Otro día, el principito aprendió a podar los rosales con el viejo jardinero del parque. Era un trabajo muy arduo, con heridas y toda la pesca, y quiso que su papá lo viera.

—Enséñamelo a mí —dijo la reina, que siempre estaba muy contenta y muy sonriente—, adoro las rosas, incluso con espinas.

—No, quiero enseñárselo al rey —dijo el principito, que pensaba que a su mamá, forzosamente, le gustaría su trabajo, y que eso no tenía gracia.

—El rey ocupadísimo está en su despacho, en el ala oeste. Los asuntos del reino… —le respondió tristemente la reina.

Así creció el principito, con sus contados diez minutos paternales por día. A menudo reflexionaba y se preguntaba qué era eso tan importante que pasaba en el ala oeste del reino. Se imaginaba a su papá con una enorme torre de cuadernos ante él, haciendo sumas de ocho números, complicadas multiplicaciones, también imaginaba que el teléfono repicaba, y que su papá contestaba:

—Aló Moscú, aquí Pekín. (O al revés.) ¿Tres millones? Sí, compro.

Y era tan impresionante, cuando pensaba en ello, que no se atrevía a rebasar los diez minutos por día.

El principito tenía muy buenas notas en el colegio, pero, a veces, era muy insolente. Y el maestro no estaba contento. Se lo comunicó al rey, que entonces le mandó una carta a su hijo:

«Querido príncipe, vuestra insolencia será duramente castigada si no obedecéis en el acto a vuestro maestro. No es posible ocuparse de los asuntos de un reino si no se sabe respetar las leyes. Atentamente, el rey vuestro padre».

El principito consideró que era una carta bonita, la clavó sobre su escritorio, y la leía a menudo, ya que significaba que el rey ocupadísimo había dedicado al menos cinco minutos a redactarla. Pero, curiosamente, las palabras no llegaron a su corazón. Y siguió mostrándose igual de insolente en el colegio.

Otro día, el principito decidió pasearse por el ala oeste del reino. Llegó con su megapistola láser ultrarruidosa, se apostó tras la puerta e hizo «¡blip, blip, blip», «zigu, zigu, zigu», «schlak, schalk!». Tras la puerta, cundió el pánico:

—¿Qué pasa? ¿Un ataque aéreo? ¡Terroristas, pronto! ¡Alerta roja!

Y cuando derribaron la puerta, encontraron a un niño con una pistola.

—¡El terrorista! —gritó el rey ocupadísimo—. ¡Detenedlo! Neutralizadlo.

—De ningún modo. Soy vuestro hijo de seis años —dijo el príncipe—. Y vengo a veros para un asunto de suma importancia. Quiero jugar una partida de pinball con vos.

El rey, que estaba ocupadísimo, pero que también era sagaz, pensó que había pasado toda su vida en el ala oeste del reino, hasta el punto de ver a su hijo solo diez minutos al día en sus seis años de vida, ¡y eso en la penumbra de la mañana sin despuntar y en la de la noche al caer! De ahí ¡que había confundido al principito con un terrorista!

Se levantó y les dijo a sus ministros:

—La reunión ha terminado. Un asunto urgente exige mi presencia junto a mi hijo. Si son tan amables de disculparme.

Y se marchó a jugar en un endiablado pinball del bar de enfrente.

Así fue como, gracias al falso ataque terrorista, padre e hijo jugaron partidas de pinball, pasearon y charlaron regularmente. Los asuntos del reino, a decir verdad, no se resintieron en absoluto.

Llegó el día, cuando su hijo cumplió veinte años, en que el anciano rey, muy fatigado y con todo el pelo blanco, partió del ala oeste hacia el ala este, que estaba pensada para el descanso.

Al principito le correspondió asentarse en el ala oeste, muy contento, y convertirse en el rey Ocupadísimo Júnior.

El anciano rey, en su cuarto, miraba con nostalgia los papeles y los legajos del reino, y los examinaba a menudo, echando de menos el tiempo en que era joven y poderoso.

A menudo deambulaba cerca del ala oeste, donde el joven rey ocupadísimo trabajaba en los asuntos del reino. Pero le decían:

—¡Chitón! ¡El rey Júnior está trabajando!

Entonces pegaba el oído a la puerta, escuchaba el susurro de los papeles, los bip-bip, y una voz a los lejos hablando por teléfono. Y diciendo: «¿Aló Moscú? Aquí París», o tal vez al revés.

Entonces, el anciano rey canoso de huesos quebradizos se sentaba en un banquito del pasillo, y esperaba.

Una vez al día, el joven rey ocupadísimo salía del ala oeste para jugar una partida de pinball con su papá. Cuando digo pinball… Podía ser, sencillamente, una partida de ajedrez, una breve conversación, un paseo por el jardín para podar los rosales y otros asuntos de suma importancia.

Durante los paseos, el anciano rey no dejaba de recordar, moviendo la cabeza, aquel famoso ataque terrorista, una mañana de noviembre. Y no dejaba de repetir (pues realmente era muy viejo):

—¡Cuánta razón tenías! Y qué tontos somos los viejos reyes ocupadísimos, que pensamos que si no trabajamos veinticuatro horas al día, e incluso más, en los asuntos del reino, este va a desaparecer, y nosotros con él.

Y a menudo contemplaba los cabellos de su hijo con admiración:

—¡Qué hermoso es tu pelo negro! ¡Cómo brillan tus ojos! ¡Qué buen rey eres!

El anciano rey de cabellos blancos y huesos quebradizos suspiraba pensando en su poder pasado. Pero no era un suspiro de tristeza; estaba muy orgulloso de su hijo, que iba a seguir después de él. Y los dos sonreían en silencio mirando la puesta del Sol sobre el reino.

Sophie Carquain
Pequeñas historias para hacerse mayor
Madrid, Editorial Edaf, 2006

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

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