Sobre el costo inasumible de la prolongación de la guerra

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

En el conjunto de aspectos que componen el balance de este primer año de guerra (la secuencia estancamiento-escalada, el efecto sobre el nuevo mundo en formación, etc.), hay dos asuntos que, aunque no son completamente nuevos, han cobrado una relevancia que modifican las perspectivas de la guerra:

  • Las estimaciones sobre el costo de vidas humanas.
  • La creciente globalización del conflicto.

En cuanto al primer elemento, la pérdida de vidas humanas, las estimaciones de organismos militares, como el Estado Mayor de la Defensa de Noruega o la más reciente del Pentágono estadounidense, señalan que la guerra ha causado 240.000 muertes de combatientes, además de unos 30.000 civiles. Una idea de la dimensión de ese sacrificio humano, puede obtenerse si la comparamos con una catástrofe reciente. En el terremoto de Turquía y Siria han muerto cerca de 50.000 personas. En esta guerra ya han muerto cinco veces más. Es decir, cuando se habla de la prolongación de la guerra, debe contemplarse el hecho de que supondrá un promedio de 20.000 combatientes muertos cada mes y en torno a 5.000 por semana. Este hecho hace que la continuación de la guerra asuma un costo difícil de asumir desde la perspectiva del derecho humanitario.

En cuanto al segundo elemento, la globalización del conflicto, no solo refiere a la afectación que, según Naciones Unidas, tiene para el sur global, estimada en 1.500 millones de personas. En este aniversario, hemos visto la elevación del conflicto a nivel geopolítico, como se refleja en el debate discursivo entre Putin y Biden en torno al 24 de febrero. Pero también tiene lugar otra mundialización normativa. Crece la responsabilidad del conjunto de la comunidad internacional en cuanto a la detención o la prolongación de una guerra que presenta tan elevado costo humano. Si frente a la catástrofe del terremoto, iniciativas de muchos países han acudido en socorro, sería difícil comprender un desentendimiento de la comunidad internacional frente a una catástrofe que ya ha costado cinco veces más víctimas.

Estos elementos (elevado costo humano y mundialización creciente del conflicto) hacen que la prolongación de la guerra adquiera una nueva perspectiva, tanto respecto al costo inasumible desde el punto de vista humano y de la ética de la responsabilidad, como respecto a la búsqueda de un alto el fuego, como responsabilidad que debe asumir la comunidad internacional. Por esa razón, todo argumento o planteamiento que conduzca o permita la prolongación de la guerra debe ser revisado. A continuación, se observan los principales argumentos que se asocian a la continuación de la guerra, para, a continuación, examinar la causa de su invalidez.

Ha sido la Rusia de Putin quien ha comenzado la guerra, por lo que es la única responsable de su continuación. Esto es una media verdad, porque si bien es cierto que Rusia tiene la responsabilidad de haberla iniciado, eso no exime en absoluto al conjunto de los actores en presencia de la responsabilidad de detenerla o prolongarla, sobre todo a la vista de la catástrofe humana que provoca. La primera responsabilidad no disminuye la segunda.

Rusia ha sido la agresora y Ucrania la víctima. Putin es quien está en falta. De acuerdo, Putin es quien ha cometido un acto contra derecho, pero la ética de la responsabilidad no sólo identifica el lado del mal, sino las consecuencias que tiene el combatirlo. Si el daño es superior a la restitución, es necesario evaluar el precio. Zelenski dijo en abril del 2022, que la expulsión de las tropas rusas de todo el territorio de Ucrania significaba un precio que el pueblo ucranio no podía pagar. Eso es ética de la responsabilidad. Lástima que, alentado por sus aliados occidentales, ahora parece dispuesto a pagar cualquier precio con tal de derrotar a Rusia.

Moscú no quiere negociar, lo que obliga a continuar la guerra. Argucia argumental. El ABC de los manuales de resolución de conflictos indica que la disposición a la negociación no debe depender de la disposición del otro. Si es cierto que Moscú no quiere negociar, no por eso se debe de seguir su falta de disposición, sino que debe de seguir planteándose la vía de la negociación para detener la guerra.

La disposición a negociar implica el abandono de Ucrania a su suerte. Falsedad intencionada. En los primeros meses de la guerra La UE y sobre todo Macron planteó la estrategia del doble carril: defender a Ucrania, también militarmente, sin dejar que buscar el camino para una negociación. Esa presión se plasmó en las negociaciones de marzo, que fueron descarriladas por varios países occidentales, encabezados por Inglaterra. En la actualidad esa estrategia (del palo y la zanahoria) ha sido sustituida por la opción de prolongar la guerra hasta obtener una derrota estratégica de Rusia. Los halcones estadounidenses han hablado de montarle a Rusia un nuevo Afganistán. Ese planteamiento implica aceptar la continuación de la carnicería humana.

La detención de la guerra está en manos de sus protagonistas (incluyendo a Estados Unidos y la OTAN). Esto ya no es así. Hace tiempo que la responsabilidad de prolongar la guerra o detenerla está en manos de toda la comunidad internacional. La humanidad no debe aceptar posturas numantinas de Kiev, por más bien intencionadas que sean. Los pavorosos daños que ya se hacen evidentes, justifica la intervención de la comunidad internacional sobre la base del derecho humanitario a proteger, por encima de las posiciones de las partes contendientes.

La guerra no debe detenerse hasta lograr la expulsión de las tropas rusas de todo el territorio ucranio. Esta condición es en realidad un argumento a favor de la continuación de la guerra. Porque esa opción significa una completa derrota de Rusia, algo que Moscú no está dispuesto a aceptar. Tanto en Washington como en Bruselas se sabe que la negociación deberá hacerse incluyendo concesiones mutuas. Ucrania debería aceptar perdidas territoriales en el Este y Rusia garantizar la seguridad del resto de Ucrania y su entrada en la UE. Toda propuesta que busque la derrota completa de Ucrania o de Rusia es en el fondo una aceptación de la prolongación del conflicto y su espantoso costo en vidas humanas.

La referencia al arma nuclear de Putin es detestable. Cierto, pero refiere a una evidencia. Rusia es una potencia nuclear y eso debe tenerse en cuenta cuando se busca su derrota estratégica. Occidente lo hace, pero parcialmente. Por eso Estados Unidos le niega a Kiev los aviones de combate F-16 que le pide insistentemente, por el temor a una escalada nuclear. Y por eso seguir implicándose directamente en la guerra de Ucrania con armamento pesado es jugar a la ruleta rusa.

El relato justificatorio y valórico de Rusia y Estados Unidos para prolongar la guerra está basado en valores acomodaticios. Rusia sostiene que está defendiendo su patria, porque occidente quiere destruirla. Se trata de una media verdad. Estados Unidos no quiere la destrucción de Rusia, aunque si su subordinación estratégica. Por su parte, en este primer aniversario, Biden recurrió al viejo argumento de que apoya a Ucrania porque tiene la obligación moral de defender la libertad y la democracia en el mundo. También es un valor acomodaticio. Nunca despreció a las dictaduras cuando son sus aliados. Es necesario construir un relato que se independice de las medias verdades de las potencias contrincantes.

En suma, la evidencia de que la guerra está teniendo un costo humano que resulta inasumible para la comunidad internacional y que, por tanto, se extiende a su conjunto la responsabilidad de detenerla, implica que todos los actores deben contribuir a plantear iniciativas conducentes a lograr un alto el fuego. Estas iniciativas, en tanto tales, deben ser bienvenidas, con independencia de su procedencia. Y esa responsabilidad no debe disminuir por el hecho de puedan ser rechazadas por los círculos del belicismo ruso u occidental. La responsabilidad de detener esta pavorosa guerra es ya de todo grupo humano que tenga valores universales.

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