La Reina Isabel y yo

Crónicas interculturales

Por Remy Leroux Monet

Remy Leroux

Yo nací en París y viví mi primer cuarto de siglo en la parte burguesa del Distrito 11 en el seno de un hogar de clase media baja. Sin embargo, siempre mi familia fue respetuosa del protocolo de la mesa. Por lo menos del protocolo a la francesa.

Por ejemplo, la mesa estaba siempre y todos los días y para las tres tandas cubierta con un mantel de tela. Nada de individuales ni table sets. Aún en la mesa minúscula de la cocina que a veces tenía que ampliarse abriendo la puerta del horno de la cocina (obvio sin abrir el gas…) cuando nos sentábamos todos los cuatro de la familia juntos. La puerta del horno constituía así el cuatro lugar.

Era el mismo protocolo que se aplicaba cuando uno comía en la sala-comedor.

Cada uno tenía su servilleta de tela pero que podía servir varios días. Hasta que se viera sucia. Cada uno tenía un anillo o bien un aro diferente en el cual se metía la tela doblada, truco que servía para ayudar a diferenciar el propietario en el momento de repartir las servilletas cuando se alistaba la siguiente comida.

Siempre se cambiaba los platos entre cada parte de la comida si se había servido pescado o si quedaba alguna salsa que fuera difícil de secar con el pan baguette.

Todo el mundo comía con tenedor, cuchillo, cuchara sopera y cuchara mediana por ejemplo para entremés o yogurt. No importaba cuál fuera lo servido.

Nunca hubo algún rebelde frente a este protocolo.

Cuando yo tenía cerca de 7 años, la Princesa Isabel de Inglaterra ascendió al trono. Era el 2 de junio 1953. Abundantes reportajes se publicaron durante meses sobre esta frágil y joven mujer nombrada Reina Isabel II del Reino Unido y de la Comunidad de Naciones británicas (British Commonwealth), que agrupa las 14 excolonias de Su Majestad, principalmente africanas.

Me acuerdo cómo la transportaban en elegantes volantas jaladas por magníficos y finos caballos. El único transporte a caballo que yo conocía como parisino era para la entrega de hielo a los comerciantes y una marca de cerveza cuyo nombre no me llega a la memoria. Eran magníficos también los caballos: puros percherones, tan distintos a los de la Reina…

Me interesaba particularmente todos los detalles concretos sobre cómo ella vivía a diario con tantas obligaciones, protocolo y choques culturales.

Cuando empecé a crecer, creo recordar que fue como a partir de los 14/15 años, mi mamá empezó a enseñarme cómo servir los diferentes platos (“se sirve por la izquierda y se quita los platos sucios por la derecha”). También cómo cortar las carnes, incluyendo el pollo asado al horno acompañados obligatoriamente con petits pois (guisantes), lo que era el menú frecuente en nuestra casa para el domingo.

Pasaron muchos años. Pasaron muchos viajes. Visité muchas culturas. Siempre comía mi pollo asado con tenedor y cuchillo.

Hasta que llegara a vivir en Costa Rica donde ni le dan estos cubiertos para comer el pollo asado.

Me costó mucho comer por primera vez en mi vida casi a los 50 años pollo asado con los dedos. Al borde del asco de sentir mis dedos llenos de grasa, de pellejos, de huesos. Y ¿qué hacer con todo eso? En la Edad Media, los perros chupaban las manos de los comensales que se medio secaban sobre el cuerpo de los animales.

Me tranquilicé un poco (sólo un poco) recordando que había escuchado una formidable anécdota sobre una recepción en el Palacio de Buckingham en Londres, la residencia oficial de Isabel II en la época, que contaba con la presencia de todos los jefes de los Estados afiliados al Commonwealth británico. Ese día, se sirvió pollo asado, considerando que, así, la mayoría de los comensales aceptaría esta carne. Así fué pero bastantes invitados empezaron a comerlo… con los dedos. Algo extraordinario ocurrió: de repente se vio la Reina también comer con los dedos. Para no ofender a sus honorables invitados.

De ahí, dicen, que está permitido comer el pollo asado con los dedos.

También lo hago yo ahora, pero les diré que sin entusiasmo. Nada de relajamiento profundo del cual hablan algunos “especialistas”.

Les contaré otra anécdota similar. Similarmente verídica o igualmente inventada sobre la misma reina.

Érase una vez un banquete en Buckingham Palace con invitados muy especiales de muchos países, incluyendo los del Commonwealth.

Se sirvió ese día langosta, que sí desde siempre se puede comer con los dedos. De todas maneras, no hay tutía. Simplemente se pone a disposición de cada comensal un pequeño recipiente con agua caliente o tibia aromatizada con un pedazo de tajada de limón a efectos de enjuagarse los dedos después de comer el molusco.

Adivinen ¿qué pasó? Varios de esos invitados muy especiales de muchos países empezaron a tomar este brebaje.

Y ¿qué pasó poco después? Pues, la Reina se lo tomó también. Para no ofender a sus honorables invitados.

En este caso, yo no lo hago.

Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.

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