¿Homo sapiens y un casus belli perpetuo?

Conversaciones con mis nietos

La guerra es el padre de todo”. -Heráclito

La guerra es una fuerza perenne en la imaginación humana y, de hecho, en la vida cotidiana. Comprometidos en
la actividad de la destrucción, soldados y sus víctimas descubren un sentido paradójico pero profundo de existir, de ser humanos
”. -James Hillman

Arsenio Rodríguez

Hace unos días, Hamas asaltó en masa a Israel, tomando rehenes y matando e hiriendo a cientos de personas. La noticia surge a la luz, a causa del número de víctimas que ocurre súbitamente. En realidad, en esta parte del mundo a diario están ocurriendo incidentes de victimización, causando muertes, heridos, abusados en el aspecto físico del cuerpo, además del odio fermentado, la demonización de unos y otros, el mantenimiento de una tensión continua que favorece miedos, fanáticos y políticos con ansias de poder. La guerra, la agresión, cuando se derrama en victimización en masa ya lleva un rato largo envenenando los corazones de la gente. Cuando son pocos no le importa eso mucho a los noticieros. Es como hacer hogueras cerca de depósitos de gasolina y la gente decir cuando explota el fuego que cosa tan terrible. Pero el fuego siempre estaba ahí. Y no salía en las noticias.

Las tropas rusas invaden y bombardean Ucrania, los civiles mueren, los soldados mueren, la gente se mata entre sí, en otro juego de guerreros, los titulares de última hora se encienden. Las escenas de televisión muestran vívidamente máquinas de guerra, personas asustadas y políticos con su ignorancia y juegos de poder, justificando los aterradores juegos. El mismo espectáculo de siempre, una y otra vez.

Cuando era niño, recuerdo haber escuchado en las noticias de la radio sobre una guerra en Corea. Un lugar remoto que nunca había imaginado que existiera. Mientras tanto, en la clase de historia en la escuela, hablaban de las guerras interminables que ocurrieron en el pasado, entre personas que vivieron entonces. Recuerdo cómo se despertó mi curiosidad en una sección de mi libro de texto de historia, titulada: La guerra de los 100 años (¡que en realidad duró 116 años!)

Por lo que se puede ver, la parte más importante de la historia de la humanidad tiene que ver con guerras, las causas, las alianzas para ganar, las victorias, los héroes y las víctimas, y las nuevas guerras generadas a partir de las anteriores. Grandes guerras mundiales, pequeñas guerras, guerras largas, guerras cortas. Algunas fueron nombradas con números, si mantenían una secuencia, o se les daba el nombre de la región donde tuvieron lugar o el nombre de la pareja de combatientes. Guerras, gente realmente matándose entre sí, a diferencia de las batallas que los niños jugábamos en nuestro vecindario, usando pistolas y espadas de juguete.

La guerra, es tan parte de la psique humana, que, en mi escuela primaria católica, las monjitas nos enseñaban una canción que comenzaba: «Un ejército de jóvenes luchando por Cristo rey…»

«La guerra es el padre de todo», decía Heráclito, el antiguo filósofo griego.

Los titulares de hoy se centran en Palestina e Israel, olvidado a un plano secundario están los rusos y los ucranianos, y ni se diga Somalia, Congo, y otros sitios más remotos de menor importancia noticiosa, donde hay tribus, nacionalidades, religiosidades diferentes, en guerra. Y mucho menos notadas y mencionadas son las guerras locales, las del crimen, los abusos de la policía, los odios entre vecinos. Es el número de víctimas de momento, es lo que parece importar no el hecho mismo de que la gente continuamente se odia y se matan los unos a los otros.

En mi memoria muy reciente también están guerra en Siria, Irak, Afganistán, Vietnam y tantos lugares en los que la gente le dispara a la gente, bombardea a civiles, noticias de generales y soldados, políticos y expertos, matando, ordenando o justificando el asesinato o la subyugación de «los otros«.

Hoy en día, a medida que el mundo se ha vuelto más conectado e interdependiente, están surgiendo los primeros signos de una civilización global. Pero la tensión entre este ímpetu global y la fuerza tribal del pasado es rampante. Y hasta ahora, la globalización institucional per se, más que vincular los valores humanos y los corazones, está vinculando la vanidad y la codicia corporativa. La ignorancia, el miedo y el egoísmo aún prevalecen en muchos, a pesar de una creciente cosmovisión fortalecida por la ciencia, de un universo interconectado, de un tapiz de vida. Estableciendo sin lugar a duda que todos estamos en el mismo barco.

Esta ignorancia y miedo están siendo capitalizados por líderes hambrientos de poder, que los manipulan y propagandizan a través de los medios de comunicación instantáneos. Esto ha traído un nuevo impulso a nuestro egocentrismo inherente. Personas como Trump, Putin, Modi, Bolsonaro, Maduro, Ortega son solo un ejemplo sobresaliente de «líderes» políticos que se aprovechan de los miedos, de la resistencia a una transición hacia una civilización global, para lucrarse en el poder. Y además están esos odios tribales, acumulados por años, fomentados por poderes extrarregionales y fanatismos religiosos.

Nuestra especie humana es un producto relativamente reciente de la evolución del universo. Se estima que este «fenómeno del hombre», como Teilhard de Chardin titularía su libro fundamental, apareció hace 2-3 millones de años, en un universo que se estima que tiene más de 15.000 millones de años. La civilización humana como tal, con su conocimiento y capacidad para utilizar y explotar su entorno, se remonta sólo a 10 o 12 mil años atrás, a los albores de la agricultura. Desde entonces, la ciencia y la tecnología humanas han creado, de manera exponencial, una superestructura sobre la compleja red de la naturaleza del planeta Tierra.

Hoy en día, gracias a los avances en el conocimiento científico, existe un consenso de que el universo es un campo unificado continuo de flujos de energía. Físicos, ecólogos, cosmólogos, filósofos y místicos, parecen coincidir en la interconexión de todo el universo, en un origen común y en un proceso evolutivo.

Sin embargo, todavía estamos impulsados preponderantemente por el egoísmo, por una mentalidad de «nosotros contra ellos». Sí, hay fuerzas de colaboración, amor y reconocimiento de la unidad de la vida, y hemos avanzado en el reconocimiento de los derechos humanos tanto en principio como institucionalmente. Pero muchos todavía están arraigados a la mentalidad de «cada uno para sí mismo«, y la mayoría de los procesos e instituciones sociales y económicos siguen este modelo de comportamiento, incluso si los principios están alineados con una concepción de unidad o colaboración entre todos.

La humanidad es un conglomerado de individuos. Su conocimiento acumulado no se distribuye uniformemente entre todos los individuos. Podríamos representar su progreso colectivo en términos de conciencia de su interconexión, por medio de una curva en forma de campana bastante aplanada, donde la conciencia de un campo unificado de vida y universo es percibida, más plenamente, por una banda estrecha en la parte delantera de la curva, seguida por diversos grados de conciencia, hasta que termina en una conciencia todavía rudimentaria, poblando el extremo estrecho opuesto de la curva. Creo que el progreso de la humanidad como un total colectivo puede ser retratado como un desplazamiento traslacional de esta curva normal.

Ahora somos tantos. En los albores de la agricultura, la población del planeta se estimaba en unos 5 millones. Hoy somos más de 8 mil millones. Nuestras modernas tecnologías de relación con nuestro entorno nos permiten extraer grandes cantidades de energía y sustancias materiales de los sistemas de soporte de la naturaleza. Pero esto, combinado con nuestros patrones de comportamiento mayoritariamente egoístas y consumistas, nos ha llevado a una encrucijada o nos damos cuenta de que estamos en el mismo barco o la humanidad se destruye a sí misma. Una célula cancerosa es una célula normal desconectada de su memoria genética, aislada de miles de millones de años de sabiduría evolutiva. Y al no estar en armonía con el resto del cuerpo, se experimenta a sí mismo como separada, y sobre puebla y consume al organismo que la sostiene. Con el tiempo, el cáncer se mata a sí mismo, consumiendo su propio entorno.

Esta es una opción que tenemos.

O tal vez podamos dejar ir la ilusión de que estamos separados, el apego a la mentalidad de «cada uno para sí mismo«, como está siendo percibido por un número crítico de individuos en la curva normal, y abrazar la verdad, de que todos estamos conectados por una fuerza de energía llamada Amor y comenzar a trabajar juntos para poner en movimiento una nueva humanidad.

Esta es otra opción.

A medida que más «redes humanas» comiencen a conectarse para intercambiar las mejores prácticas y compartir el anhelo en sus corazones por un mundo nuevo, más y más personas se inspirarán para unirse a ellas. Y surgirán nuevos líderes, empoderados por el conocimiento de que el cambio es posible, y comenzarán a replantear los desafíos y a pintar la imagen de un futuro que todos anhelamos en nuestros corazones. Entonces se romperán las barreras entre naciones, culturas, religiones y organizaciones, a medida que adoptemos una conciencia de unidad que celebre nuestra diversidad.

Imagínense si esto va acompañado de un cambio en la cultura, donde algunas tendencias ya existen, y que se incuben mitos e historias sobre el descubrimiento, por parte de nosotros mismos como individuos, del regalo al universo que somos, el componente apreciativo del misterio, la flor más hermosa de la consciencia. Imagínense si esta búsqueda y descubrimiento se expanden a través de la red humana y nos conectamos en todos los niveles de la sociedad. Entonces las naciones, las religiones y las organizaciones se centrarán en comprender y hacer realidad el don único de la sabiduría para la construcción de un nuevo futuro.

Entonces todos comenzaremos inmediatamente a trabajar en la solución de los problemas que confronta la humanidad y el planeta y encontraremos un sentido mucho mayor de satisfacción y propósito trabajando en estos problemas «reales», en lugar de los viejos propósitos impulsados por el ego y la mente, que nunca proporcionan una satisfacción duradera.

¿Será que podremos cambiar la imaginación del homo sapiens más allá de un casus belli perpetuo?

Imagine all the people living life in peace…
Imagine all the people sharing all the world…
You may say I’m a dreamer but I’m not the only one
I hope someday you’ll join us, and the world will live as one
”. -John Lennon

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