El populismo: una amenaza para la democracia

Agora

Por Guido Mora Mora

Guido Mora

Es necesario comentar sobre el deterioro de la democracia en Centro América, no sólo por el proceso político y el resultado de las elecciones de Nicaragua; o por los acontecimientos que observamos en El Salvador y otros países del Triángulo Norte sino, porque a lo largo y ancho de América Latina -y de otras partes del mundo-, se observa una significativa pérdida de credibilidad, legitimidad y confianza en el sistema político democrático.

La proliferación de grupos negacionistas de un lado, y el surgimiento y fortalecimiento de autócratas de otro, reflejan la tendencia a privilegiar modelos de gobierno y liderazgo que presumen una mayor efectividad en la atención y satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, por parte de líderes y sistemas políticos que restringen paulatinamente los valores democráticos. Con el pasar de los años, esta presumible eficiencia se revela como un espejismo y el inicio de la pesadilla autocrática.

El proceso de deterioro de los sistemas políticos democráticos, que vivimos en la actualidad, es un fenómeno que algunos autores signan el año 1970 como fecha de gestación, y se ha extendido a lo largo de finales del Siglo XX y durante el Siglo XXI.

El culmen de esta realidad lo vivimos de forma cercana con la Administración Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y el proceso que conduce Bukele en El Salvador, que cumple con los parámetros para convertirse a mediano plazo en otra “dictadura constitucional”.

Juan Linz en su libro “La quiebra de la democracia”; Steven Levitsky y Daniel Ziblat en el texto “Como mueren las democracias”; Anne Applebaum en “El ocaso de la democracia” y Yascha Mounk en “El pueblo contra la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla”, entre otros, han teorizado, de manera reciente, sobre la caracterización de los procesos de deterioro de las democracias. Es un tema “de moda”, como me indicaría un amigo con quien acostumbro analizar estos tópicos.

El deterioro de los mecanismos de selección de los protagonistas políticos en los partidos, visible en todos los estratos de poder; la ausencia de contención por parte de los líderes de estas agrupaciones; la imperiosa necesidad de imponer las ideas y proyectos sobre las de sus contendientes, privilegiando los intereses de grupos políticos y económicos, sobre los supremos intereses de la Patria y la transformación paulatina de las instituciones, integrando en ellas a partidarios leales para neutralizar el sistema de pesos y contrapesos que equilibra el ejercicio del poder, son algunas de las acciones ejecutadas por la Administración Trump, Ortega, Bukele, Maduro y Bolsonaro; y están destinadas a imponer sus criterios y eliminar las resistencias propias del ejercicio de la democracia, ante los excesos en el ejercicio del poder político.

La característica común de esta involución política se sustenta, como lo señalan Levitsky y Ziblaten en que el autócrata, electo popularmente, “mantiene una apariencia de democracia, a la que van destripando, hasta despojarla de contenido…, además, como se observa en varias partes del mundo, emplean estrategias asombrosamente similares para subvertir las instituciones democráticas”.
Estos autores señalan cuatro parámetros que permiten identificar y caracterizar a los líderes políticos, proclives a convertirse en autócratas:

  1. Un débil compromiso con las reglas democráticas del juego;
  2. Negar la legitimidad de los adversarios;
  3. La tolerancia o el aliento de la violencia. La violencia partidista a menudo es el preámbulo de una quiebra democrática; y
  4. La predisposición a restringir las libertades civiles de rivales y críticos.

Todas y cada una de las características indicadas permiten identificar a los autócratas en potencia y los partidos políticos tienen la obligación de proceder, en defensa de la democracia, a cerrar el paso de aquellos que representan un peligro para este sistema político.

No vale, ni es ético, pretender alcanzar el poder o perpetuarse en él, poniendo en riesgo las libertades políticas que garantiza el sistema democrático.

A poco más de 70 días de elegir nuevas autoridades en Costa Rica y ante las amenazas que representan la existencia de negacionistas y populistas en nuestro país, es imprescindible hacer un llamado a los candidatos de los partidos políticos, para que no caigan en la tentación de promover el discurso populista.

Actuar con responsabilidad implica realizar propuestas coherentes, apegadas a la cultura política, las tradiciones y los valores más preciados del ser costarricense, orientadas a resolver los múltiples y complejos problemas que enfrentamos y enfrentaremos como país: delincuencia nacional e internacional, corrupción, problemas fiscales, la pobreza y el desempleo, para mencionar sólo algunos.

Las soluciones fáciles, las de menos esfuerzo, son las más atractivas para autócratas y electores desinformados, pero también constituyen las menos efectivas frente al complejo panorama y los nubarrones de tormenta que se ciernen en el horizonte de la Patria.

El reto que enfrentamos como sociedad, debe conducirnos a fortalecer la cultura política de los costarricenses; promover una ciudadanía más analítica, con más y mejores herramientas, orientadas a frenar de raíz las amenazas populistas e identificar sus manifestaciones, en los modernos canales de comunicación que se usan para su difusión, tales como redes sociales y otros medios tecnológicos.

Solo la impostergable definición de una estrategia que permita proteger y fortalecer nuestro sistema de gobierno, nos permitirá legar a los costarricenses del futuro, una nación más próspera, más libre y más democrática.

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