Don Pepe Figueres: “Morir matando”

Entre bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

Esta vez me remonto a los primeros meses de 1970, posterior a la elecciones nacionales en que don José Figueres Ferrer fue electo Presidente de la República para el periodo 1970-1974, y yo quedé electo diputado a la Asamblea Legislativa por la provincia de San José.

Empiezo con un relato referido a la primera reunión de la nueva Fracción Parlamentaria después de la declaratoria oficial del Tribunal Supremo e Elecciones. Tradicionalmente la primera reunión de Fracción -en este ocasión con la presencia de don Pepe como Presidente Electo-, se convocaba para que, entre otras cosas, los nuevos diputados firmaran títulos ejecutivos (pagarés) en favor del Partido. Dichos pagarés se descontaban en mensualidades durante los cuatro años y era la única forma de mantener el Partido abierto y en funcionamiento. No existía todavía la deuda política adelantada. Y no recuerdo el monto de los pagarés, pero era la misma suma para todos.

De los 33 diputados electos del periodo 1970-1974, fui el único que no firmó pagaré. Laboraba yo en CEDAL, en La Catalina, y debía trasladarme desde Birrí de Santa Bárbara de Heredia. Iba camino a la reunión de la nueva Fracción, pero resulta que a la salida de Heredia, frente a lo que es hoy Pricesmart, otro vehículo me colisionó. Pues bien, debido a ese contratiempo no firmé el pagaré, pues no pude llegar en tiempo a la reunión, ni a nadie se le ocurrió cobrarme. Pero no me escapé del todo: debido a que sentía cierto cargo de conciencia pagué la totalidad de lo que me correspondía 3 meses antes de finalizar nuestro legislatura.

Aunque el asunto es demasiado personal, lo relato sólo para dar un ejemplo de una de las formas a la que recurrían los partidos para financiarse fuera del período electoral.

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Don José Figueres fue único e incomparable. Don Pepe era Don Pepe. En una oportunidad, junto con el también diputado electo Ángel Edmundo Solano Calderón lo visitamos en La Lucha. Después de una prolongada conversación nos invitó a tomar café cosechado en La Lucha y preparado por él mismo, a pesar de que en su casa tenía a una señora que le ayudaba. Nos sirvió el café negro y le pidió a la señora que le trajera chayote. Para mí, lo más raro del mundo: café negro acompañado de chayote crudo partido en rebanadas. A mí me supo delicioso, no sé si a Ángel Edmundo. Pero más todavía, nos recomendó —y él hizo lo mismo—, que le agregáramos una pizca de sal a la taza de café para neutralizar su acidez. Exquisito resultó el café con chayote crudo. Confieso que suelo comer de vez en cuando chayote crudo, aunque sin café. Pero a veces le agrego la pizca de sal al café negro.

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Para terminar con este capítulo, voy con la tercera historia. Una nueva reunión de la Fracción Parlamentaria en la casa de don Pepe en La Lucha, con el fin de planificar y coordinar la relación Fracción-Poder Ejecutivo en la nueva Administración. Todo muy provechoso. Ahí almorzamos y poco a poco los diputados electos se fueron retirando después del almuerzo. Al final, sólo quedamos don Pepe y yo. Yo no tenía carro y don Pepe me señaló que no me preocupara, que él me llevaba pues le urgía estar en San José.

Llegado el momento de regresar, no apareció su chofer ni su vehículo. Resulta que doña Karen salió con el chofer porque no sabía que don Pepe lo necesitaría. Entonces, muy resuelto, don Pepe pidió las llaves y abordó un pequeño Volkswagen de la finca (vocho o escarabajo) y juntos salimos hacia la ciudad. Don Pepe no podía esperar, además de que era impaciente tenía algunos compromisos en San José.

Y empezó la travesía con don Pepe de conductor, ¡tamaña experiencia! Como buen conversador, iba explicándome todo lo relativo a La Lucha, gesticulando y volviendo la vista a todo lo que señalaba. Por momentos creí que nos precipitábamos en uno de los numerosos guindos y curvas del camino de La Lucha tan angosto, y en ese carrito tan pequeño. Ya en la carretera interamericana, para mí era un sufrimiento cada vez que nos topábamos con un furgón. Y en las partes pobladas del camino de regreso, me parecía que don Pepe se saltaría un alto. Nada de eso sucedió, pero el susto fue grande. Después de todo, él conocía muy bien su camino.

Al fin llegamos al Parque Morazán y me dice don Pepe: “Aquí lo dejo porque yo debo seguir, tengo algunos compromisos”. Le contradije su propósito y le manifesté: “No, don Pepe, lo acompaño; me parece que es una temeridad andar solo, tratándose del Presidente Electo de Costa Rica; ni pensarlo, pero imagínese un atentado”. A lo que don Pepe me contestó: “Ah no, no se preocupe, Carballo”. Y me dio una amplia explicación.

Antes debo recordar que don Pepe recién había visitado España como Presidente Electo. Ahí tuvo que reunirse con Francisco Franco, aún cuando rechazó ser recibido oficialmente; se reunió con Pau (Pablo) Casals, con quien conversó y cantó una canción catalana; y aprovechó para conocer a sus parientes más cercanos en Cataluña.

Siguiendo con la explicación de don Pepe, cito sus palabras que las recuerdo casi textualmente: “Fíjese que acabo de regresar de Cataluña, en donde estuve en casa de los Ferrer, los parientes más cercanos a mi madre. Ahí me mostraron el escudo de armas de los Ferrer, que reza ‘Morir Matando’. Esa frase va conmigo, yo no le temo a ningún atentado, y si se diera le aplico el ‘morir matando’ al que lo intente”.

Me bajé del escarabajo en el Parque Morazán, sin dejar de pensar en el riesgo de don Pepe solo, manejando en el centro de San José. Afortunadamente no sucedió nada, pero sus palabras las tengo en mi memoria como si fueran de ayer. ¿Qué más puedo decir? ¡Así era don Pepe! ¡Viva el valiente Pepe Figueres, que no ha caído y nunca caerá!

Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración coloquial de vivencias personales y simples hechos reales poco conocidos, que vale la pena recordar.

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