Se fue uno de los últimos Guayacanes

Carlos Revilla Maroto

Carlos Manuel Vicente

Me levanté hoy con la infausta noticia de la muerte de don Carlos Manuel Vicente. Para quienes no son liberacionistas, lo más seguro es que el nombre no les suene, pero para quienes si lo somos, era una de esas personas de las que ya quedan pocas, de esos Guayacanes que están en extinción.

Lo traté en los últimos tiempos mucho, más que todo por el Grupo Raíces del cual él era co-director, junto a ese otro Guayacán —ya fallecido también— don Rufino Gil. Llegué a apreciarlo bastante, y admirarle esa gran devoción que tenía por el Partido Liberación Nacional, el partido de sus amores.

De su amplia trayectoria política —que fue fecunda— solo voy a hablar brevemente; ya otras personas lo harán con más propiedad, para esto recomiendo el buen artículo de Fernando Berrocal “El Sur-Sur in memorian”. Quisiera referirme más adelante con algún detalle a su labor con Raíces, en la última etapa de su vida.

Fue varias veces diputado, pero especialmente se le recuerda por su paso en el ministerio de gobernación, en la última administración de don Pepe (1970-1974). Don Carlos Manuel transformó a este ministerio de forma positiva, llevándolo de lo que podría llamarse la edad media a la era moderna. Gestor y padre de la Guardia de Asistencia Rural, que cambió la forma en que las fuerzas del orden público funcionaban en el país. Prácticamente fue una revolución la que hizo en ese ministerio; esto reconocido por tirios y troyanos.

Dirigente de toda una vida, desde la fundación del Partido Liberación Nacional y figuerista furibundo, de hecho era gran amigo de don Pepe, y fue su ministro. A él se le debe la organización del partido en la zona sur, especialmente Golfito y sus alrededores, de donde era oriundo.

Como les contaba mi relación con don Carlos Manuel, fue más o menos reciente, de principios del 2000, lo conocía desde antes, pero no lo había tratado. Esto fue en una época azarosa para liberación, cuando vino la gran pérdida del 2002 con Rolando Araya, solo superada por la última de su hermano Johnny en el 2014.

El Grupo Raíces fue algo así como la conciencia del partido. Sus cabezas visibles don Carlos Manuel y don Rufino, se volvieron el alma de liberación, eran los que indicaban y alumbraban el camino a seguir, en ese túnel oscuro donde nos habíamos metido. Su labor fue titánica y nos llevaron al V Congreso Daniel Oduber Quirós en el 2005. Pero su labor no terminó ahí, continuaron, ahora educando y formando, a las nuevas generaciones, en los principios y valores socialdemócratas. Para eso realizaron una gigantesca y altruista labor por medio de la Editorial Raíces, publicando todas las obras políticas de José Figueres Ferrer, y con semblanzas de casi todos los dirigentes principales del partido; al final del camino fueron unas 40 obras las que publicaron, y casi todas las distribuían sin costo a escuelas y colegios en todo el país.

Yo lo visitaba en su casa regularmente, para hablar de alguna de las nuevas publicaciones, y coordinar actividades, dado que aunque no era oficialmente miembro del grupo, me adoptaron como tal (¡era muy joven!). Los acompañaba a casi todos los lugares donde se reunían.

Como se dice popularmente “me quito el sombrero” con don Carlos Manuel. La labor de Raíces fue enorme y dio frutos fuertes y duraderos. Fue un baluarte, una atalaya, tengo muy buenos recuerdos de él. El partido y los liberacionistas le debemos mucho.

¡Loor a su memoria!

De casualidad hace un par de semanas había publicado en Facebook una anécdota suya, que quiero aprovechar y compartir aquí también, como un tributo a su memoria. La anécdota la tomé del anecdotario de don Pepe en el Espíritu del 48. Se las transcribo a continuación con algunas fotos y un dibujo de don Carlos Manuel que a él le gustaba mucho.

Estas anécdotas son de don Carlos Manuel Vicente, exdiputado y exministro. Le llamaban «El malo» Vicente. Don Pepe decía —en son de broma— que había que ser muy malo, para que siendo tuerto (tenía un ojo disminuido) le dijeran «malo», y lo decía en frente de él. Fueron amigos entrañables. Las anécdotas son contadas por él.

Lo que más le costo aprender a don Pepe

Cada vez que tenía oportunidad, pasaba por don Pepe, para dar una vuelta en automóvil, me gustaba conversar con él y constatar lo consistente de su pensamiento a pesar de la edad.

Un día le comenté que el paso por el Ministerio de Gobernación fue una verdadera universidad, a lo que me respondió: “Eso es cierto”. Yo le agregué, y a usted don Pepe que tres veces se graduó de Presidente, que fue lo que más le costó aprender.

Meditó un poco y luego me dijo; “Hacerme el chancho”.

Don Pepe lloró

Faltaban pocos días para que se cumplieran los seis meses, en que se debe dejar la función pública, si uno desea optar por un puesto de elección popular.

En la mañana, cuando leí el periódico La Nación, me encontré con unas declaraciones mías, que yo no había dado, en el sentido que tal día dejaría el Ministerio de Gobernación para optar por una diputación.

Don Pepe me llamó muy extrañado al pensar que yo había dado esas declaraciones sin haber consultado con él antes.

Le aclaré que el más extrañado era yo, porque nunca las había manifestado.

Entonces acató: “Esas son cosas de Daniel” y lo llamó inmediatamente.

Dichosamente todo se aclaró, Daniel aceptó: “Si, yo di esas declaraciones a nombre de Carlos Manuel, porque si no lo hago así, él no renuncia y yo lo necesito en mi Fracción Legislativa”.

Aclaradas las cosas, acepté la renuncia que no había solicitado, seis meses antes de que concluyera el mandando de don Pepe.

“No se me vaya en blanco, yo convoqué un Consejo de Gobierno especial para despedirlo”, me dijo don Pepe.

Llegaron todos los compañeros ministros, don Pepe con el nudo en la garganta explicó el motivo de esa convocatoria especial.

Nota aparte, merece recordar un lindo y emotivo discurso de Chalo Facio, que me llegó tan hondo que casi podría repetirlo de memoria. Narró una por una mis obras en el viejo y abandonado ministerio, que terminó con estas palabras: “Don Pepe, usted le entregó a Carlos Manuel, un ministerio modelo del siglo pasado y hoy él le entrega un ministerio de último modelo.

Todos los ministros se levantaron para despedirme, el último fue don Pepe, que con los ojos llorosos me dio un abrazo de padre, de hermano o de gran amigo, que me hizo llorar a la par de él.

El hombre que no llora al ver llorar
un amigo, no es hombre y yo soy hombre

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