Se acabó el miedo señor presidente

La amenaza e intimidación como mecanismo para ocultar la ausencia de metas y liderazgo

Por Guido Mora

Guido Mora

Los costarricenses, a lo largo de nuestra historia reciente -y posiblemente, desde los acontecimientos bélicos de 1948-, estábamos acostumbrados a gobernantes que, una vez conocido el resultado de los procesos electorales, llamaban a la unidad nacional, la concordia y a la conjunción de esfuerzos para que, durante su administración, los costarricenses coadyuváramos en la obtención de los objetivos que definiera el Gobierno de turno.

El llamado a arrear las banderas y trabajar todos unidos en la construcción del bien común, era el mensaje que esperábamos, escuchábamos y seguíamos, una vez conocido el nombre del candidato triunfador en las elecciones nacionales.

El presidente y sus ministros construían los acuerdos desde las bases, para que el trabajo del Gabinete tuviera el apoyo de amplias mayorías, convocando incluso a los adversarios electorales a aunar esfuerzos, en la consecución de los proyectos y las metas que se definían.

En el esfuerzo de alcanzar los “objetivos país”, participaban las comunidades y los gobiernos locales por medio de sus representantes; las asociaciones de productores o los grupos cooperativos, a fin de lograr la materialización de estas metas.

El llamado a la armonía y a la unión constituían la estrategia de convocatoria para los sectores que componían el diverso tejido social que caracteriza a la sociedad costarricense.

A partir de 2018 y con la -por fortuna fallida- candidatura de Fabricio Alvarado, la estrategia varió y, más que buscar la unión de los costarricenses, algunos candidatos procuraban dividirnos. La narrativa y sus manifestaciones, lejos de tender puentes en la búsqueda de votos, procuraba sembrar odios y dividir a los costarricenses, con el propósito de mover voluntades a favor de esta candidatura.

El llamado que hizo ese candidato para rechazar las uniones civiles de personas del mismo sexo, lejos de procurar la unidad nacional y el respeto a la diversidad, se sustentó en el rechazo a la decisión de grupos e individuos de vivir de acuerdo con su voluntad, al desconocimiento y al irrespeto de sus derechos. Se pretendió imponer una visión patriarcal, sustentada en conceptos y prácticas sociales y religiosas arcaicas, en una sociedad cada vez más diversa y compleja: de la misma manera que nadie le dijo a él con quién hacer vida de pareja, nadie tiene el derecho de imponer su criterio a terceros. En un estado de derecho debe de prevalecer el respeto a los semejantes, a los Derechos Humanos y civiles.

Ya antes un abogado que defendió a un expresidente del que luego fue ministro; que cercó a la Asamblea Legislativa con la policía y que mandó a “garrotear” a los educadores, haciendo gala de sus arrestos autocráticos, había utilizado en su trabajo y en la política la intimidación y el matonismo, con el fin de procurar obtener un puesto de elección popular. Este abogado hoy día no solo pretende que obviemos su pasado, sino que además se ha convertido en defensor de funcionarios con poca experiencia, escasa habilidad y menos inteligencia emocional.

Sin embargo, ha sido uno de los personajes que ha impulsado la intimidación y el matonismo en el juego político nacional, táctica de la que hace gala Rodrigo Chaves.

El presidente ha resultado buen aprendiz, a pesar de que el maestro, por fortuna, nunca logró ser electo en algún proceso electoral. Sin embargo, esto no ha sido obstáculo para que hoy se muestre como uno de sus asesores principales y, posiblemente, hasta guarde la esperanza de convertirse en “su delfín” o heredero político.

Rodrigo Chaves, contrario a sus predecesores, ha convertido la intimidación, el choteo, la descalificación y el matonismo en la base fundamental de su estilo de liderazgo y su forma de hacer gobierno.

La amenaza constante al emitir directrices a sus ministros; y la forma intimidante en que estos transfieren esas directrices a los demás servidores públicos ubicados bajo la cadena jerárquica, son práctica de cada día.

Lejos del respeto al profesionalismo y las lealtades con sus colaboradores, las conferencias de prensa del Poder Ejecutivo se han convertido en el dictado de órdenes, algunas incluso violatorias de la legislación vigente, en las cuales Chaves amedrenta a sus ministros y ministras, que tiemblan a la voz de llamado del autócrata y quienes, según dicen algunos de sus colaboradores, tienen empacados sus bienes, en los respectivos despachos, ante la amenaza constante de destitución o despido, si no cumplen con las ocurrencias del presidente.

Rodrigo Chaves ha establecido un récord: en 11 meses de mandato ha destituido, hecho renunciar o despedido a 17 jerarcas de los que iniciaron su período presidencial.

La inestabilidad en las carteras más importantes de la Administración Chaves Robles es la norma y tiene como consecuencia la ausencia de propuestas y planes articulados; serios y cuyos logros puedan ser evaluados. Esta es la realidad prevaleciente en carteras estratégicas de Gobierno, tales como Hacienda, Banco Central, Salud, Educación o Seguridad.

La ocurrencia y la improvisación en acciones como la marcha militar en el muelle de Golfito; la eliminación de la obligatoriedad de la vacuna; la instancia a tocar la puerta al narco o el argumento de que el acoso en las escuelas lo sufren los niños con poca autoestima, para mencionar sólo cuatro de estas, constituyen un paquete de gazapos que atentan contra la seguridad y el bienestar de diferentes sectores de la población.

El estilo impositivo, autocrático, choteador, descalificador y el matonismo exhibido hasta el momento, con casi un año de ejercicio de Gobierno, ha estado ayuno de logros y del alcance de metas.

A pesar de que Chaves quiera vendernos espejismos o hacer gala de su mitomanía, enumerando falaces logros, todos sabemos que ni siquiera ha podido reducir el costo del arroz, una de sus más recordadas propuestas de campaña -y que contrario a su promesa el precio subió un 4.2% desde que ocupa la silla presidencial.

El pasado miércoles 29 de marzo, se realizó la marcha del sector agropecuario, movimiento que fue respaldado por más de 30 -y no por 120 organizaciones como le mal asesoraron para su mensaje– y que contó también con la representación de organizaciones sociales, académicas y productivas.

Un día después, en Puerto Limón, uno de los lugares que dieron el triunfo a Rodrigo Chaves, se efectuó otra manifestación, con más de mil participantes, quienes reclamaban y exigían -como lo hacen muchos otros ciudadanos de diversas zonas geográficas-, el cumplimiento de promesas y la realización de acciones.

Terminó el período de la “venta de humo” y los costarricenses exigen programas viables y solución de problemas.

Estas manifestaciones, por otra parte, marcan un hito en la definición del futuro de la Administración Chaves Robles: los participantes se organizaron y marcharon para mostrarle al presidente que, a pesar del matonismo, las amenazas, la intimidación y los desplantes, hoy están unidos y con voluntad de lucha. Qué no es mediante el amedrentamiento, la amenaza, el choteo o la descalificación, como va a lograr alcanzar los objetivos que en algún momento defina, como ruta de trabajo para estos cuatro años.

Estos movimientos constituyen una advertencia al presumido autócrata, en la que los costarricenses le expresaron que, a diferencia de lo que pueda pasar con sus ministros y ministras, a quien contrata y despide a placer, el pueblo de Costa Rica no le tiene miedo, que no temblamos como sus ministros ante el choteo o su llamado vociferante y descalificador: el pueblo señor Presidente no está dispuesto a seguir tolerando sus mentiras, imposiciones y sus bravuconadas.

Debe quedarle claro a Rodrigo Chaves y a sus acólitos, que los costarricenses no estamos dispuestos a ver cómo las acciones de actores con poca conciencia del valor de nuestra democracia, deterioran nuestro sistema político; y que el mecanismo para avanzar en la superación de los problemas nacionales debe pasar por el uso del diálogo y la negociación como herramienta de trabajo, sin intimidaciones, chantajes o amenazas.

La autoridad que le dieron a Usted los costarricenses, señor Presidente, debe dirigirla no a la descalificación o minimización de quienes lo adversan, sino a la toma de decisiones y la concreción de acciones que se orienten a mejorar el bienestar de todos los costarricenses.

Esperamos que pronto Usted y su Administración comiencen a transitar por esta ruta.

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