Crisis global y oportunidad: hacia una evolución de la conciencia

Mauricio Ramírez Núñez

Crisis global y oportunidad: hacia una evolución de la conciencia

Esta crisis mundial por el covid-19 ha dejado en evidencia, entre otras cosas, que el rumbo de la humanidad tal cual lo conocemos, con sus modelos de organización económica, política, social e ideológicas que han dominado nuestras vidas por los últimos siglos, no puede seguir de la manera en que lo está haciendo hasta hoy. Está comprobado científicamente que somos la especie que más ha provocado la extinción de otras especies y formas de vida en el planeta, con sus respectivas consecuencias climáticas. Con especial énfasis en los últimos años, debido a la insistencia de modelos económicos cuya fe ciega, por su manera de hacer las cosas, parece partir de un absurdo falaz e irracional de proporciones épicas: los recursos naturales y las materias primas que le robamos a la tierra para producir (sin parar) son inagotables.

Estamos claros y está más que demostrado, el capitalismo es el sistema que ha sabido cómo producir de forma eficaz y eficiente, de acuerdo, no hay pecado en ello. También sabemos que no es el mejor distribuyendo la riqueza que produce, en eso es como un niño egoísta e inmaduro que todo lo quiere para él, sin entender que es parte de una sociedad, ni aceptar que esa riqueza que acumula es generada socialmente con el trabajo de todas las personas que participan en el proceso de producción. Tampoco ha tomado con seriedad la destrucción ecológica objetiva (ecocidio) que su método técnico-industrial provoca.

Conocemos lo bueno y lo malo de ese sistema que muta y no desaparecerá. Sin embargo, pensar que es más competencia al estilo Darwin, consumismo, destrucción ambiental y egoísmo lo que necesitamos para salir de esta situación en que estamos, es analizar las cosas desde una verdadera postura suicida. Para reforzar esta idea de romper en aspectos clave con el dogma del mercado, traigo las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, quién refiriéndose sobre la importancia para toda nación de poseer un modelo de seguridad social de acceso universal y gratuito, de cara a la batalla contra circunstancias como las que enfrentamos en este momento, dijo: “Lo que ha revelado esta pandemia es que hay bienes y servicios que deben colocarse por fuera de las leyes del mercado”. Bueno, así a como queda claro lo que expone el presidente, es tiempo también de entender que la tierra y toda la biodiversidad, junto con sus recursos naturales que la componen, no se puede seguir viendo solamente como simple bodega-mercancía para la creación-acumulación de riqueza sin más.

Llegó el momento de repensar las cosas y tomar decisiones radicales, no extremistas, pero si radicales. La palabra radical viene de raíz, sin bases sólidas e ideas claras no se puede construir lo nuevo, de ahí la profunda diferencia con el extremista, que no piensa y que actúa por fanatismo y sin ánimo de construir o aportar. Los gobiernos deben de plantearse como política de Estado nuevas maneras de enfrentar riesgos globales. Por ejemplo, es hora de hablar sobre seguridad y soberanía alimentaria, buscar tener lo básico en su territorio para abastecer a su población en caso de conflictos o grandes crisis, ya sea por el clima, por pandemias u otro tipo de eventos naturales.

Es tiempo de estados fuertes (no necesariamente grandes en tamaño o autoritarios a la vieja escuela) y jugando un rol más protagónico dirigiendo desde su espacio formas de producción regenerativas, con resiliencia, que utilicen la tecnología de una manera social, respetuosa con el medio ambiente y exenta de limitaciones en acceso para todas las personas. Eso pasa incluso por repensar la arquitectura de nuestras ciudades, para que existan posibilidades de ciudades más inclusivas, verdes, no solamente con bosques de plantas hermosas sino también comestibles y gratuitas, donde los agroquímicos son sustituidos por componentes orgánicos y producidos en nuestro propio territorio, así como programas fuertes de control ambiental, se necesita más que solo ciudades inteligentes o carbono neutrales. Además de reconquistar lo público, requerimos de un nuevo estado de conciencia que detone otros modelos de desarrollo posibles. Tampoco hay que inventar el “agua tibia”, las propuestas están ahí y muchos colectivos a lo largo y ancho del planeta vienen trabajando en esa línea, ¿por qué no los escuchamos? ¿qué intereses estamos defendiendo realmente? ¿a quienes estamos protegiendo? ¿Por qué el miedo al cambio?

La lucha por el ambiente en el siglo XXI es el equivalente a la lucha obrera en los siglos pasados. No solo justa y necesaria, sino que requiere del mismo nivel o superior de resistencia, capacidad de organización, representación-participación política, una profunda conciencia de clase y acciones radicales en la dirección correcta para lograr cambios estructurales que sean necesarios. Pero no solo eso, al igual que en la lucha de la clase trabajadora en aquellas épocas (que hoy ha tomado otros matices, no quiere decir que ya no exista esa contradicción entre capital y trabajo), hoy debemos preocuparnos igualmente por crear y construir procesos educativos emancipadores que incentiven una verdadera revolución ecológica, la gran lucha de clases de nuestro tiempo se divide en dos grandes bandos: humanidad versus planeta, dominante y dominado.

Hoy la humanidad está en guerra contra el planeta tierra y sus recursos, lo hemos saqueado y destruido, robado sus riquezas sin darle nada a cambio, solo para llenar el ego de unos pocos. La entropía que deja nuestro modelo económico y productivo es mayor que el bienestar y el progreso que genera para todas las personas vivimos aquí. Para que entendamos un poco mejor el asunto, tenemos al planeta, un poco peor de como estaban y trataban a aquellos trabajadores de las bananeras en la Costa Rica de los primeros años del siglo XX. ¿Cómo no organizarse contra semejantes actos de verdadera barbarie? Una nueva síntesis histórica en la que se concilien los opuestos es urgente.

Ello implica una verdadera lucha revolucionaria, pero una que sea esta vez a través de la evolución de la conciencia de la ciudadanía a nivel global. Esta contienda debe contar con personas de todo estrato social, sin importar nada más que una cosa: mantener la humanidad y la tierra (pensemos en la alegoría del Titanic) a flote frente a los efectos tanto económicos como ecológicos del modelo (iceberg) bajo el cual se rige el mundo entero; una irresponsable economía desbocada, sin límites ni frenos de ningún tipo. No estamos hablando de detenerla y ya, hablamos de virar su rumbo, redireccionarla y ponerla al servicio de la vida y las personas. Trabajamos juntos o nos hundimos juntos, pero no existe plan B porque no existe planeta B.

Es tiempo de pensar y construir una ética política y económica planetaria, coherente y que reformule absolutamente todo, desde nuestra forma de socializar hasta nuestra forma de ser en el mundo y con él, de cómo usamos los recursos, la tecnología y hasta la manera en que distribuimos la riqueza. Esta pandemia del coronavirus debe ser un salto y despertar de conciencia para que tomemos decisiones en la dirección correcta, sin miedo, ya que, de no hacerlo, sí tendremos mucho que perder y por qué lamentarnos en un futuro no muy lejano.

Profesor de Relaciones Internacionales

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