Plaza de la Estación: Parque Nacional

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Carlos Revilla Maroto

Carlos Revilla

Muchas cosas uno las da por sentado, siempre han estado ahí… ¿cuántas veces no hemos pasado por el Parque Nacional sin poner mucha atención, ya sea a pie o en carro, tal vez solo dándole un vistazo rápido al espectacular Monumento Nacional? A mi me pasaba eso. Viví la mitad de mi vida en sus cercanías y lo visitaba muy a menudo, ya sea para ir a la Biblioteca Nacional, o para andar en bicicleta en sus calles internas, curiosamente antes se podía, pero no creo que ahora sea una buena idea, pero en realidad nunca me puse a pensar sobre el.

Con esto de las presas y lo caro de la gasolina, además del factor salud, estoy tratando de dejar lo más que pueda el carro guardado, y cuando tengo que ir a San José, tomar el bus y caminar un poco. Esta semana me tocó ir varias veces por el lado de Cuesta de Moras, y entonces mi «parada» es la que está al costa norte del parque, entre la estación del tren y la Biblioteca Nacional. Por esta razón lo he tenido que atravesar a pie varias veces, y esto me ha permitido, por primera vez, verlo con detenimiento.

Dejando aparte el Monumento Nacional, al que dedicaré una columna completa en algún memento, el resto del parque, conocido cuando se hizo como “La Plaza de la Estación”, es también muy especial. Para empezar su tamaño, que es de unas dos manzanas, está muy por encima del promedio de los parques de la ciudad, que son solo de una manzana o incluso menos. Esto permite una sensación de estar en un espacio abierto, a pesar de estar prácticamente en el corazón de la ciudad. Tiene calles internas, y está lleno de “poyos” y lugares de descanso, para el deleite y esparcimiento de sus visitantes, que no solo son de paso (como mi caso). Algunos esperan para entrar a la biblioteca, tomar el tren en la cercana estación, o incluso dan tiempo para una cita en el cercano Calderón.

El parque tiene cuatro hermosas glorietas, dos en el costado este y las otras dos en el oeste; un quiosco y una pequeña pileta, casi siempre sin agua. Al contrario del parque Morazán, no está lleno de monumentos, supongo para no opacar al majestuoso Monumento Nacional, que está en el centro. Y los únicos otros cuatro que hay, son los bustos de Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la independencia mexicana; Jacobo Árbenz, expresidente de Guatemala, conocido como el “Soldado del pueblo”; José Martí, prócer cubano, que está al final de una calle interna del parque, que también lleva su nombre; y el de Andrés Bello, el gran sabio venezolano. A lo anterior hay que agregar dos esculturas recientes: una del maestro Edgar Zúñiga llamada “Nuevo Paradigma”, cerca de la parte central, que es muy llamativa, no por su tamaño, sino más bien por lo curiosa, que fue dejada en el lugar, al terminarse una exposición más amplia de obras de Zúñiga en los predios del parque; y la otra “Migrantes” de Ingrid Rudelman de estilo modernista, en el costado oeste del parque (ambas se pueden ver en la galería).

Mención aparte merecen los alrededores. Tres de sus costados albergan edificios emblemáticos de la capital. Me refiero a la Estación del Ferrocarril al Atlántico —construida en 1908—, la Biblioteca Nacional, el Tribunal Supremo de Elecciones, y por supuesto el complejo de edificios de la Asamblea Legislativa, a saber, el Castillo Azul, la Casa Rosada, el antiguo Colegio de Sión y por supuesto, el antiguo y el nuevo edificio de la Asamblea. No puedo dejar de mencionar el Reloj de Sol que está en el Centro Nacional de la Cultura, diagonal al parque en el sector noroeste, que siempre me ha fascinado. Pueden ver todos estos lugares en la galería al final de la columna.

En el marco del PRUGAM y su Proyecto de Arborización Urbana, en el 2007 se plantaron varias especies nativas del país (la mayoría tiene identificación) y ya después de casi diez años, el parque luce esplendoroso. Este proyecto se desarrolló con el aporte de la Unión Europea, el Gobierno de Costa Rica, la Universidad para la Paz y la Compañía Nacional de Fuerza y Luz. Enhorabuena por esta iniciativa. Algunas especies son: Ficus, Palma dátil enana, Manzana rosa, Jacaranda, Mango, Níspero, Cirrí, Roble de sabana, Casuarina, Guachipelín, Uruca, Lorito, Cedro, Chirimoya, Llama del bosque, Pastora, Azahar, Sena, Mano de tigre, Candelillo, Ciprés, Fresno, Palma arecina y Guapinol.

Mi única crítica son los poyos que los pintaron con un «verde» incandescente, que hasta se marea uno cuando los ve. Alguna razón habrán tenido para eso, pero a mi no se me ocurre ninguna, salvo la de mal gusto o para hablar en tico: polada.

La historia del parque es muy particular, para esto les transcribo lo que dice al respecto el libro «El patrimonio histórico-arquitectónico y el desarrollo urbano del distrito Carmen» de Gerardo A. Vargas—Carlos Ml. Zamora, publicado por el ministerio de cultura juventud y deportes en el año 2000.

La década de 1870 significó el traslado definitivo de la terminal del Ferrocarril al Atlántico en San José al sitio actual. Con ello se procedió a la apertura de las calles necesarias, con la finalidad de garantizar la debida comunicación de pasajeros y mercaderías con el centro de la ciudad capital.

La trascendencia que revistió la obra del ferrocarril hizo que en 1873 el Secretario de Estado en la cartera de Gobernación, le indicara a la municipalidad capitalina las propiedades que debían expropiarse para la apertura de las calles que conducirían a la estación del ferrocarril y la delimitación de una plaza para la misma. Entre las personas que fueron afectadas con expropiaciones de terrenos se mencionan a: Rafael Iglesias, Luis Sáenz, Francisco Villafranca, Hipólito Esquivel y el matrimonio formado por María de Jesús Gallardo y Pedro Hidalgo. Algunos de estos propietarios tuvieron que realizar diversas gestiones para que se aligeraran los pagos de las indemnizaciones correspondientes. El proceso de rectificación y apertura de calles en el entorno de la terminal ferrocarrilera, así como, la consolidación de la nueva plaza, se prolongó hasta los años de 1890, cuando definitivamente se desarrolló ese importante sector de la ciudad capital.

Con respecto al espacio que posteriormente dio lugar a la Plaza de la Estación, en las actas de la Municipalidad de San José del año 1863, se encuentra el primer documento en que se hace referencia a la formación de ese espacio público. En éste se menciona que se procedió a la formación de la plaza y de varias calles que permitieran su comunicación. Para ello se compró a Rafael Iglesias un terreno situado en lo que sería la esquina suroeste de la plaza; el resto de terreno necesario para la formación de la plaza; es de suponer con toda probabilidad que se seccionó de propiedades de los vecinos inmediatos al sitio escogido para plaza. Al lado este se tomaría de Francisco Villafranca (dueño de la Gallera Villafranca), al lado sur a la familia Hidalgo Gallardo (quienes donaron parte del terreno para lo que sería el Colegio de Nuestra Señora de Sión). Ya para 1874 se había trazado la Plaza de la Estación y por su ubicación privilegiada se constituyó en un polo de desarrollo urbano. Este hecho determinó que el sitio y las propiedades localizadas en el entorno inmediato adquirieran gran plusvalía y status social. Estas condiciones propiciaron el surgimiento de dos proyectos a realizarse en el lugar; uno de ellos fue cuando el 16 de noviembre de 1878 el Poder Ejecutivo, acordó construir un Teatro Nacional en la Plaza de la Estación, alegando que «…el Teatro Municipal, no corresponde, por sus dimensiones y arquitectura al aumento de la población, a la riqueza del país a las exigencias del buen gusto…» El proyecto se realizaría de acuerdo a los planos elaborados por el Arq. Gustavo Casalini. Sin embargo, la construcción del teatro no se hizo realidad, pues luego de 1880 el país se vio inmerso en una crisis económica de gran envergadura. A las dificultades pecuniarias se sumó la muerte del general Tomás Guardia, frustrándose el ideal de la década de los setenta de construir un Teatro Nacional. El otro proyecto para el Parque de la Estación, consistió en la colocación de un monumento conmemorativo a la gesta heroica de la Campaña Nacional de 1856-1857.

El Monumento Nacional se colocó en el centro del parque y a su alrededor se habilitó una explanada, de la cual partían amplias zonas ajardinadas con caminerías internas. De acuerdo con el diseño, entre 1896 y 1898, el parque fue rodeado por un asiento corrido de mampostería, se incluyeron sesenta bancas internas, gradas, umbrales y verjas en las cuatro entradas; además, se construyó un pequeño lago, con un puentecillo rústico, una fuente y un quiosco de madera para fieras (jaula). En 1907 la laguna artificial se suprimió por razones de higiene y se sustituyó el macadam de las aceras internas por ladrillo fabricado en los talleres del Gobierno. Con el transcurso del tiempo, sucesivas remodelaciones fueron variando el diseño original del parque, a tal grado que, del mobiliario urbano de la propuesta inicial, tan sólo han subsistido las dos columnas situadas al costado norte.

En la escogencia del punto para la colocación del Monumento Nacional y la creación del Parque Nacional se aplicó una planificación paisajística casi única en San José. Al contar con una serie de ventajas, la topografía del terreno presenta una alta elevación, con respecto a lo que era el centro de la ciudad, lo cual permitía en aquel entonces una hermosa vista de la capital, con edificaciones de no más de dos niveles y con techos de teja, que daban a San José la particularidad de un medio arquitectónico más homogéneo en cuanto a escala, estilos y una uniformidad en los materiales, texturas y colores. Por otra parte, la vegetación seleccionada para el parque tomó en cuenta la relevancia del conjunto escultórico, recurriéndose al sembrado de plantas ornamentales y arbustos que alcanzaran en su crecimiento poca altura, de tal forma que no compitieran ni ocultaran el simbólico monumento, tanto a los inmediatos transeúntes como a las personas que estuvieran en puntos relativamente poco lejanos. Esta condición se perdió en las primeras décadas del siglo XX, cuando se plantaron varias especies de árboles, mayoritariamente apreses, sin tener la debida previsión de la ubicación y de las alturas que alcanzarían con los años, hasta llegar a ocultar y dificultar la contemplación del Monumento Nacional.

Como ven toda una historia. En los años 90 del siglo pasado se encontraron los planos originales de la plaza, y entonces se le hizo una remodelación muy importante, tratando de dejarlo lo más parecido al original; lo cual fue un acierto, pues con el paso del tiempo lo habían cambiado bastante.

 
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Actualización: 23-03-2024

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