“Las francesas no engordan”

Crónicas interculturales

Por Remy Leroux Monet

Remy Leroux

Con ese mismo título “Las francesas no engordan” (Editorial Vergara, Barcelona, España, Primer edición 2006), mi compatriota Mireille Guiliano publicó una fascinante reseña de la cultura gastronómica de los franceses. En realidad, yo diría que se trata de la cultura de la mesa, de la cultura del comer, no de la alta cocina ni de la gran gastronomía francesa que dio la vuelta al mundo sino de la comida de todos los días.

En Francia, comer es un acto de salud. Y la salud se construye todos los días y se conserva con lo que se ingiere a cada comida.

La autora es o fue Representante para Estados Unidos de una famosísima marca de vino champagne —Veuve Clicquot, mi preferida— y es o fue casada con un estadounidense. Ella así vive o vivió a diario y en carne propia —si me permiten decirlo de esta manera— las distancias culturales y gastronómicas entre Francia y USA y más ampliamente entre Europa y América.

Es que el sobrepeso, la obesidad, los triglicéridos, el colesterol y la diabetes son males de toda América, del Norte al Sur. No es tan así en Francia ni en Europa. Y Costa Rica con el 65% de sus mujeres con sobrepeso y/u obesidad debería declararse en estado de emergencia nacional, en particular ahora que este mal alcanza niveles alarmantes entre los niños.

Digamos que desde siempre —todavía no he encontrado investigaciones sobre este tema— los franceses cuidan el balance, el equilibrio y las porciones (la cantidad) de lo que comen a cada uno de los tres tiempos principales.

Son ellos los que inventaron en el Siglo XVIII el “menú”, palabra francesa que significa pequeño, diminuto, reducido. Con el menú, se anuncia la lista de los platos a los comensales entre los cuales ellos pueden escoger o si quieren comer todo por lo menos vigilan las porciones. Aseguran con gestos que no hay tanto espacio en la panza.

Si se programa la tradicional papa para el almuerzo, se servirá por ejemplo vainicas en la cena. Si se sirvió bistec de res al almuerzo, se comerá pescado en la noche.

Nunca un francés podrá concebir comer cuatro veces arroz en un solo día: gallo pinto en el desayuno, arroz y frijoles para el almuerzo, arroz y frijoles para la cena y para rematar un delicioso arroz con leche de postre. Hay sodas donde además les agrega un fresco de arroz con piña…

Paréntesis: de todas maneras, el francés no es muy amigo del arroz. Este grano tiene mala fama allá. ¿Porqué? Pues creen que causa estreñimiento. Empero puedo asegurar a mis compatriotas después de vivir tantos años en Costa Rica que se equivocan.

Nuestra autora indica por ahí en su libro que los franceses nunca pican. Sólo comen en las comidas formales celebradas a horas bien establecidas. Como no existen sodas ni pulperías en las escuelas ni en los colegios, desde jovencitos, los chicos galos están bien acostumbrados a reservar sus fuerzas estomacales para el almuerzo y la cena servidos en comedores bastante sofisticados tanto en las instituciones educativas como en las empresas a partir de 50 trabajadores.

Tampoco hay tiempo regalado en las empresas públicas como privadas para el llamado “café” de la mañana ni de la tarde.

Así que, si un día están comiendo acompañados por franceses, no se sorprenderán al constatar que parte de las conversaciones que se desarrollan durante las comidas consisten en la elaboración del menú de la comida siguiente… Comer es cosa seria en Francia.

Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.

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