La toma de la embajada

Política entre bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

Cuando llegué a Honduras con mi familia como Embajador (1994-1998), apenas conocía Tegucigalpa, su linda capital, sin tener consciencia de la belleza de su territorio y lo singular de los hondureños: gente buena, amable, servicial y trabajadora. Siempre los llevaremos en nuestro corazón.

Mi primera grata impresión fue poder servirle a Costa Rica en el país gobernado en ese momento por dos amigos queridos, el Presidente de la República don Carlos Roberto Reina y su hermano Jorge Arturo, dos de los líderes de la izquierda democrática en el Continente, ambos políticos muy cercanos al Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL).

Este escrito no es un informe de nuestra gestión diplomática de cuatro años, sino que la intención es poderles presentar breves pasajes humanos y agradables de ese período memorable para mí y mi familia.

Primero, señalar el enorme impacto, influencia y presencia de Francisco Morazán entre los hondureños. En toda conversación entre amigos surgía Francisco Morazán como tema de conversación. Aclaro de entrada que siempre he sido morazanista, convencido de la necesidad de construir una patria grande centroamericana, eso sí en democracia. Pero es claro que los hondureños jamás perdonarán a los costarricenses por el fusilamiento de Morazán.

Nuestra hija menor ingresó a medio periodo escolar a un colegio de segunda enseñanza, el colegio privado de más prestigio en el país. En su primer día de clases estaban en la hora de estudios sociales y da la casualidad que trataban acerca de la permanencia de Francisco Morazán en Costa Rica, habiendo sido Presidente de la República. Apenas el profesor mencionó el hecho histórico del fusilamiento de Morazán, la clase entera se volvió automáticamente dirigiendo su mirada hacia Irisol, quien se vio obligada a aclarar: “¡Bueno, qué pasa, yo no maté a Morazán!”.

Por cierto que hubo un par de cosas de ese colegio privado de Irisol. En Educación Física la reprobaron en su examen final. Primer caso que conozco de alguien que reprueba Educación Física. Pero bien, me voy al colegio a averiguar; el examen final era teórico y entre las preguntas estaban: en qué año fue Honduras al Campeonato Mundial en España, quién había sido el técnico, nombre tres jugadores de la bicolor que fueron al mundial, cuál equipo de primera división ha sido más veces campeón nacional. Imposible para una niña costarricense de 14 años poder aprender de memoria esos hechos y nombres. Tuvo que presentarse Irisol a examen extraordinario para no perder el año. El examen fue dar diez vueltas corriendo a la cancha de fútbol del colegio; parecía más bien una tortura. Ganó el año, pero inmediatamente la cambiamos de colegio.

Otro incidente con ese mismo colegio. En pleno 1994, en Estudios Sociales siguen hablando de Alemania Oriental y Alemania Occidental como si nada hubiera sucedido en 1989. Me voy a conversar con el director del colegio a reclamarle el rezago histórico que tiene el colegio y me responde: “Es que el texto que estamos usando es de 1980”. Otra razón para cambiarla de colegio. Afortunadamente hoy Irisol es una distinguida psicóloga, ya conoce de la República Federal de Alemania, pero todavía no le gusta el fútbol.

Recorrimos Honduras de frontera a frontera. ¡Qué maravilla de su gente y qué belleza de sus pueblos. Ojojona, Talanga, Santa Lucía, para mencionar tres. Poblados de hace 500 o 400 años, en los que el tiempo se ha detenido. Toda la imaginación de uno es estar conviviendo en esas pequeñas sociedades a veces infradesarrolladas, sus comidas, sus costumbres. Nos sentíamos como en Macondo, disfrutando del calor de sus habitantes. En una oportunidad preguntaba a un peatón la distancia que faltaba para llegar a un lugar y me respondió: le faltan nueve leguas. Nueve leguas para mí no me decían nada. Apenas llegamos a nuestra residencia en Tegucigalpa lo primero que hice fue consultar en el diccionario cuánto era una legua en kilómetros.

En las reuniones oficiales con los Ministros de Estado y altos funcionarios del gobierno, los temas de conversación casi obligados eran: las ventajas y beneficios del Plan de Paz de Esquipulas, del expresidente don Oscar Arias; ¿porqué Costa Rica se mantenía fuera del Parlamento Centroamericano?; y qué pensábamos del proceso de desmilitarización al que estaba dedicado el Presidente Carlos Roberto Reina y su gabinete. Mis elogios para ese proceso, que llegó a quitarle al ejército hondureño el manejo de la policía aduanera, la policía de migración, la policía de tránsito y la policía penitenciaria. No podía yo dar consejos sin ser experto en seguridad, pero sí les explicaba en detalle el funcionamiento de nuestros cuerpos policiales y cuál era la práctica y la experiencia de Costa Rica.

En los cuatro años de ejercicio diplomático sólo tuve unos momentos difíciles que explico a continuación. Fui invitado por la Academia Militar de Honduras Francisco Morazán; me pedían darles una charla sobre Costa Rica, su historia, su actualidad y su experiencia sin ejército. Para mí era algo muy novedoso e inesperado estar en la sala de conferencias rodeado de una treintena de generales y coroneles. Todo transcurrió con normalidad, hasta que un coronel pidió la palabra y manifestó que “no es cierto que Costa Rica no tiene ejército: usan uniformes y charreteras militares, los uniformados portan armas de combate de alto calibre, utilizan códigos militares, y más aún, existe un ejército privado sin control de más de 12.000 elementos”, refiriéndose a las compañías privadas de seguridad. Y que en total Costa Rica mantenía más de 20.000 hombres en armas. Respondí a todas las dudas. Sin embargo, lo incómodo para mí es que el coronel en mención hablaba en un tono de burla envidiosa. Al fin y al cabo, el incidente fue superado. Y en mi interior seguía dando gracias a Dios por no contar con ejército en Costa Rica.

El día 28 de julio de 1997 recibí en audiencia a un grupo de 16 indígenas de las tribus chortí y lencas. Tras una conversación en que expusieron sus problemas de tierras y las amenazas de muerte de parte de los terratenientes, y la falta de protección del gobierno hondureño, solicitaron asilo político y me anunciaron que permanecerían en la embajada hasta obtener respuesta afirmativa. Vinieron todas las consultas con el canciller Fernando Naranjo y con el Presidente José María Figueres, así como la información necesaria al gobierno hondureño del Presidente Reina.

La decisión del gobierno de Costa Rica fue negativa, pues el caso de los indígenas no daba margen para un asilo político. De inmediato se declararon en huelga de hambre, apoyados por unos 200 campesinos que se instalaron al frente y en los alrededores de la sede diplomática en tiendas de campaña, indicando que no saldrían de la embajada mientras no se les garantizara su seguridad individual. No quedó otra salida, el 4 de agosto efectivos desarmados del ejército (petición del gobierno de Costa Rica), miembros de la Cruz Roja y representantes de organismos de derechos humanos, desalojaron pacíficamente a los 15 indígenas y se les trasladó a la sede de la Comisión Hondureña de Derechos Humanos. Así terminó el incidente, no sin cierto dolor personal en el alma por la situación que atravesaban los campesinos.

Hacia el final de mi gestión diplomática, tuve el honor de recibir en Tegucigalpa, en mi despacho, al nuevo Presidente de la República de Costa Rica para el periodo 1998-2002, don Miguel Angel Rodríguez Echeverría. Él visitó los países centroamericanos como Presidente Electo, invitándolos al cambio de poderes. Estando en mi oficina, en el segundo piso, se asomó por la ventana y me comentó: “Manuel, ¡qué ha hecho usted, tiene todo el barrio embanderado de verde y blanco!”. -No, don Miguel Angel, el barrio está embanderado de rojo y blanco, (recién se habían celebrado las elecciones en Honduras, en las que triunfó el Partido Liberal, de bandera rojo con blanco). Don Miguel Angel me contestó: “Tiene razón, es que yo soy daltónico y confundo el verde con el rojo”. -¿Y entonces cómo hace con los semáforos cuando conduce automóvil?, pregunté. “Ese es mi problema, siempre hago el alto cuando se pone ya sea en rojo o en verde”.

Cualquiera podría pensar que lo decía en broma, pero les puedo asegurar que estaba hablando en serio.

Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración coloquial de vivencias personales y simples hechos reales relacionados con la política, poco conocidos, que vale la pena recordar.

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