Chile: no hubo volantazo

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Los cambios en la situación política chilena tienen la capacidad de provocar sorpresa en casi todo el mundo. Los resultados de las elecciones al Consejo Constitucional del pasado domingo 7 de mayo han producido titulares en todos los medios de habla hispana que subrayan un giro espectacular. Al día siguiente, el diario español El País, publicaba un editorial con el título “Volantazo en Chile”, cuya primera línea rezaba: “las elecciones del domingo en Chile han dado la vuelta al escenario político”. Un analista chileno, Claudio Fuentes, planteaba abiertamente la pregunta correspondiente: “¿Cómo explicar que de una ola progresista se pase abruptamente a una resaca conservadora en Chile?”.

Como suele suceder, el problema no está en la dificultad que pueda tener la respuesta, sino en el error sobre el que se plantea la pregunta. No, no hubo una vuelta del escenario político, que ya venía escorado de forma clara desde la derrota del plebiscito electoral del mes de septiembre del pasado año, cuando dos tercios del electorado rechazaron la propuesta presentada por Boric; pero, sobre todo, el punto de partida de la pregunta es infundado, porque no hubo una oleada progresista con la elección de Boric, como se proclamó en aquel momento.

Para entender mejor el espejismo político que se produjo entonces, es necesario examinar sus dos componentes principales. El primero referido a la verdadera dimensión de la victoria electoral. Como mencioné, si solo había votado el 56% del electorado y Boric había obtenido el 55% de esos votantes, eso significaba que el presidente electo contaba con apenas el 27% del total del electorado. Pero además los estudios de opinión mostraban que un 70% de los casi tres millones de votos que se sumaron a su candidatura en esa segunda ronda procedían de otros partidos (de centro izquierda), que no seguirían a Boric en el futuro. Es decir, que la “amplia marea electoral” de Boric apenas superaba un quinto del electorado.

El otro elemento del espejismo aludía a la idea de que el apoyo a Boric era producto directo del espíritu imparable del estallido social del 2019. Los sondeos de opinión mostraban que el apoyo a lo sucedido en 2019 era bastante menor de lo supuesto. Varios observadores en el país, señalaron que esos hechos habían sido “sobrefestejados”. En realidad, más de la mitad de la población chilena tenía una visión crítica de lo sucedido.

El otro problema complementario que enfrentaba Boric estaba referido al hecho de quedar en minoría en el Congreso. Algo que pocos meses después le supondría el rechazo de su proyecto estrella, la reforma tributaria, con la que el gobierno pretendía recaudar un 3,6% del PIB en cuatro años, unos 10.000 millones de dólares, que permitirían apoyar el programa socioeconómico del presidente. En esa ocasión, se confirmó que Boric no podía contar con el apoyo continuado de las fuerzas progresistas que le permitieron ganar las elecciones presidenciales.

Así las cosas, es difícil afirmar que Chile habría sufrido un giro espectacular, desde una oleada progresista a una orientación netamente conservadora. En todo caso, habría acentuado su deriva conservadora en estas elecciones. Algo que también es discutible. Es cierto que el Partido Republicano de Kast ha obtenido casi la mitad de los escaños del Consejo y que sumados sus 23 asientos con los 11 obtenidos por la derecha tradicional, queda en sus manos la configuración de la nueva Constitución chilena.

Pero la interpretación de que ello significa un desplazamiento del electorado chileno hacia la extrema derecha es bastante arriesgada. Lo que también puede significar este resultado electoral es que el Chile profundo haya dado definitivamente la espalda al gobierno de Boric y lo manifieste tomando toda la distancia posible de su proyecto político, al que considera demasiado radical.

Para entender mejor esta circunstancia no hay que olvidar que en la mayoría de los países de la región se manifiesta una brecha importante entre las actitudes políticas de las minorías activas y las que existen en el país profundo. Una brecha que puede aumentar su dimensión en determinadas coyunturas históricas. Todo parece indicar que Chile atraviesa una de esas coyunturas.

Así, en las actividades políticas protagonizadas por las minorías activas predomina la tendencia de izquierdas, como sucedió en las protestas de 2019, pero cuando se trata de una actividad donde interviene el Chile profundo, como sucede cuando hay elecciones de carácter obligatorio, la orientación conservadora predomina claramente. En el caso de Chile se ha estudiado bastante la existencia de bolsones de ciudadanía de una cultura política de muy baja calidad, refractarios a la política, herencia en buena medida de la impronta procedente de la experiencia pinochetista.

Pero esta orientación conservadora del Chile profundo no debería llevar a la conclusión de que el grueso del electorado chileno rechaza la promulgación de una Constitución democrática superadora de la procedente de la dictadura. No sería de extrañar que finalmente se orientara hacia una solución centrista, tal vez hasta una recuperación reducida de la vieja tradición política del Chile de los tres tercios (derecha, centro e izquierda).

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