Rodrigo Rivera Fournier
Una noche de estas, motivado por una buena y larga conversación con amigos, mi ocio me llevó a releer algunos artículos del filósofo Roberto Murillo Zamora contenidos en la serie de publicaciones que son recopilación de escritos de distinguidos colaboradores de la Página Quince del periódico La Nación tituladas Páginas Escogidas.A don Roberto lo conocí en una feliz ocasión en la que no recuerdo por qué, coincidimos en un paseo de amigos comunes en Santa María de Dota allá a finales de los años setenta. Ya entonces, yo era un asiduo lector de sus artículos y la otra noche fue una delicia volver a saborear su pluma reflexiva y picosa.
En uno de esos escritos, el hombre de letras nos ilustra sobre los presuntos orígenes del teatro en la Antigua Grecia, relacionándolo con las fiestas y el rito originario a Dionisios, el dios raíz de la vida indestructible, el de la vegetación y espíritu de la savia de las plantas y el jugo de los frutos, el de la fecundidad animal e inventor del vino, que llevó según el mito una existencia intensa desde su nacimiento, producto del adulterio de su padre Zeus, perseguido y a su vez adorado en todas partes, celebrado, sobre todo por las mujeres en ritos de frenéticas bacanales de una semana de duración, que fueron prohibidas en el siglo II a.c. por el Senado romano por su carácter orgiástico y licencioso.
Nos dice el autor que el teatro se inició como representación dramática del culto al dios, que ya no aparece directamente sino a través de sus representantes, los agonistas de la tragedias o los actores de la comedia. Nos dice que el teatro permite al pueblo vivir simbólicamente mediante el juego de unos pocos, los actores, lo que antes tenía que vivir de manera colectiva, en peligrosos juegos y bacanales. Así se transformó el papel de la experiencia orgiástica y el sacrificio del chivo expiatorio, por evolución de la cultura, en un valor de purificación que en griego se denomina catarsis. Viéndose reflejados en la pasión y muerte de los personajes escénicos, las personas viven situaciones extremas sin riesgo propio. Edipo mata a su padre para casase con su madre. Con la comedia de Aristófanes el público se burla del tirano que termina mal. Los espectadores evocan experiencias originadas en los deseos secretos y reprimidos de lo más elemental que anida en cada ser humano, experimentando una experiencia apaciguadora.
Cediendo a divagaciones inútiles recordé que explicaciones como ésta, han llevado a muchos estudiosos a afirmar que la política es teatro, siendo desde luego más riesgoso que éste, dado que aquélla es más primitiva, y por ende más próxima a las pasiones frenéticas del inconsciente primitivo.
Voces de autoridad han señalado que los líderes políticos aceptados encarnan a su pueblo. Juha Herkman en su estudio sobre el populismo(1) nos dice que éste además de ser una ideología que sostiene que la sociedad está separada en dos grupos homogéneos y antagónicos: el pueblo puro y la élite corrupta, tiene que ver con la construcción de identidades sociales, creando las más de las veces sentimientos muy fuertes de pertenencia y hondos sentimientos negativos, incluso de ira, contra grupos de personas. Cada vez que el líder carismático encuentra unos chivos expiatorios para ofrendarlos en sacrificio, se purifica él y su pueblo, quedando limpio y los señalados sumidos en infamia. No es eso una catarsis?
Desde luego no se trata de aquellos políticos que infestan nuestros partidos, los que han convertido su vida cotidiana en un proceso electoral permanente, real o imaginario, o lo que es peor en constante intriga y conspiración, en feliz expresión de Weber “siempre en búsqueda de pesebres estatales en los que saciarse como vencedores”.(2) Esos solo son capaces de cuidar sus intereses.
Mudde y Kaltwasser, en su obra convertida en clásico(3), afirman que para que un actor político triunfe tiene que existir una demanda de su mensaje. Las actitudes populistas suelen estar latentes, inactivas u ocultas, hasta que circunstancias propicias impulsan su desarrollo y manifestación. Cuales fueron en nuestro caso esas circunstancias? De qué peculiaridades de nuestra idiosincrasia se nutre el mito de la redención populista?
Y si la política es escenario y en esencia teatro, las interacciones con sus actores destacados, provocan una catarsis en el pueblo que dicen encarnar? Cual es la identidad compartida que une a buena parte del electorado costarricense con la persona que ocupa hoy el Poder Ejecutivo? Cómo y en qué medida encarna Rodrigo Chaves la Costa Rica de hoy?. Qué vivencia subconsciente, difícil de reconocer, tiene el pueblo costarricense ante la imagen de Chaves? Servirán estas reflexiones para las cruciales elecciones del 2026?
Domina el sueño al que se cede barruntado las respuestas a esas y otras interrogantes surgidas en una noche de ocio.
– Abogado, Profesor Derecho Administrativo
Notas
1. Herkman, Juha. (2024) Populismo: un enfoque cultural. Madrid. Alianza Editorial.
2. Weber, Max. (2021) El político y el científico. Madrid. Alianza Editorial. Nueva edición de Joaquín Abellán.
3. Mudde, Cas y Kaltwasser, Cristóbal (2019) Populismo. Una breve introducción. Madrid. Alianza Editorial.