Hambre de electrones

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

Leo las noticias del mundo, buscando a ver, si alguna tormenta solar, ha afectado la conectividad, si algún arcángel caído, ha interrumpido el paraíso de nuevo, si algún asaltante de caminos se ha robado las palabras, o si ha surgido un virus cibernético diseñado para quitar el amor de la Internet.

Arsenio Rodríguez

Se abren en fosforescencia. Las paredes de estas modernas cuevas de Chauvet, en donde comenzamos a compartir pensamientos y recuerdos sedimentados. Hoy, nuestras ventanas de ojos enfocan en pantallas de computadoras, donde los electrones rebotan efímeros, y nos presentan un Grafiti electrónico de la humanidad, un exudado colectivo de mente y exageración.

La televisión llegó a mi vida en mi preadolescencia. Hasta entonces, las fuentes de información sobre los acontecimientos que ocurrían en tiempo real eran las voces de los programas de radio y de las personas vivas. Lo que más me impresionó de la tele, fue ver imágenes de personas en blanco y negro, proyectadas a través del espacio, apareciendo en una caja luminosa ante mis ojos.

Hoy en día, la realidad virtual y remota es parte de la vida cotidiana. La comunicación punto a punto nos llega instantáneamente, a través de pequeñas cajas que sostenemos en las manos, incluso en relojes pulsera. Miles de millones de humanos portan estos dispositivos que pueden recibir simultáneamente; noticias de última hora, información sobre eventos, arengas a favor o en contra de algo, prejuicios y opiniones, y mensajes, fotos, videos, de inspiración o de lascivia, y muchos, muchos anuncios, para estimular el consumo de cualquier cosa desde jabón hasta presidentes de países.

Los mensajes, instantáneos y de amplio alcance, nos ayudan de manera efectiva, a mantener relaciones con otros en lugares distantes (e incluso a establecer algunas nuevas), a coordinar los intentos de organizar movimientos centrados en buenas causas, a orquestar el activismo político para tratar de lograr más libertad, como en el caso de la Primavera Árabe, o a manipular miedos y actividades, como el populismo político a la Trump.

Las relaciones ya no se basan sólo en proximidad, sea en un abrazo, o en un intercambio de miradas, sino en dígitos transmitidos a través de ondas y partículas. Sí, siempre se trata de establecer una atracción, un compartir de puntos de vista o gustos comunes. Pero ahora es más fácil establecer contactos con grandes números de los otros.

Sí, todavía, esas luces vistas a distancia cuando te acercas a tu casa después de un largo viaje, la nostalgia que enfría tu alma en un instante, los recuerdos de lágrimas, los encuentros profundos, siguen ahí. Pero las amistades ya no se miden sólo por la profundidad, sino también por la cantidad.

Las aceptaciones o “likes” reemplazan las sonrisas. ¿Cuántos seguidores tienes? Te pregunta Twitter, ¿has visto mi cara en Facebook? te preguntan dedos desconocidos. Sí, todo persiste todavía, como las noches, los días y la vida, pero ahora operamos en remoto, mientras le hablamos a tantos que no conocemos muy bien, pero que coleccionamos como mariposas.

Y la mente queda impresionada por la magnitud y velocidad de los contactos, a medida que multiplicamos nuestros ecos, en esos valles de redes desconocidas.

Sin embargo, en algún lugar, tal vez, un ser humano olvidado está desconectado, o sea digitalmente discapacitado. Y él o ella, todavía está tratando de descubrir la belleza de las estrellas y la intensidad y el dominio de los deseos, la fuente de la próxima comida, y tratando de entender, el dolor y el placer -o sea de entender la vida.

Para muchos, todavía no hay inodoro, ni agua corriente, tampoco hay Facebook, ni correo electrónico para conectarse con alguien como tú y yo podemos hacer, hermana y hermano, y de sentirnos seguros mientras escuchamos, una conferencia inspiradora, o vemos como las opiniones que apreciamos se vuelven virales.

No obstante, la pantalla de mi computadora, este nuevo muro de Babilonia donde todo el mundo escribe ahora, me cautiva. Y así, cada mañana me despierto, con los mismos apegos y hábitos como Sísifo, y me conecto de nuevo con palabras y abrazos a aquellos que están cerca de mí en forma, y también proyecto sonidos y textos en cajas, enviándole dígitos, a ecos lejanos de sentimiento, a corazones imaginarios latiendo.

Y hasta los abrazo de alguna manera, incluso a quienes nunca he conocido, y que fueran de otros tiempos, como Rumi y Hafiz y tantos otros. Son tantos los vivos y los muertos que se asoman a través de esta pequeña ventana de tiempo y ciberespacio.

Y sin duda, esta nueva herramienta ha hecho que el mundo sea ahora más pequeño, y que los sentimientos y pensamientos sean más fáciles de compartir, no sólo con las personas que viven en nuestras zonas horarias y en nuestro presente, sino incluso cuando obtienes una cita, un poema, una historia, una canción, una imagen del pasado remoto, a través de esta conectividad mundial, la incorporas en tu ahora, porque impacta tu consciencia, en tu presente.

Día a día, los saludo a todos con cariño, en estos campos electromagnéticos que nos conectan, añadiéndolos a mi colección de abrazos, a mi larga lista de asombro ante los otros, a medida que me acerco cada vez más al proverbial polvo eres y polvo serás, o al canto eterno, o a lo que sea que ocurre, en este pasar eterno.

Permítanme entonces por favor, mientras todavía podemos conectarnos a través de este espejo mágico, enviarles mi estado de ánimo y corazón, y pedirles que ustedes me envíen el suyo, mientras tratamos de entender, definir y trascender nuestros respectivos viajes por la vida.

Entonces, por favor, envíenme un Twitter o un mensaje en Facebook. Dejen que su presencia electromagnética sea conocida por mi alma. Porque hace mucho frío afuera, cuando no hay ninguno, cuando uno atraviesa estos espacios sin luna, solo. Manifiesten sus gracias de forma y espíritu. Aquí estoy, esperando frente a esta pantalla iluminada, con los ojos ardiendo, hambrientos de sus electrones.

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