Reserva Pacuare: un laboratorio natural en el Caribe para conservar a la tortuga baula

Por Michelle Soto Méndez

Pacuare
Los huevos que no eclosionan también se analizan. En algunos casos, incluso se toman muestras de tejido para análisis de ADN. Foto: Nina Cordero
  • Los datos recabados en más 30 años han servido para mejorar la natalidad de tortugas y lograr que la mayoría de ellas lleguen al mar.
  • La investigación y conocimiento acumulado en la reserva servirá para enriquecer otros proyectos en Costa Rica, Nicaragua, Panamá y Colombia, países que comparten la misma población de estos reptiles.

En el 2021, unas 37 tortugas baula o laúd (Dermochelys coriacea) primerizas llegaron a la playa de la Reserva Pacuare —un área silvestre protegida público-privada ubicada en el Caribe de Costa Rica— gracias a que cerca de 37 000 huevos se salvaron hace 12 años. ¿Qué tienen que ver los huevos con la llegada de las tortugas? Si consideramos que de cada 1000 huevos, según los expertos, lo más probable es que solo una tortuga llegue a la adultez, el arribo de ese grupo de 37 a la reserva constituye una proeza.

Estos resultados son producto del Programa de Monitoreo de Tortugas Marinas que Pacuare tiene desde hace más de 30 años, y que busca investigar, proteger y conservar a estos reptiles que llegan a anidar a la playa de la Reserva, siendo la tortuga baula su especie insignia pues es la más grande del planeta y una de las más amenazadas.

La baula alcanza su madurez sexual a los 12 años y a partir de ahí se habla de una generación. Claudio Quesada, coordinador de investigación y conservación de la reserva, asegura que, en teoría, se necesitan dos generaciones —24 años— para estimar la tendencia de una población y al menos tres generaciones —36 años— para hablar de recuperación si se observa un aumento de individuos.

“Dentro de 12 años podríamos esperar un número cercano a las 55 neófitas (primerizas) en Pacuare y así estaremos aportando más individuos a la población”, dice Quesada. Estas estimaciones se sustentan en que, en 2021, se lograron salvar 55 000 huevos.

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La temperatura, los patógenos y otros factores inciden en el desarrollo de los neonatos y, por ende, influyen en el éxito de eclosión de los nidos. Foto: Nina Cordero

La Reserva Pacuare se ha convertido en un laboratorio natural de donde se obtiene información científica. La idea es compartir ese conocimiento con otros proyectos de tortugas baula, ya que la población que anida en Costa Rica también lo hace en Nicaragua, Panamá y Colombia.

“Este intercambio de hembras grávidas [cargadas de huevos] refuerza la importancia de los esfuerzos conjuntos para hacer frente a las principales amenazas como la erosión de las playas, la caza furtiva de huevos, la captura directa de adultos para carne (especialmente en Panamá) y el desarrollo costero”, destacan los investigadores Didiher Chacón y Karen Eckert en un estudio de 2007.

Además de estas presiones sobre la población, Quesada suma la interacción con pesquerías, las colisiones con embarcaciones, la contaminación y el cambio climático. Es por eso que el expertosubraya la importancia de la investigación científica y el trabajo en red entre proyectos de conservación.

Resultados prometedores

La temporada de anidación de las baulas en el Caribe costarricense inicia a mediados de febrero y finaliza en julio, aunque se siguen registrando algunos nacimientos hasta septiembre.

Los investigadores y voluntarios hacen gran énfasis en garantizar el desove y que los nacimientos sumen la mayor cantidad de individuos posibles a la población. Previo al Programa de Monitoreo de Tortugas Marinas de Reserva Pacuare, Costa Rica no tiene datos para conocer si la población de hembras que anidan en esta playa ha aumentado o declinado con respecto a años anteriores a 1991, mientras que el otro sitio de anidación más cercano, ubicado en el Parque Nacional Tortuguero, empezó a tomar datos sobre las baula en 1995.

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Con la basura recolectada en la playa, los voluntarios hicieron esta instalación artística con fines de educación ambiental. Foto: Nina Cordero

Aún así, a lo largo de la costa caribeña de América Central, la protección de las playas de anidación y los esfuerzos de conservación han mejorado las tendencias poblacionales, según lo estimó un estudio realizado por los investigadores Marga Rivas, Carlos Fernández y Adolfo Marco que analizó datos desde 1994 hasta 2012.

Específicamente para Reserva Pacuare, el análisis determinó un promedio de 142 nidos por kilómetro para 2012. Esta cifra, sin embargo, ha ido en aumento, pues según la base de datos del Programa de Monitoreo de Tortugas Marinas para el 2021 se reportaron 146 nidos por kilómetro.

Tomando en cuenta que se necesitan dos generaciones para estimar la tendencia de una población, los años posteriores a 2019 serán clave para la reserva, ya que se estarían cumpliendo los primeros 24 años de las primeras acciones de conservación.

En un inicio, los investigadores solo tomaban datos. Pero, a partir de 1995, empezaron a reubicar nidos en lugares más seguros para evitar la colecta ilegal de huevos y los impactos del aumento del nivel del mar y la erosión costera. Los nidos se reubican tanto en la misma playa como en un vivero, con base en una serie de parámetros. Por ejemplo, si el sitio es lejano, el nido se reubica en la misma playa, ya que el traslado puede afectar a los embriones.

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“No solo se trata de salvar nidos, también es relevante cuántos neonatos estamos aportando a la siguiente generación”, dijo el investigador Claudio Quesada. Foto: Nina Cordero

Los investigadores han optado por trasladar el 40 % de los nidos al vivero y relocalizar el resto en la playa. En el 2021, el vivero resguardó un total de 279 nidos. “El esfuerzo de monitoreo y protección de nidos que se realiza, en una playa de seis kilómetros [extensión total de la costa de la reserva], es bastante importante para garantizar el éxito”, agrega Quesada.

Los números del año pasado lo evidencian. En tan solo cinco meses —desde mediados de febrero hasta julio— Reserva Pacuare registró 1054 eventos de anidación, 686 nidos —el mayor número de los últimos siete años—, 55 000 huevos salvados y 32 000 neonatos liberados.

En otras playas consideradas índice en Costa Rica, como Tortuguero y Gandoca, desde 1995 los datos muestran una disminución del 87 % y el 40 % en la llegada de tortugas baula, según un reporte de la Lista Roja de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). Este no es un tema menor ya que se supone que una playa índice tiene la mayor cantidad de nidos y por ello es referencia sobre lo que sucede con el resto de la población.

Reserva Pacuare, por su parte, reportó la llegada de 523 hembras entre 1991 y 1995 y en el periodo 2013-2017 la cifra fue de 554 hembras. “Junto a otro sitio en Florida (Estados Unidos), Pacuare presenta un número positivo de hembras que están llegando a anidar. El resto del Gran Caribe presenta disminución en el conglomerado histórico”, destaca Quesada.

Viveros y relocalización de nidos

Hayi Valverde llegó a la Reserva Pacuare en el 2005 y fue contratado para realizar trabajos de prevención, ya que la zona presentaba problemas de erosión costera —fenómeno en el que el mar va restándole metros a la playa—.

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El manejo de la sombra en el vivero es clave para garantizar el éxito de eclosión de los nidos y un periodo de incubación que se ubique dentro del promedio para la especie (80 días en el caso de las baulas). Foto: Nina Cordero

“Antes salían más tortugas, pero la playa tiene cada vez más erosión y se les dificulta anidar”, dice Valverde, quien también se desempeñó como asistente en playa y ahora es Coordinador de logística e investigación en el campo.

En Pacuare, la erosión costera es visible en las raíces expuestas de las palmeras y en las gradas que se forman en la arena. Eso se ha traducido en una gran cantidad de salidas en falso —intentos fallidos de anidación—, ya que las tortugas no pueden superar la pendiente de estos escalones. El riesgo es que, si el reptil ya lo ha intentado varias veces, termine por desovar en el mar.

“Hemos visto que, cuando la grada tiene una altura mayor a 32 centímetros, la tortuga no sube”, comenta Claudio Quesada y añade que “en esta playa hay sectores con gradas de hasta un metro”.

Los nidos dispuestos en zonas de riesgo, porque la tortuga no pudo superar la barrera, se reubican en otras zonas de la playa o en un vivero. Tener nidos intactos, otros relocalizados y otros en vivero les permite a los investigadores tomar datos que puedan brindarles información útil. “La idea es hacer comparaciones y ver si estamos mejorando el éxito de eclosión y el estado de conservación de los nidos en el vivero en comparación a los otros dos”, comenta Quesada.

El trabajo en el vivero inicia tres semanas antes de que llegue la primera tortuga de la temporada. Se extrae la arena hasta un metro de profundidad y se zarandea para librarla de residuos. Luego, se le brinda un tratamiento para desinfectarla y se deja reposar por dos días. Posteriormente se pone al sol, por dos días más, previo a devolverla a su sitio.

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Debido a la erosión costera, la playa exhibe unas pronunciadas gradas que muchas veces imposibilitan a las tortugas desovar. Foto: Nina Cordero

El área del vivero se divide con una cuadrícula. En cada uno de los cuadrantes de 80 cm2 se coloca un nido con sus respectivos sensores de temperatura, ya que los reptiles son sensibles a sus cambios.

Los embriones demorarán más en madurar en un nido cuya temperatura esté por debajo del promedio (29°C) y el porcentaje de eclosión, generalmente, también será menor. Por el contrario, si la temperatura es muy alta, los embriones pueden morir.

Por esta razón, el manejo de la sombra es clave. En la Reserva Pacuare utilizan un material que deja pasar el 40 % de los rayos solares. Basados en evidencia científica, también decidieron alternar la sombra de forma que se tengan tres columnas (con sus respectivos cuadrantes) al sol, tres columnas en sombra y así sucesivamente.

Para Quesada, si bien el éxito de eclosión es importante, también lo es el número de días de incubación. En tortuga baula, este periodo es de 80 días y, cuando se supera, el éxito de eclosión disminuye en la mayoría de los casos.

“Desde 2018 estamos haciendo pruebas físicas a los neonatos. Consiste en dar vuelta a la tortuga y medir cuánto tiempo tarda en volver a la posición original. Eso se hace tres veces y se supone que los resultados deben ser similares. Por lo general, en condiciones normales, tardan unos 3-5 segundos”, explica Quesada.

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La investigadora Sara Ghys realiza una exhumación, 48 horas después de haber nacido las tortugas en un nido dentro del vivero. Foto: Nina Cordero

El experto asegura que entre más tarden en nacer, más demorarán en darse vuelta porque habrán consumido el alimento que tienen en reserva. Además, este ya no será suficiente para proveerles la energía para llegar hasta la zona de alimentación que se encuentra a tres días de nado.

En otras palabras, al nacer, ese neonato pasará tres días sin alimentarse hasta llegar a Dos Aguas —una corriente marina entre Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia— donde consumirán plancton hasta alcanzar su primer estadio como juveniles.

El tema de la temperatura también es relevante en cuanto a la proporción de hembras y machos que se aporta a la población. En su quinta semana de desarrollo embrionario, las tortugas definen el sexo. Si la temperatura es superior a los 29,3 °C nacerán hembras y si es inferior a esta nacerán machos. El equilibrio entre hembras y machos es relevante para la estabilidad de la población, ya que la feminización o masculinización podría conducir a su extinción.

Hongos en las exhumaciones

Sara Ghys trabajó como coordinadora de investigación en campo y estaba a cargo de las exhumaciones de los nidos en Pacuare. Después del nacimiento de las tortugas en un nido, se esperan entre 24 y 48 horas para sacar los restos y tomar datos. Se extraen los huevos y las cáscaras y de esta forma se contabilizan las tortugas que salieron del nido.

La investigadora abría los huevos que no eclosionaron para ver si había embriones y también observaba si había algún parásito en el embrión o en el huevo, el cual no permitió que la tortuga se desarrollara.

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Sara Ghys divide los huevos y las cáscaras encontradas en el nido exhumado según los estadios de desarrollo. Foto: Nina Cordero

Ghys empezó a detectar ácaros y moscas en las exhumaciones, los cuales no eran comunes. Para ella y otros investigadores en Pacuare, una de las razones podría ser la gran cantidad de pesticidas que se usan en las zonas aledañas, que han desplazado a las moscas y a los ácaros de su hábitat natural y los han trasladado a la playa.

Precisamente, los patógenos en las playas de anidación es uno de los temas que está llamando la atención de la comunidad científica. Entre 2005 y 2012, investigadores de diferentes partes del mundo recolectaron cáscaras de huevo de seis especies de tortugas marinas en playas de anidación ubicadas en el Atlántico, Índico, Pacífico y mar Caribe. De hecho, recolectaron cáscaras en nidos de baula en la Reserva Pacuare y detectaron dos hongos, Fusarium falciforme y Fusarium keratoplasticum, que están implicados en el bajo éxito de eclosión.

“Estos dos hongos poseen características biológicas clave que son similares a los patógenos emergentes que conducen a la extinción del huésped, por ejemplo, una alta virulencia y un estilo de vida con un amplio rango de huéspedes. Su temperatura óptima de crecimiento se solapa con la temperatura óptima de incubación de los huevos, y son capaces de matar hasta el 90 % de los embriones”, se lee en el artículo científico.

En por ellos que estas especies de Fusarium “constituyen una importante amenaza para los nidos de tortuga marina, especialmente para los que sufren factores de estrés ambiental”, destaca el estudio.

Siguiendo la ruta desde alta mar hasta la playa

Los investigadores de la Reserva Pacuare han sumado nuevas herramientas para seguir generando conocimiento sobre las tortugas. Se trata de un trípode que les permite ahora pesar a estos reptiles en la playa.

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Aparte de tortugas baulas, Reserva Pacuare recibe tortugas verdes y carey. Este es un neonato de tortuga verde, el cual se encontró vivo tras la exhumación de un nido, por lo que Sara Ghys lo liberó en la playa. Foto: Nina Cordero
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A los nidos, tanto los que se relocalizan como los que se dejan natural o se trasladan al vivero, se les asigna un número que los identifica. Foto: Nina Cordero

Este es uno de los instrumentos que forman parte de un proyecto de investigación a cinco años — y que inició en 2019—, cuyo objetivo es tratar de entender dónde estaban las tortugas antes de llegar a la playa. Entre lo que se quiere averiguar está el gasto energético que hacen estas tortugas al migrar desde la zona de alimentación hasta el sitio de anidación.

“A pura estimación se ha calculado que hacen una inversión de 50-80 kilogramos de su peso para venir a la playa. Ahora lo que queremos es ver los números reales”, dice Quesada.

Para lograrlo se están pesando tortugas en la playa de la Reserva Pacuare y en 40 sitios a nivel oceánico. También se mide la circunferencia del cuello y espalda, así como el largo y ancho curvo del caparazón.

Según Quesada, los resultados de esta investigación proveerán insumos para proteger las áreas de alimentación y revelarán información sobre la ruta migratoria de las baula, lo que ayudará a conservar algunos sitios clave en su travesía. NOAA y la Reserva Pacuare también están colocando transmisores satelitales y acústicos en las tortugas para obtener más información de su migración.

Fuente: mongobay.com

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