Post-verdad

Ricardo Veisaga
rveisaga@yahoo.com

Análisis político

El Oxford English Dictionary (abreviado OED) es un diccionario publicado por la editorial Oxford University Press, es el más erudito y completo diccionario de la lengua inglesa, según dicen. Así como el principal punto de referencia para su estudio etimológico. La intención de la obra es recoger todos los usos y variantes conocidos de cada palabra en todas las variedades del inglés de todo el mundo, pasadas y presentes, así como sus etimologías, historia, pronunciación, etc. Es el punto de partida de muchos estudios sobre la lengua inglesa, y el orden en el que se listan allí las distintas grafías de las palabras tiene mucha influencia sobre el inglés escrito de muchos países. Este año el diccionario eligió un nuevo término, que según ellos, mejor define el momento que vivimos. Han escogido post-truth (post-verdad) como palabra del año. En 2015 fue el emoji con lágrimas de felicidad, en 2014 vape y en 2013 selfie.

No pretendo hacer un ejercicio académico de diáresis (no confundir con diéresis), término con el que Platón, fundador de la Academia, llama en su diálogo El Sofista, la parte lingüística del quehacer filosófico, consistente en definir palabras y en dividir los conceptos genéricos en clases. Pero es necesario aclarar el significado de las palabras que vamos a debatir. ¿Qué significa la palabra de origen latino Post? Puede referirse al vocablo castellano post (o pos), prefijo que significa después de o, simplemente después. Por ejemplo, posgrado, postguerra, posmodernismo, etc. El vocablo inglés post, a veces traducido al español como mensaje o artículo, usado generalmente en foros y blogs (como sinónimo de entradas) en internet, y también forma parte del nombre de muchos periódicos: The Washington Post, New York Post, National Post, The Christian Post, The Jerusalem Post.

Se recomienda usar la forma simplificada pos- en todas las palabras compuestas que incorporen este prefijo, ya que la t precedida de una s en posición final de sílaba, cuando va seguida de otra consonante, es de difícil articulación en español. Pero se consideran válidas, las grafías que conservan la forma etimológica post-, en casos de dos eses en la escritura: postsocialismo. El Diccionario panhispánico de dudas reconoce ambas formas como correctas. Pero se recuerda que el guion es necesario cuando el prefijo se une a una palabra que empieza con mayúscula o a una sigla: post-Expo, no «postExpo». Dicho esto, porque encontraran la palabra Post-truth, traducida de diversas maneras.

La definición oficial dice: «Relativo a (o que denota) las circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que apelar a la emoción o las creencias personales». Los responsables del diccionario aclararon que «más que referirse simplemente a un tiempo posterior a una situación o evento específico –como en el caso de post-guerra o post-partido–, post-verdad toma el significado perteneciente a un tiempo en el que el concepto especificado se vuelto poco importante o irrelevante». En realidad es un juego de palabras para digerir o pretender cambiar la derrota. Como sucede en España con los republicanos derrotados en la guerra civil, en este caso los derrotados en el referéndum de Gran Bretaña, conocido como Brexit, el No en Colombia y el triunfo de Trump. Estos, parten de una base falsa al ponerse ellos, como los dueños de la Verdad, como seres racionales, que tienen la posta como dicen en mi país (no la post), por tanto dignos de gobernar ahora y siempre.

Según la información, en abril de 2010 la revista norteamericana humorística llamada Grist, especializada en información medioambiental, publicó un artículo en el que, por primera vez, se hablaba de «política posverdad», atribuida a David Roberts. El equipo encargado de escoger la palabra, para OED, dicen que la utilizó por primera vez el fallecido escritor Steve Tesich, norteamericano de origen serbio, ganador del Oscar al mejor guión por Breaking Away. Y fue publicado en la revista The Nation en 1992. Y según algunos, hablaba sobre la Guerra del Golfo Pérsico, otros sobre el escándalo de la venta de armas Irán-Contra, en el que afirmó: «Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad». Gobierno de George H. W. Bush (1989-1993).

¿Y qué es la verdad? El fascista y demagogo general Juan Perón, fundador de una asociación ilícita conocida como peronismo, solía reducir la verdad a una sola cosa tomando la idea de Balmes: «La única verdad es la realidad». Todo indica según los comunicadores, que se trata de una idea unívoca y que todos saben de qué se trata. La Idea de Verdad tiene ante todo un carácter fundamentalmente ontológico (más que lingüístico o psicológico), ya que remite al sujeto operatorio e implica la constitución de identidades. Verdad es un término análogo y tiene diferentes acepciones. Como dijo el maestro Gustavo Bueno, la verdad se entiende a veces como una sustancia, tanto de tipo personal, como cuando se dice «Yo soy la verdad…». O en sentido impersonal en la que la verdad viene a ser como un fetiche, como lo es para algunos. Por ejemplo, la verdad son los símbolos 1 o 0, 1 que aparece en el álgebra de proporciones. Esto es un fetiche y funciona como tal.

Estos dos tipos de verdad se pueden reinterpretar de un modo funcional o pragmático. Cuando la verdad aparece como relación, y la verdad como relación puede clasificarse de muchas maneras, un conjunto de ellas basándose en la diversidad de los términos de relación. Verdad del conocimiento que se define como una relación entre sujeto y objeto, en la definición de Isaac Ben Israelí (832-932) pensador judío nacido en Egipto. La verdad era la Adae Quatio intellectus et rei (adecuación del intelecto con la cosa) que repite Santo Tomás de Aquino. De esa relación de adecuación consistiría la verdad. Esta idea de verdad del conocimiento tiene muchas dificultades, principalmente porque supone que el sujeto reproduce el objeto. Y esa reproducción es imposible entenderla. Esta verdad cognoscitiva tiene como contrapartida el error.

Otra es la verdad como trascendental, como la de los escolásticos. Todo ser es verdadero (el Verum) algo es verdadero cuando es real. Y aquí la verdad de una cosa se opone a la apariencia de la cosa. E implica relaciones reflexivas de identidad –cada cosa es lo que es- frente a la apariencia, y ser lo que es, implica unidad entre las partes de ese uno. Otro concepto tradicional de verdad es cuando los términos de la verdad son por una parte el sujeto que habla y la palabra o los signos que indican. Esto se suele llamar verdad del discurso o verdad moral, y su opuesto es la mentira y por último, la idea de verdad que en la medida que encaja en la realidad y permite preservar la vida, lo que llamamos verdad pragmática.

Y se utiliza el concepto de adecuación por dar un ejemplo, la llave y la cerradura, y lo contrario es el fracaso de una conducta, de una promesa, de una política. Y desde la naturaleza de esa relación, el criterio más importante para clasificar las acepciones de verdad, según que la relación sea isológica o sinalógica, si es isológica la verdad tiene que ver con la adecuación, con la isomorfía, con las semejanzas. La sinalógica tiene más que ver con el ajuste (la llave y la cerradura) o el ajuste de otros términos mediante operaciones de carácter estético o sustantivo, que tienen mucho que ver con la unidad y a través de estas con la identidad.

El concepto de verdad científica del cierre categorial, se remite a la idea de identidad sintética por la razón de que la síntesis está vinculada a las propias operaciones. Ej. La verdad científica de un teorema geometrico, como puede ser el problema de Pitágoras, no consistiría en la semejanza de este teorema con la realidad de un teorema, ni se reduciría en la funcionalidad o pragmatismo de ese teorema que pueda tener, que no se niega. Sino que la verdad de ese teorema consistiría en la identidad que se produce en un contexto determinante entre los dos cuadrados de los catetos que se suman, que se adicionan, que son idénticos al cuadrado de la hipotenusa, entonces la identidad sintética, la verdad del teorema de Pitágoras, consistiría en esto lo cual implica que la verdad científica, no compromete al mundo en general sino a una región del mundo, a una categoría del mundo y dentro de ella a un contexto determinante, sin el cual la verdad científica no tiene sentido. En oposición a la falsedad, la Verdad supone un curso operatorio dentro de una categoría ya definida: no cabe una Verdad absoluta.

Las verdades filosóficas no pueden ser equiparadas con las verdades científicas. La filosofía no es una ciencia y no constituye un dominio categorialmente cerrado. La primera trata con ideas, mientras que la segunda trabaja con conceptos. No obstante, las verdades filosóficas mantienen relaciones de analogía con las verdades científicas porque: Las verdades filosóficas, al corresponder a un saber de segundo grado, no pueden mantenerse al margen de las verdades científicas. Y, las verdades filosóficas se obtienen por procesos sistemáticos que, en el límite, reproducen la forma en que se organiza el cierre categorial.

Se define «mentir» como «decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa». No sólo consiste en no decir la verdad. El no faltar a la verdad no me obliga a decir a mi vecino que no lo soporto, que es un idiota, aunque sea la verdad. Mentir tampoco consiste en decir algo falso, siempre que quien lo dice lo tenga por verdadero. Mentir supone, la intención expresa de engañar. Los políticos que cultivan lo «políticamente correcto», en vez de llamarse mentirosos, se culpan, usando un eufemismo de faltar a la verdad. Pero, pienso que mentir no siempre supone «decir» o «manifestar», ya que el ocultar algo, el silencio y callar es también una forma de mentir. Mentir no es sinónimo de engañar, el mentiroso aunque use la mentira, no siempre engaña, pero basta con que lo intente.

El asombro sobre la institucionalidad de la mentira e incluso reconocida como un derecho, procede de aquellos que creen que la Mentira está esencialmente vinculada a la Maldad, al Mal, al No-Ser. La Mentira no es algo sin peso ontológico, sino como algo realísimo y necesario (no tiene existencia per se). En la vida en general animal y humana, la mentira como el miedo es un componente importantísimo en la lucha por la vida, tanto como moverse, ver, oler, etc. En este contexto la mentira puede considerarse como un proceso dialógico, ya que supone una relación entre sujetos, uno que emite y otro que recibe.

Platón, comparaba la superioridad de la mentira estricta, normal, con el que dice la verdad pero siendo esta verdad errónea, que difunde una verdad en la que él cree como tal, pero es un error. Platón no está justificando la mentira, ni una defensa, apología ni un elogio. El paso del engañador al que se engaña así mismo, al auto engañado, se da porque ya no tiene conciencia de ser mentiroso. Y por tanto es un tipo peligrosísimo socialmente, y que por medio de fallas de algunos mecanismos psicológicos (o psiquiátricos), se convierte en un visionario, un vidente, pero también el ser vidente o visionario se debe a complicidad de los receptores que están colaborando con esa locura, por medio de su aceptación o asentimiento.

El engaño es frecuente en el mundo animal. Pero el hombre no sólo engaña a otras especies, sino que engaña a sus pares, muchas veces sin buscar ventaja, de manera gratuita, como si el engaño fuese un fin en sí mismo y no un medio para obtener algo. Que una persona mienta por algún beneficio es entendible aunque no justificable. En una sociedad la mentira causa daños éticos y morales, la primera entendida al individuo en tanto que miembro de un cuerpo social, y como ciudadano, por eso la mentira es mal ético y moral a un tiempo.

A la filosofía política le importa determinar sobre la necesidad de mentir o no, en el ejercicio de lo político. Si es una característica de la oratoria política, si referimos la mentira al orador que usa la palabra, como ya lo notaba Platón, al considerarlo como el instrumento más importante del político. Sólo basta ver las mentiras que aconseja Platón en el Libro III de la Republica. Platón define la política como el arte de un pastor que gobierna rebaños sin cuernos. Y los domina no por el «palo», sino por lo que hoy diríamos la «zanahoria». Por eso Platón dice que el político es un pastor de un rebaño sin cuernos, que no gobierna por medio de la violencia (no por el palo), sino por la palabra. Y esta es el instrumento por excelencia de la mentira, que contiene intrínsecamente la posibilidad de mentir, es un arma de primer orden sin el cual no se podría gobernar políticamente a los pueblos.

Los Padres de la Iglesia defendían que mentir era lícito si ésa era la única forma de proteger a la Iglesia de quienes la perseguían. Stuart Mill entendía algo así como que mentir sería lícito siempre que con la mentira se evite un mal mayor que la propia mentira. Todos recordaran la justificación del gobierno de los Estados Unidos para invadir Irak, desde que finalizara la Tormenta del Desierto en 1991: que el régimen de Saddam Husein poseía «armas de destrucción masiva», que constituían un enorme peligro para EE.UU y el resto del mundo. Pero, en cierto sentido eso es una mentira. No fue el gobierno de Bush quien la inventó. Las «armas de destrucción masiva» de Saddam fueron invocadas por el gobierno de Bill Clinton para justificar los bombardeos que iniciara contra Irak en 1999. En realidad, esta campaña comenzó muchos años atrás, justamente tras la primera Guerra del Golfo, cuando decepcionados ante el fracaso de Bush padre de no apoderarse de Bagdad, derrocar a Saddam Husein y ocupar al país.

Si se siguieran al pie de la letra las palabras evangélicas de: «La verdad os hará libres», muchas veces terminaríamos esclavos, prisioneros o muertos. Lo que importa no es la defensa de la verdad en abstracto frente a la mentira, sino la función pragmática de la verdad, no la semántica, sino en cuanto tal, en la que un gesto puede producir en el interlocutor o receptor. La mentira adquiere mayor relevancia o gravedad en el pueblo, que las acepta y las potencia, que la mentira de parte de quien las dice. No hay que cargar las culpas sólo al orador (al político) que miente, sino al pueblo que se traga las mentiras porque se las quiere tragar, porque le interesa, se sienten más cómodos con ella. O necesita esas mentiras para seguir adelante, o tiende a creerlas mejor que a otras.

Las razones de la gente para asumir las mentiras, las medias verdades o ciertas formulaciones metafísicas, por ejemplo, cuando se habla de la «soberanía del pueblo», del papel del individuo en la formación de la «voluntad nacional», en la conformación de las leyes, de las decisiones que se deben tomar, yo no lo sé. Lo que sé es que estas mentiras son necesarias, ya que sin ellas se desplomaría toda la estructura política y jurídica del Estado. Que están basadas, sino sobre mentiras al menos sobre ficciones jurídicas, como puede ser la de la libertad individual, en el momento de elegir, cuando no lo es. La creencia de que el pueblo es realmente el soberano está indisolublemente unida a la esencia de la democracia.

Platón, es un contemporáneo nuestro, cuando aborda temas como el conocimiento, la virtud, la verdad, el engaño en la vida política. Dice Sócrates en el Libro 5, «parece que los gobernantes deben hacer uso de la mentira y el engaño en buena cantidad para beneficio de los gobernados» (459 C-D). Si el ciudadano miente a los gobernantes, su falta será mayor que la del enfermo al médico o que la del atleta a su adiestrador cuando no les dicen la verdad respecto de las afecciones de su propio cuerpo, o que las del marinero que no dice al piloto la verdad acerca del estado de su nave y su tripulación. Si quien gobierna sorprende a cualquiera de los artesanos mintiendo así, «lo castigará por introducir una práctica capaz de subvertir y arruinar la ciudad del mismo modo que una nave». (389 B-D).

Las mentiras políticas son necesarias para mantener la eutaxia del Estado, por ejemplo el relato que decía que Alejandro Magno era considerado hijo de Amón en Egipto y de Zeus en Grecia, esas mentiras eran favorables para instaurar el Imperio universal. Todos los mitos fundacionales son mentiras necesarias. Post Revolución francesa, surgen nuevos impostores para satisfacer los deseos y anhelos de los receptores, como Bakunín, Marx y Rousseau. Bakunín creía que llegaría un día la humanidad a un estado final en el que todos podrán vivir felices, una vez que se produzca la Revolución y se derribe el Estado. Idea que comparte con la de Marx, ya que luego de la lucha de clases y la dictadura del proletariado, se llegará a una sociedad perfecta como lo sugiere en la Crítica del programa de Gotha. Y aún hay millones de descerebrados cómplices de esta impostura. Y el fundamentalismo democrático, con la ficción de la soberanía del pueblo (Rousseau).

La mentira es un instrumento del gobernante, que debe usarlo si no queda otro remedio, es un eficaz modo de gobierno y de dirección. Lo político es una relación de mando y de obediencia y a veces es necesario mentir. El engaño hay que hacerlo algunas veces no por el bien del pueblo sino por la eutaxia política. La política no es la ética, es una dimensión diferente. No podemos mezclar la ética con la política, no es necesario insistir en este tópico, todo político debería saberlo. El gobernante no puede ni debe mentir demasiado, puede ser descubierta y suscitar el odio de sus conciudadanos. Es mejor ser temido que ser amado, pero ser odiado, es el final. El uso de la mentira debe restringirse al máximo y reservarse su uso para lo absolutamente imprescindible.

En el Libro III de la Republica, aparece la primera caracterización sobre las mentiras útiles como «bajo la forma de remedio (pharmakon)», donde el tema es que sólo los doctores (expertos) deben administrar medicinas, de modo que en la esfera pública es adecuado que sólo los gobernantes mientan para beneficio de la ciudad, ya sea con respecto a enemigos o ciudadanos. (3. 389 B-C). Lo político como dice Julien Freund es por un lado mando/obediencia y por otro lado, amigo/enemigo. Lo más importante es el orden, la eutaxia, el núcleo de lo político. Freund dice, «No es necesario explicar de nuevo que el gobierno más apto políticamente, no es por obligación el mejor moralmente, pero es el que está capacitado para responder en lo inmediato y en el tiempo, a los imperativos de la protección.» Y más adelante precisa como todo buen realista político:
«La ley es violada, por una parte, por desobediencia de los súbditos, y por otra, por las vueltas que le da el gobierno, a causa de las exigencias de la acción política y de las necesidades que impone lo imprevisto. En realidad, un gobierno que se propusiera respetar escrupulosamente la estricta legalidad, se condenaría a la impotencia y a la inacción, y faltaría a su vocación.» Dijo Maquiavelo, hay que defender a la patria incluso mediante acciones vergonzosas. Ahí están los arcana imperi como prueba. El Estado está más allá del bien y del mal (metafísico o no), el único límite a la mentira política (creo yo), es la prudencia política.

Las acusaciones entre partidos, entre candidatos y seguidores, en las campañas electorales tienen una carga de malignidad, porque están basadas (aunque no lo sepan) o atribuidas a esas ideologías metafísicas sobre la mentira. Pero no hay tal dicotomía entre el Ser y el No-Ser, Platón ya la había visto, fue el precursor en su doctrina de las apariencias. El proceso para llegar a la verdad es a través de las apariencias, a la verdad no se llega por sí misma. Es necesario empezar por las apariencias que tienen mucho que ver con el error, con el engaño, etc. Y estas son necesarios pedagógica, política, filosófica y científicamente. Los comienzos de la ciencia están en los fenómenos y estos son apariencias, es lo que percibimos y nos conecta con la realidad operable.

Cuando aparecen las mentiras con una complejidad mayor, la mentira deja de ser una cantidad despreciable o condenable, para entender que la mentira es una actividad constante de todo viviente, mentimos continuamente, no importan si estas puedan ser poco relevantes, inofensivas, ofensivas o criminales, como cuando fabricamos una mentira para destruir a un adversario. Ante la evidencia del uso de la mentira en la vida política, no se debe discutir si debería o no ser así. Cuando de hecho lo fue, lo es y seguirá siendo. La mentira política y la mentira en general, es un mecanismo necesario para organizar la vida familiar (la mentira de padres a hijos, de hijos a padres, entre conyugues). Social, entre vecinos, amigos, compañeros de trabajo, etc., etc., mentiras constantes a diferentes escalas. No existe una sola persona que no haya mentido.

Si los gobernantes practican la mentira o dolo en negocios de Estado ¿Por qué escandalizarse? Si en el pasado era una constante y como dice Benito Feijoo que todos, o casi todos parece que tenían estampada en el corazón aquella sentencia de Corebo: ¿Dolus, an virtus quis in hoste requirat? (Si es engaño o valor, ¿Quién lo preguntará frente al enemigo?) Virgilio, Eneida Lib. II. El gran filósofo Platón, dio por doctrina constante, que a los que manejan las Repúblicas es lícito mentir, siempre que sea útil al Estado.

Con semejante maestro ¿Qué falta hacía Maquiavelo? Platón, en las Leyes, justifica y aconseja la mentira cuando se trata de celebrar matrimonios, seleccionando previamente a las parejas que puedan considerarse más fértiles y compatibles, o cuando ve conveniente enseñar al pueblo el mito de la mescla de metales de la que estamos hechos o construidos, que es la justificación de la existencia de clases sociales. Trató ampliamente sobre la mentira como lo hizo toda la sofistica ateniense, Protágoras, Gorgias, y como heredero de la sofistica trató esta cuestión como algo necesario para la organización de la ciudad, o más precisamente de la democracia, como acción conformadora de la vida pública.

La Enciclopedia Symploké, la enciclopedia libre dice: «Sofista» fue el maestro itinerante en la Grecia clásica, quien proveyó educación a través de las conferencias y recibió retribuciones de sus audiencias. El término fue dado como una marca de respeto. Protágoras y Gorgias fueron respetados pensadores, pero los otros tras ellos, Trasímaco e Hippias, y muchas figuras inferiores, convirtieron la educación en el desarrollo de habilidades útiles a las carreras políticas. Por lo tanto, cuidaron poco de la dialéctica, enseñando en su lugar el arte de la persuasión, la retórica. Parecen haber compartido un escepticismo básico estimando la posibilidad de «saber» la verdad. Fueron criticados por Platón y Aristóteles por su énfasis sobre la retórica en vez de sobre el conocimiento «puro» y por su aceptación de dinero.

Por si no es suficiente Platón, aquí tienen a su discípulo Aristóteles. Él no fue autor de la política perversa, o escribió con el fin de que los tiranos pudieran alcanzar o conservar la tiranía, pero ahí está el libro quinto de los Políticos, cap. II. Antes que Maquiavelo, pero con una diferencia, lo que Maquiavelo aconseja a todos los Príncipes, Aristóteles más rectamente había escrito lo que convenía sólo a los tiranos. Nada inventó el estagirita en cuanto a los arbitrios de la perversa política. Los tomó de las acciones de los Reyes de Persia y de Egipto; de los Arquelaos, y Filipos de Macedonia; de los Falaris, de los Agatocles, de los Hierones, y Dionisios de Sicilia; de los Periandros, de los Pisistratos, y demás lacras políticas de la Grecia.

¿Mienten los políticos más que nunca? No, lo hacen en la misma proporción que antes. Lo que sucede es que ahora su difusión es colosal y queda registrada, y escapa a los medios que tenían el control y manejo de la información. Y no pueden controlar las redes sociales. Los expertos se quejan que cada vez más políticos se suman a la post-verdad, y que los medios de comunicación no son capaces de frenarlas ni las opiniones públicas son capaces de castigar esa actitud. Desde cuando es esa su función. Ignoran estos «expertos» que quienes mienten a la opinión pública son precisamente la opinión publicada (los medios).

¿Entonces qué hacer? Parece que la cruzada contra la post-verdad ha empezado, los caballeros cruzados como The New York Times según dicen, renunció al principio periodístico de dar dos versiones enfrentadas y equivalentes. ¿Equivalentes? Si siempre fueron sesgadas. Con sólo mirar un par de páginas ya se sabe de qué pie cojean. Por ello, publicaron en primera página que Trump era un mentiroso. No se trata de decir a la gente lo que debe pensar, explicó el director del diario, se trata de decir quién miente. Otra vez, los que votan en contra de sus intereses son la mentira y ellos los depositarios de la verdad. Pretender definir un viejo fenómeno como post-verdad, es un error, porque siempre ha sido asi el mecanismo de manipulación política.

PolitiFact, dice que un 70% de las afirmaciones sobre los hechos de Trump eran falsos. En el siglo pasado en pleno auge de los regímenes autoritarios que sostenían «verdades absolutas», surgió como reacción el «pensamiento débil» que no pretendía adueñarse de la verdad. Y todas las opiniones pasaron a ser respetables, ante el monismo de la verdad el pluralismo de la verdad. ¡Pobre Platón! La doxa al nivel de la episteme, las simples opiniones al nivel de la ciencia. Los medios nos comunican que altos responsables de Facebook, discutieron sobre la necesidad de combatir la desinformación y su responsabilidad en el triunfo de Trump. Sin embargo Zuckerberg, sostiene que esta red social no es una agencia de noticias ni un medio de información social, y que no pueden convertirse en guardianes de la verdad. ¿La verdad necesita de guardianes?

Y en todo caso que tipo verdad, como se ve en esa tediosa pero necesaria distinción en este artículo. Y como la maquinaria se ha puesto en marcha contra la post-verdad, ya tenemos a fact checking, para comprobar los datos ofrecidos por los políticos. Y por si fuera poco en este país FactCheck.org, PoliticFacts, The Fact Checker. En United Kingdom Channel4Fact Check, FullFact y Fact Check Central. En Francia Les Decodeurs, o el blog BILDblog en Alemania, que verificaba los artículos del diario Bild. El periódico Der Spiegel mantenía un equipo de 70 personas para verificar hechos, lo que significa un problema económico. A mi entender, por una cuestión de honestidad profesional, el periodista que escribe en medios masivos de información debería investigar él mismo.

No pretendo que un periodista se convierta en un experto en filosofía, pero debería recurrir a ella, por ejemplo, para poder distinguir entre la verdad y la falsedad. Un periodista que habla de política y se horroriza de la guerra y pretende negarla recurriendo a la histeria, sin investigar sobre ella y su presencia en la Historia, es como querer negar la presencia y la importancia del sol para la vida humana, a ese tipo de informador analfabeto corresponde Jorge Ramos. Dicen que el presidente de Irlanda, país del que guardo gratos recuerdos de mi breve paso por ella, Michael Higgins, en un reciente discurso dijo que el mejor remedio contra la post-verdad es introducir el estudio de la filosofía en las escuelas.

En medio de tanta campaña anti-trumpista, un periodista australiano desolado por el triunfo de Donald y la post-verdad dijo «¡Qué triste debe estar Aristóteles!» Este canguro es un ejemplo de lo que digo, de esos que escriben sin investigar. El lector de este artículo ya se ha enterado de lo que escribió el discípulo de Platón sobre la mentira. Lo que demuestra que el australopiteco nunca lo leyó. ¿Hacía falta inventarse lo de post-verdad? No, lo que hace falta es estudiar, leer, investigar, usar el sentido común y no creerse los dueños de la Verdad. No hacía falta tanto berrinche, bastaba con aceptar la derrota, derrota que no significa el fin del mundo, derrota que le puede suceder a Donald Trump en cuatro años.

Recibí una consultar sobre Derrida y su influencia en este tema, y me voy a remitir a «un juicio sobre Derrida y la posmodernidad en general». Realizada hace unos años por el filósofo José Manuel Rodríguez Pardo, profesor de la Facultad de Filosofía de León, Guanajuato:
«A Derrida puede encuadrársele, desde el punto de vista gnoseológico, entre aquellos que realizan un reduccionismo de toda disciplina al eje sintáctico; es decir, para Derrida todo es lenguaje, experiencia comunicativa, pero además esa comunicación es arbitraria, es decir, que piensa que al haber significantes sin significado (siguiendo la estela de Saussure) al final el lenguaje no sirve para comunicarse.

Esto le acercaría a la posición de un sofista como Gorgias y su triple negación: Nada existe; si existiera, no lo podríamos conocer, pues conocemos por palabras, no por el ser; y si lo conociésemos, no lo podríamos expresar, pues expresamos palabras, no el ser. En ese relativismo se movería un Derrida, cual Gorgias de nuestra sociedad democrática de mercado. Pero en el terreno ontológico la cosa podría tener más dificultades de definición. Dado el carácter sofístico de Derrida y la posmodernidad en general, se le situaría entre quienes consideran que sólo existe lo particular, lo corpóreo (formalismo primogenérico, reducción al Primer Género de Materialidad) («el hombre es la medida de todas las cosas»).

Sin embargo, lo que señalan estos posmodernos es que el mundo es lenguaje, experiencia comunicativa, luego estarían recayendo en un esencialismo metafísico, en tanto que sólo dan cuenta del lenguaje abstracto, desligado de todo significado, y por lo tanto al nivel del Tercer Género de Materialidad, a un formalismo terciogenérico, aunque el afirmar que «Todo es lenguaje» le lleva directamente al monismo metafísico del ser, a la materia ontológico-general (M), igual que Tales de Mileto cuando decía que «Todo es agua». Sin embargo, existen casos como el de Lyotard, que señala que puede tomarse en cuenta el lenguaje en sus implicaciones pragmáticas, como añagaza de los más fuertes (Trasímaco), aunque tal experiencia pragmática nos llevaría siempre a la problemática gnoseológica, no a la ontológica.»

No digo, Donald Trump, destapó la caja de Pandora.

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