La Patrulla Internacional de Bares: El dragón azul

Patrulla de Bares Especial para Cambio Político

Misión: Bar Seiryu
Dónde: Tokio, Japón (ver mapa)

Seiryu

Y henos aquí para reseñar la segunda escala en nuestro periplo por la lejana Cipango, bendita tierra adornada por miles de bares, de los cuales este Cronista en su sufrida labor se ha dedicado a visitar algunos. Hoy le toca el turno al Seiryu, el legendario dragón azul que le sirve de nombre a una destilería de sake fundada en el lejano 1858, o sea, compita de nuestra venerada Fabrica Nacional de Licores. Con gran generosidad para el género humano, esta casa no solo se dedica a embriagar gentes, sino también a alimentarlas con exóticas viandas.

El único problema es que dar las señas para llegar hasta acá sí que está un poco difícil, pues el lugar está en el corazón de Kabukicho, nombre que para los entendidos de una vez les recuerda agradables sensaciones, pero en una parte del cuerpo distinta a la panza, pues éste es el barrio rojo de Tokio, y este Cronista puede también dar fe de sus méritos, pero hablar de ello se nos debe quedar reservado para una Patrulla XXX. Volviendo entonces al tema de las señas, en realidad no es difícil ubicarse a la japonesa, pues ellos utilizan unos prácticos mapitas, normalmente usando como referencia la estación de metro o ferrocarril más cercana. Tomar nota que los japoneses no viajan en carro para embriagarse, pues aquí la ley sí es dura, pues si un tapis causa un accidente, no sólo lo guardan a él, sino al que le vendió el guaro, y si iba acompañado, también al acompañante. Dejando esta historia de terror aparte, adjunto está el mapa del Seiryu, nada más hay que llegar a la estación de Shinjuku y luego salir en dirección este, tres cuadras y luego doblar a mano derecha por una callecita peatonal. El único problema va a ser encontrar la salida, pues por la estación pasan tres millones y medio de personas por día y tiene un total de 200 salidas distintas. Pero si se pierden, pregunten aunque no hablen ni papa de japonés, nada más ponen cara de tonto, buscan a cualquier hombre, dicen Kabukicho, y verán cómo después de sonreír les señala el camino.

 
Lo bueno del Seiryu es que por estar en el puro centro del a ciudad tiene un ambiente bien pisoetierra, de hecho el escándalo reinante cuando arribó el Cronista era digno de un bar de la calle de la amargura cuando juega la sele, y hay de todo, desde majes solos que se ve que salen de la oficina a matar el hambre hasta grupos de estudiantes universitarios que obviamente son los que más ruido hacen. Es más, con costos pudimos conseguir una mesa libre justo al fondo del local.

Los japoneses acostumbran a poner un aperitivo de cortesía, y nos llegaron con un delicioso himono, lo más parecido a una olla de carne que se puedan imaginar, es básicamente verduras cocinadas en un caldo de carne, y que en el local nos recibieran de esa manera presagiaba una buena dosis de grasa.

Aquí el menú sí no tiene nada en cristiano, aunque sí fotos, por lo que el Cronista le aclaró debidamente a su anfitrión que no iba a comer nada que tuviera zacate, y menos que aun se estuviera moviendo. En venganza, entonces el anfitrión se pidió un platazo de sashimi, los mariscos crudos que se comen con el wasabi (con el que todos alguna vez hemos torturado a algún semejante metiéndole el cuento que es guacamole) y el daikon, una variedad japonesa de rábano. Carne es carne y el Cronista le entró con ganas, sobre todo a unos pulpitos minúsculos que estaban supertiernos. La orden también traía atún, salmón y calamares, nada muy exótico para un paladar tico, así que la mala intención que se le veía a nuestro amigo tokoíta quedó en nada, plato vacío y a la siguiente orden.

Ahora le tocó el turno al Cronista y de una vez se ordenó un buen pescadote frito, llamado shimahokke y que luego de consultar con el mataburros resultó ser macarela, que estaba de muerte lenta. Nada de partirlo con cuchillo, a punta de palillos, comprenderán el picadillo que dejó este cristiano. Pero eso era nada más para comenzar, se ordenaron las fritangas con la pinta de estar más llenas de calorías, y así pedimos el wakadomi yutsu omataki, que es una famosa receta de la casa de pollo teriyaki con mayonesa y limón, le hizo honor a su fama, la carne realmente gustosa y se deshacía en la boca, además que el aparato circulatorio del Cronista agradeció la dosis de colesterol. También se degustó un satsumage, que es una especie de pasta hecha con pescado frito, muy bueno, y para cerrar con broche de oro, un tofu frito, que no es tan gustoso como el quesito frito criollo, pero que es otra manera ingeniosa y sabrosa de preparar el queso de soya. Dado que los platos eran de regular tamaño, luego de probar esto al Cronista no le quedó sino izar la bandera blanca, y eso sí pedir una última Sapporo, que como ven en la foto vienen en botellas de 750 ml, así debería ser por ley el tamaño de todas las birras.

Seiryu Seiryu

Nuevamente impresionan los precios, pues lo ordenado varía entre los 1500 y los 3000 colones (la macarela, que era lo más grande). Además no se pagan ni impuestos ni propinas, en Japón se considera ofensiva darle una propina al salonero (sin comentarios). De tal forma que salir de tragos en una de las ciudades más caras del mundo no resulta una experiencia traumática, y el buen sabor de la comida no se le quita a uno cuando le llegan con “la dolorosa”.

Y para los que quieran seguir de antojados, la cadena tiene su página web, eso sí está todo en japonés, así que se van a quedar como chiquitos de kinder viendo un libro de cuentos.

Seiryu mapa

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