La Patrulla de Bares: Ni mandada a hacer (Bar Zapote)

Especial para Cambio Político

Patrulla de Bares Misión: Bar Zapote
Dónde: Costado Este de la iglesia católica de Zapote, 100 mt sur y 50 este (ver mapa)

Bar Zapote

Luego de haber disfrutado de las bondades de algunos de los expendios de licores de mayor postín en estas comarcas, la Patrulla decidió volver a sus raíces y escogió un fiel representante de las venerables cantinas criollas, esas desafortunadamente que están en vías extinción.

El escogido fue el Bar Zapote, que queda de la entrada de la iglesia de ese lugar 150 metros al sur y 150 metros al este. Está en un de los “puntos calientes” de la ciudad, hacia el costado norte de la Plaza de Toros de Zapote en donde se congregan varios bares de buen linaje, algunos de los cuales ya fueron debidamente patrullados.

 
La casa está tan orgullosa de su cocina que hasta ponen un enorme rótulo con el menú en la puerta de entrada, una sana costumbre que debería volverse mandatoria por bando de la Alcaldía, para que los comensales se enteren desde la calle de las bondades de los mesones. Ya una vez adentro hay una ornamentación tan ecléctica, que ni el más avezado decorador sería capaz de reproducirla. Por ejemplo las mesas, que son de esas mesas toscas a prueba de todo tipo de derrames, están cubiertas por una especie de mantel vinílico adherido con publicidad de Pilsen. Aunque este Cronista recuerda que en una visita de hace algunos años atrás a duras penas había un par mesas y casi la única opción era la no muy amplia barra. También destacaban en la decoración unas series de luces de colores intermitentes que ni siquiera se molestaron en quitar de la última navidad. El local evidencia unos tres o cuatro agregados que no se preocupan de guardar armonía ni en materiales ni en formas. Además en la parte de atrás hay una especie de mezanine, cuya entrada le está vedada a los parroquianos pero que se puede ver desde el salón, que es una especie de cuarto de chunches de uso indeterminado.

Los patrulleros comenzaron ordenando sus viandas caóticamente de las listas pegadas en las paredes, hechas en puro estilo de cartel escolar de cartulina con marcador. Y decimos caóticamente porque según el cartel que uno veía, así era la lista de bocas y causaba cierta envidia ver al comensal de a la par haber pedido algo más llamativo que uno no se había enterado de su existencia. Hasta después alguien más avezado atinó a pedir un menú impreso y resulta que sí tenían y además mucho más completo. Hasta al mejor mono se le cae el zapote, en el bar ídem. El inicio fue un poco pesimista, pues al comenzar a pedir alguna vitualla con queso, se nos dijo que se les había acabado el queso. Pero afortunadamente el menú daba para bastante. La sopa de mariscos era grande y la preparan al estilo criollo, casi como la tradicional sopa de mondongo, hasta papas tenía. Para los desganados hay una boca de yuca tostada que es sólo yuca, muy bien tostada, en su punto y no tan grasosa, muy buena. Por supuesto hay chifirjo, pero estaba muy seco, a pesar de un buen sabor en general le hacía falta más caldo. Hay costilla de cerdo, es enorme, con buena yuquita igual a la ya descrita, fue el plato estrella de la noche, no en balde también es el más caro del menú. También hay unas croquetas de pescado, de esas que quedan bien morenitas, con ese sabor del pescado empanizado de pueblo, también tenían la virtud de no venir nadando en grasa, ni modo, los patrulleros van envejeciendo y ahora alaban esta consideración hacia sus sufridas arterias. El gallo de chorizo estaba bueno de tamaño y con los choricitos bien cocinados pero sin quemarlos. La sustancia de carne repitió las virtudes de la otra sopa, con un sabor a receta de la abuela e imponentes dimensiones. Hay unos tacos ticos de esos grandes que taquean el sistema digestivo, la carne estaba buena y las tortillitas bien tostadas.

La atención fue más que amable a cargo de un par de bien alimentadas doncellas que contribuyen a darle a la taberna un aire hogareño y familiar, nada de atildados saloneros con corbatín o de chiquillos modernos con camisas negras. El ambiente vernáculo se repite en la cuenta, con precios bajos a pesar del abundante tamaño de las raciones. Definitivamente vale la pena disfrutar el sabor típico de los bares criollos. Antes de que se nos acaben.

Crónicas LPB

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