Henry Kissinger a los 100, todavía en libertad

Greg Grandin

Kissinger

Henry Kissinger debería haber caído con todos los demás: Haldeman, Ehrlichman, Mitchell, Dean y Nixon. Sus huellas estaban por todas partes en el caso Watergate. Sin embargo, sobrevivió, en gran medida gracias a su juego con la prensa.

Hasta 1968, Kissinger había sido un republicano de Nelson Rockefeller, aunque había figurado también como asesor del Departamento de Estado en la administración Johnson. Según los periodistas Marvin y Bernard Kalb, Kissinger se quedó atónito cuando Richard Nixon derrotó a Rockefeller en las primarias. «Lloró» es lo que escribieron. Kissinger creía que Nixon era «el más peligroso, de todos los hombres que se presentaban para tenerlo como Presidente».

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Kissinger abriera un canal secreto con la gente de Nixon, ofreciéndose a utilizar sus contactos en la Casa Blanca de Johnson para filtrar información sobre las conversaciones de paz con Vietnam del Norte. Siendo todavía profesor de Harvard, trataba directamente con el asesor de política exterior de Nixon, Richard V. Allen, el cual, en una una entrevista concedida al Miller Center de la Universidad de Virginia, declaró que Kissinger se ofreció, «por su cuenta», a pasar la información que había recibido de un ayudante que asistía a las conversaciones de paz [en París]. Allen describió a Kissinger como una persona de intrigas y misterios que le llamaba desde teléfonos públicos y hablaba en alemán para informarle de lo que había ocurrido durante las conversaciones.

A finales de octubre, Kissinger le contó a la campaña de Nixon: «Están abriendo el champán en París». Horas después, el presidente Johnson suspendió los bombardeos. Un acuerdo de paz podría haber impulsado a Hubert Humphrey [candidato demócrata en las elecciones presidenciales de 1968], que se acercaba a Nixon en las encuestas, en el camino a la cima. La gente de Nixon actuó con rapidez: instaron a los sudvietnamitas a desbaratar las conversaciones.

A través de escuchas telefónicas e interceptaciones, el presidente Johnson se enteró de que la campaña de Nixon le estaba diciendo a los survietnamitas «que aguantaran hasta después de las elecciones». Si la Casa Blanca hubiera hecho pública esta información, la indignación también podría haber decantado las elecciones hacia Humphrey. Pero Johnson dudó. “Esto es traición”, afirmó, tal como se cita en el excelente libro de Ken Hughes, Chasing Shadows: The Nixon Tapes, the Chennault Affair, and the Origins of Watergate. «Sacudiría el mundo».

Johnson guardó silencio. Ganó Nixon. La guerra continuó.

Esa Sorpresa de Octubre inició una cadena de acontecimientos que llevarían a la caída de Nixon.

Kissinger, que había sido nombrado consejero de seguridad nacional, le aconsejó a Nixon que ordenara el bombardeo de Camboya a fin de presionar a Hanoi para que volviera a la mesa de negociaciones. Nixon y Kissinger estaban desesperados por reanudar las conversaciones que habían ayudado a sabotear, y su desesperación se manifestó en su ferocidad. «‘Salvaje’ era una palabra que se utilizaba una y otra vez» al hablar de lo que había que hacer en el Sudeste Asiático, tal como recuerda uno de los ayudantes de Kissinger. Bombardear Camboya (un país con el que Estados Unidos no estaba en guerra), algo que acabaría quebrantando el país y provocando el ascenso de los Jemeres Rojos, era ilegal. De manera que tuvo que hacerse en secreto. La presión por mantenerlo en secreto extendió la paranoia dentro de la administración, lo que llevó a Kissinger y Nixon a pedirle a J. Edgar Hoover que interviniera los teléfonos de funcionarios de la administración. La filtración de los Papeles del Pentágono por parte de Daniel Ellsberg consiguió que Kissinger entrara en pánico. Temía que, dado que Ellsberg tenía acceso a los papeles, también pudiera saber lo que Kissinger estaba haciendo en Camboya.

El lunes, 14 de junio de 1971 -el día después de que The New York Times publicara su primera historia sobre los Papeles del Pentágono- Kissinger explotó, gritando: «Esto destruirá totalmente la credibilidad estadounidense para siempre…Destruirá nuestra capacidad de dirigir la política exterior con confianza…Ningún gobierno extranjero volverá a confiar en nosotros».

«Sin el estímulo de Henry», escribió John Ehrlichman en sus memorias, Witness to Power, «el presidente y el resto de nosotros podríamos haber llegado a la conclusión de que los papeles eran un problema de Lyndon Johnson, no nuestro». Kissinger «avivó la llama de Richard Nixon hasta ponerla al rojo vivo».

¿Por qué? Kissinger acababa de iniciar negociaciones con China para restablecer relaciones y temía que el escándalo pudiera sabotear esas conversaciones.

Aprovechando su actuación para avivar los resentimientos de Nixon, describió a Ellsberg como alguien inteligente, subversivo, promiscuo, perverso… y privilegiado: «Ahora se ha casado con una chica muy rica», le comentó Kissinger a Nixon.

“Empezaron a ponerse a tono mutuamente», recordaba Bob Haldeman (citado en la biografía de Kissinger escrita por Walter Isaacson), «hasta que ambos acabaron frenéticos».

Si Ellsberg salía indemne, le dijo Kissinger a Nixon, «eso demostraría que es usted débil, señor Presidente», lo que impulsó a Nixon a crear los Fontaneros, la unidad clandestina que llevó a cabo escuchas y robos, incluso en la sede del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate.

Seymour Hersh, Bob Woodward y Carl Bernstein publicaron artículos en los que acusaban a Kissinger de la primera ronda de escuchas telefónicas ilegales organizadas por la Casa Blanca en la primavera de 1969 para mantener en secreto su bombardeo de Camboya.

Cuando aterrizó en Austria de camino a Oriente Medio, en junio de 1974, y descubrió que la prensa había publicado más artículos y editoriales poco favorecedores sobre él, Kissinger celebró una improvisada conferencia de prensa y amenazó con dimitir. Fue, según todos los indicios, un giro audaz. «Cuando se escriba la historia», declaró, al borde de las lágrimas, «quizá se recuerde que se salvaron algunas vidas y que algunas madres pueden estar más tranquilas, pero eso se lo dejo a la historia. Lo que no dejaré para la historia es que se discuta mi honor público».

La táctica funcionó. Parecía «totalmente auténtico», afirmó efusivamente la revista New York. Como si retrocedieran ante su propia tenacidad repentina al sacar a la luz los crímenes de Nixon, periodistas y presentadores de noticias se unieron en torno a Kissinger. Mientras el resto de la Casa Blanca se revelaba como un puñado de matones de pacotilla, Kissinger seguía siendo alguien en quien podían creer los Estados Unidos. «Estábamos medio convencidos de que nada superaba la capacidad de este hombre extraordinario», afirmó Ted Koppel, de ABC News, en un documental de 1974 en el que describía a Kissinger como «el hombre más admirado de los Estados Unidos». Era, añadía Koppel, «lo mejor que tenemos a nuestro favor».

Ahora sabemos mucho más sobre los demás crímenes de Kissinger, el inmenso sufrimiento que causó durante sus años en cargos públicos. Dio luz verde a golpes de Estado y permitió genocidios. Dijo a los dictadores que mataran y torturaran con rapidez, vendió a los kurdos, y dirigió la chapucera operación de secuestro del general chileno René Schneider (con la esperanza de entorpecer la toma de posesión del presidente Salvador Allende), que acabó con el asesinato de Schneider. Su giro hacia Oriente Medio tras la guerra de Vietnam sumió a la región en el caos y preparó el terreno para crisis que siguen afligiendo a la humanidad.

Poco sabemos, sin embargo, de lo que vino después, durante sus cuatro décadas de trabajo con Kissinger Associates. La «lista de clientes» de la empresa ha sido uno de los documentos más buscados en Washington, por lo menos desde 1989, cuando el senador Jesse Helms exigió sin éxito verla antes de considerar la confirmación de Lawrence Eagleburger (protegido de Kissinger y empleado de Kissinger Associates) como subsecretario de Estado. Más tarde, Kissinger dimitió como presidente de la Comisión del 11-S para no tener que tener que entregar la lista para su examen público.

Kissinger Associates fue uno de los primeros participantes en la ola de privatizaciones que tuvo lugar tras el final de la Guerra Fría en la antigua Unión Soviética, Europa del Este y América Latina, ayudando a crear una nueva clase oligárquica internacional. Kissinger recurrió a los contactos que hizo como funcionario público para fundar una de las empresas más lucrativas del mundo. Más tarde, habiendo escapado a la mancha del Watergate, utilizó su reputación de sabio de la política exterior para influir en el debate público, en beneficio, podemos suponer, de sus clientes. Kissinger fue un entusiasta defensor de las dos guerras del Golfo y trabajó estrechamente con el presidente Clinton para impulsar el TLCAN en el Congreso.

El bufete también hizo caja con las medidas políticas puestas en marcha por Kissinger. En 1975, como Secretario de Estado, Kissinger ayudó a Union Carbide a establecer su planta química en Bhopal, colaborando con el gobierno indio y recabando fondos de los Estados Unidos. Tras la catástrofe de 1984 de la fuga química en la planta, Kissinger Associates representó a Union Carbide, negociando un mísero acuerdo extrajudicial para las víctimas de la fuga, que causó de inmediato casi 4.000 muertos y expuso a otro medio millón de personas a gases tóxicos.

Hace unos años, Kissinger donó a Yale sus documentos públicos a bombo y platillo. Pero nunca conoceremos la mayor parte de lo que ha ido haciendo su empresa en Rusia, China, India, Oriente Medio y otros lugares. Se llevará consigo esos secretos cuando desaparezca.

The Nation, 15 de mayo de 2023

Revise también

Alicia

Palos de ciego

Circunloquio Yayo Vicente Difícil para una persona formada en ciencias, no tratar de comprender y …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cambio Político
Este sitio usa cookies. Leer las políticas de privacidad.