Cuentos para crecer: La tía Miseria

La tía Miseria

La tía Miseria
Cuento folklórico de Puerto Rico

Había una vez una vieja a quien la gente conocía simplemente como la tía Miseria, que vivía en las afueras de un pueblito. La tía Miseria era pobre pero feliz. Tenía un jardín con verduras grandes, dos pollos grandes y sobre todo, tenía su árbol de pera.

Ay, ¡cómo le fascinaba su árbol de pera! Solía arrancar una pera del árbol y palpar su suave forma. Cuando le daba un mordisco a la pera, se echaba un suspiro y decía: “¡Ay, qué deliciosa, qué maravillosa, qué dulce!”

La tía Miseria era una mujer orgullosa que caminaba por el pueblo con la espalda bien derechita y con el pelo recogido en un moño. Aunque era muy vieja, su piel era lisa, con la excepción de algunas arruguitas alrededor de los ojos.

Pero la tía Miseria tenía un problema con los niños de la vecindad. Estos niños eran los bisnietos de los que la habían apodado la tía Miseria. De hecho, su vida había sido miserable por mucho tiempo. Los niños le corrían por todo el jardín, le pisoteaban todas las verduras y se burlaban: “Tía, tía, tía Miseria”.

Se trepaban al árbol, arrancaban algunas peras y las mordisqueaban. Con el jugo que se les salía chorreando por las esquinas de la boca, le decían: “Tía, tía, tía Miseria”.

La pobre tía se molestaba muchísimo. Se iba bajo el árbol y les decía: “¡Bájense de mi árbol ahora mismo!”

Pero los niños simplemente la miraban y se reían: “¡Tía, tía, tía Miseria!”

Sólo cuando los niños estaban listos se bajaban del árbol. Entonces correteaban por el jardín gritando: “¡Tía, tía, tía Miseria!”

¡La pobre tía! Tenía que volver a sembrar su jardín porque los niños se lo habían pisoteado todo. Entonces tenía que ir a buscar los pollos por los arbustos porque los niños los asustaban tanto. Lo peor de todo, éstos le comían sus dulces y deliciosas peras.

Una noche cuando estaba preparando la cena, oyó que alguien tocaba a la puerta. Cuando fue a ver quién era, había allí un hombre bajito y delgado con amigables ojos color café. Llevaba puesto un sombrero de paja. “¿Puedo pasar la noche aquí, por favor?” preguntó el hombre. “¡Hace tanto frío afuera!”

“¡Pues claro!” dijo la tía Miseria. “Entre, entre”.

La tía le sirvió un buen plato de arroz con habichuelas y bacalao.

Por la mañana dijo el hombre: “Tía, yo soy mago y como has sido tan generosa, te voy a conceder un deseo”.

“Un deseo—a ver, ¿qué puedo hacer? Tal vez voy a pedir plata; no, tal vez voy a pedir oro”. Entonces se detuvo y sonrió de oreja a oreja. “Sé lo que quiero. Una vez que alguien suba a mi árbol, que no pueda bajar hasta que yo diga las palabras mágicas”.

“De acuerdo”, dijo el mago. Se despidió y se fue andando por el camino.

Ese día los niños fueron a la casa. Como de costumbre, corretearon por todo el jardín burlándose: “¡Tía, tía, tía Miseria!” Se subieron al árbol y arrancaron algunas peras. Mordisquearon las peras y entonces tiraron los pedazos que no se habían comido a los gatos y los pollos. Tiraron las peras por todo el jardín.

Pero la tía no reaccionó como solía hacerlo. En vez de pararse bajo el árbol y gritarles, se fue a la cocina y de allí se trajo una taza de café. Se paró en el pórtico y se tomó el café con una gran sonrisa a flor de labios.

Los niños sabían que algo andaba muy mal. Ella nunca se comportaba así. Así que hicieron precisamente lo que ellos sabían que a ella le enfurecía. Dijeron: “¡Tía, tía, tía Miseria!”

Pero ella sólo se sonrió y sorbió su café y dijo: “Niños, bajen del árbol”.

“No, no estamos listos”, respondieron.

Finalmente los niños estuvieron listos para bajar del árbol de pera. Pero cuando trataron de bajar, se dieron cuenta que no podían. El hechizo mágico estaba funcionando.

“Tía, tía, por favor, déjanos bajar”, le suplicaron los niños. “Es muy tarde”.

La tía sorbió su café, miró a los niños, se sonrió y dijo: “¡No!”

Ay, los niños lloraron, rogaron y suplicaron. Finalmente la tía fue al pie del árbol y dijo: “Si los dejo bajar de ese árbol, ¿me prometen que nunca más volverán?”

Los niños respondieron inmediatamente: “Sí, sí”.

Así que ella dijo sus palabras mágicas: “Bajen, bajen, bajen de mi árbol”.

Los niños bajaron del árbol lo más rápido que pudieron. Le dieron una vuelta a la redonda al jardín, en vez de correr por el mismo medio, y no volvieron.

Ya la tía estaba muy feliz. Su jardín estaba en paz, sus pollos seguros y ahora tenía su árbol de pera para ella sólita.

Una tarde, cuando estaba preparando la cena y pensando en lo que había sucedido, oyó que alguien tocaba a la puerta. Pensó: Oh, mi amigo ha regresado.

Fue a la puerta. Había allí un hombre, pero no era su amigo. Era un hombre alto y delgado y cuando la miró a los ojos, ella sintió como si se estuviera cayendo en un hoyo profundo y oscuro. Sintió un escalofrío que le corrió por todo el cuerpo y luego dio un paso para atrás.

El hombre se acercó a ella. La miró a los ojos y le dijo: “Soy la Muerte ¡y he venido por ti!”

La tía Miseria pensó rápidamente. “Bueno”, suspiró, “yo sabía que ibas a venir. Pero antes de irnos, ¿podríamos bajar algunas peras para llevar con nosotros?”

“No, no”, dijo la Muerte. “Tengo una larga lista de gente que tengo que llevarme esta noche. ¡No tengo tiempo!”

Pero la tía siguió hablando de sus peras, de qué maravillosas y deliciosas eran para comer. Finalmente, la Muerte se dio cuenta que no iba a poder salir de allí a menos que cediera. “Ve y busca algunas peras”, dijo. “Quiero irme”.

“¿Yo?” dijo la tía. “Soy una viejecita. Mírate tú. Eres alto y joven—y además, parece como si te hiciera falta comerte una o dos peras”.

La Muerte estaba tan exasperada que dijo: “De acuerdo. Voy a bajar algunas peras”.

Así que subió al árbol y arrancó algunas peras. Arrancó unas por aquí y otras por allá y entonces ya estuvo listo para bajar. Pero no podía ir para ningún lado. ¡Estaba enredado en el hechizo del mago!

Ay, le dijo las cosas más terribles que ustedes jamás hayan oído—y probablemente algunas otras cosas que ustedes nunca hayan oído.

“Vieja, ¡hazme bajar ahora mismo!”

Pero ella no obedeció. Tan sólo le dijo: “Tírame una pera, por favor”.

Lo dejó en el árbol por un día, una semana, un mes, ¡un año! Finalmente el sacerdote del pueblo fue adonde estaba ella. “Por favor déjelo bajar”, le suplicó. “¡Nadie va a la iglesia porque saben que no van a morirse!”

La tía tan sólo se encogió de hombros.

Entonces el enterrador pasó por allí. “Por favor déjelo bajar”, dijo. “No tengo trabajo y mis hijos están hambrientos”.

La tía miró al enterrador y dijo: “Cambie de oficio”.

Finalmente, la amiga más vieja que tenía la tía fue y habló con la voz lenta, entrecortada. “Por favor … déjalo bajar. Estoy muy cansada y quiero irme … Todo me duele. Por favor … quiero morirme”.

La tía no pudo negarse al pedido de la amiga más vieja que tenía. Se fue al pie del árbol y le dijo a la Muerte: “Si te dejo bajar, ¿me prometes que nunca más volverás por mí?”

“Sí, sí”, replicó la Muerte. Estaba ya cansado de estar en ese árbol de pera.

Ella dijo las palabras mágicas: “Baja, baja, baja de mi árbol”.

La Muerte bajó, se inclinó sobre la anciana amiga, tiernamente la tomó en brazos y se fue corriendo por el camino.

La Muerte sí que cumplió su promesa. Así la tía vive y pervive. Y por eso es que algunos dicen que mientras la Muerte mantenga su promesa, habrá miseria en este mundo.

Olga Loya
Momentos Mágicos; Magic Moments
Arkansas, August House, 1997

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El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

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