En Babia

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

«Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». -Pedro Calderón de la Barca

Cada día que pasa estoy más y más en Babia. Me paralizo con mayor frecuencia, ante la salida del sol, el vuelo de los pájaros, una canción de antes, mi despertar por la mañana (después de tantas mañanas) y el recuerdo de tanta gente querida, ahora ida.

Cuando era niño, mi madre me decía, y también los maestros en la escuela: «muchacho, tú siempre estás en Babia». A veces me sacudían por el brazo para sacarme de esa condición desconocida. Pero solía recaer con mucha facilidad en ella durante esa etapa temprana de mi vida. Y ahora en mi octava década tengo que admitir que estoy teniendo una regresión hacia esa condición.

Por eso decidí hacer dos cosas. Primero, definir exactamente qué es esa condición y, segundo, delinear a través de los años de que se tratan esos momentos en Babia, determinar exactamente por qué me atraían y por qué espontáneamente mi mente se pierde ahí sin ton ni son, y qué encuentra.

Lo primero fue fácil. A través de una búsqueda en Google inmediatamente encontré, en el diccionario de la Real Academia Española, la definición de estar en Babia como “un estar distraído y ajeno a aquello de que se trata”. Encontré además que la expresión “estar en Babia” es sinónimo de estar ausente y debe su origen a una comarca de la provincia de León, España llamada Babia, donde la realeza acudía a pasar sus períodos vacacionales para distraerse de los problemas del reino. En mi caso, lo de estar en Babia, comenzó a ocurrir en un barrio de San Juan, Puerto Rico.

Mis primeros momentos de estar en Babia parecen haber sido frecuentes. En realidad, no sé si es que todos los niños a esa edad están en Babia. Pero recuerdo que a eso de los cinco años vivía asombrado con las cosas a mi alrededor. Al ver a otros niños con otras familias le preguntaba a mi madre: “¿y por qué yo estoy aquí con ustedes y no soy ese otro niño con ellos?”.

A mis 11 o 12 años, caminaba quizás uno o dos kilómetros hasta la escuela. Y por alguna razón lo hacía muchas veces en Babia. Imaginaba que mi cuerpo era una especie de submarino y que yo era un hombrecito que miraba todo a través de un periscopio en mi cabeza, incluso movía mi cabeza como si fuese un periscopio para observar las cosas que veía al andar.

Pero estar en Babia no es imaginar o pensar, es como un embeleso de la conciencia, un trance donde uno se enajena de reaccionar a lo inmediato, incluso a los pensamientos propios y solo se percibe un estar consciente. Es un estar siendo, un sin pensar, ni sentir, ni analizar, sólo ser. Se recuerda después, como una plenitud y uno trata de describirla y pensarla y acordarse de qué pasó y le da colores y sabores, pero en realidad allí solo había un existir. Y uno no puede controlar el entrar o salir de ese estado. Entra sin darse cuenta y se sale cuando alguien o algo de súbito clama la atención.

No sé si el estar en Babia es lo mismo que un trance de meditación, porque no creo que haya una técnica que garantice el alcanzar ese espacio interior de la llamada Babia. No hay mantras, ni rezos ni austeridades que garanticen, a través del esfuerzo, la entrada a ese estado de Babia. Sí, a veces coincide, que ocurre cuando uno está practicando alguna meditación, pero pienso que podría haber pasado en cualquier ocasión, solo que, si uno se pasa todo el tiempo haciendo algo, el momento de espontaneidad se da igual. Pero que pasa sin la técnica también. Es a lo que en lenguaje de la espiritualidad le llaman la gracia, ese inexplicable momento de luz interior que ocurre en cualquier parte, como regalo inesperado y espontáneo.

Ahora que la vida pasó casi toda y que ya estoy rumbo a la próxima estación, cada vez más pienso en esos estados porque, aunque fueron muy breves instantes de mi curso por la vida, ofrecieron revelaciones de un estar siendo que va más allá de las definiciones culturales, las corrientes kármicas, las filosofías, conclusiones, ideologías y creencias. Más allá de mi tarjeta de identidad de ego.

Me di cuenta de que estar en Babia es un asomo a lo que verdaderamente se asoma. No sé cómo describirlo o escribirlo, fuera de metáforas y analogías incompletas. Al regresar de esas comarcas indefinidas, trataba de entender qué pasó, aunque no tanto en mi niñez cuando había más continuidad entre la Babia y la llamada realidad y no me detenía en tratar de describir que pasó, solo me extasiaba en aquel ser siendo que pasaba sin querer, como una invitación a otra dimensión, que me llegaba de ningún sitio y sin ninguna razón.

De adulto joven, recuerdo una ocasión junto al mar, que al salir de aquel estado sentí como un desdoblamiento evolutivo, como imágenes en secuencia sobrepuestas en cámara lenta, como una filmación de un capullo floreciendo y vi o sentí mi forma humana desdoblarse desde un estado compacto atravesando por formas más complejas y pasando de un andar postrado a un andar erguido. Y sentí que todo lo que me rodeaba era un campo unificado, y que el mar y mis lágrimas eran parte de una misma agua. Fue como un despertar, un aterrizaje de un estado de ser solo siendo (sin querer saber que era) a un estado de solo ser.

Y los momentos de estar en Babia se dieron en ocasiones con características variadas, desde estar solo en parajes remotos, quizás conducentes a ese momento, a estar en medio de funciones oficiales, en conferencias de trabajo, en donde de momento algún interlocutor, se dirigía a mí y me extraía, sin saberlo, de la Babia donde él ni se imaginaba en donde yo estaba.

En Babia no hay horizontes, ni tiempo, ni punto de vista particular, solo una existencia consciente de existir, plena, donde la dicha que se percibe a través de texturas, sabores, música, vistas, fragancias, colores, relaciones, y amores. Se percibe sin mediación ni condicionalidad de nada, donde no hay dualidad. Es sólo el ser siendo en un punto sin tiempo ni dimensión. Una conciencia consciente de sí misma, en sí misma.

A veces trato infructuosamente, desde este presente, de entrelazar e identificar las coordenadas de esos momentos, para ver si hay un patrón que los defina, una direccionalidad que los ubique, una razón de ser que los explique, y una manera de determinar cómo no salirme de ellos. Pero llego a la conclusión de que es imposible. Es como si un personaje, de esos que aparecen en mis sueños, quisiera seguir siendo o entender quién es el que lo está o estuvo soñando, después que ha terminado el sueño.

De igual manera, sospecho que este personaje, que ahora escribe estas notas y trata de entender, qué es ese estado de estar en Babia, nace de ese ser siendo que le llaman estar en Babia, y que ese estado es verdaderamente el estar despierto, y que este personaje propio y todos los otros, que aparecen en el contexto de la vida, sólo son un sueño, un sueño de esa conciencia pura que se revela a veces, cuando uno cae en ese estado de estar en Babia. Y los sueños, sueños son.

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