Troles y democracia

Rodrigo Rivera

Rodrigo Rivera

La convicción y la práctica de resolver los asuntos de la colectividad en asambleas multitudinarias de ciudadanos y adoptar decisiones por votación mayoritaria, que los griegos denominaron demokratia, por muy razonable y éticamente recomendada, nunca fue cosa fácil. Pensemos en que la función judicial y por ende la solución de los litigios se cumplía votando.

El despertar de las pasiones, las personalidades seductoras y los oradores persuasivos, capaces de llevar al pueblo a decisiones desafortunadas estuvieron entre sus peligros más señalados. El ciudadano bien informado y dispuesto a considerar primero el bien de la colectividad sobre el propio, fue uno de sus supuestos esenciales.

Tan arriesgada forma de gobierno tuvo su sustento en que los griegos sabían que dos diosas cuidaban el equilibrio del cosmos y de los hombres: Tique, hija de Zeus, autorizada a decidir la fortuna de cualquier mortal, regalándole obsequios del cuerno de la abundancia o privándolo de todas sus posesiones y virtudes, si así le placía; y Némesis, antigua y temida diosa, encargada de castigar la hybris, la glotonería por el poder, la jactancia y/o la arrogancia del favorecido de Tique, la desmesura, diosa usualmente representada con la cabeza cubierta por un velo, simbolizando la impenetrabilidad de la justica divina. Hoy las diosas duermen.

Queriendo prevenir la temida intervención de Némesis sobre la comunidad, los atenienses inventaron el ostracismo, que consistía en una vez al año, decidir la expulsión de la polis por diez años, de las personas de popularidad indebida o de quienes por sus dotes oratorias se mostraban capaces de imponerle al pueblo sus puntos de vista constantemente, resultando tiranos u oligarcas en potencia. Y desde ahí la envidia, las pasiones, los rumores y la desinformación pusieron en evidencia su utilidad.

Es famosa la historia del político y gran militar Arístides apodado el Justo, héroe de las grandes batallas en que toda Grecia se jugó su libertad frente a los persas, Maratón, Salamina y Platea, quien abordado por un campesino analfabeto le pidió le escribiera el nombre de Arístides en el pedazo de ladrillo con que se votaba a favor o en contra del ostracismo de alguien, y al preguntarle si ese hombre le había hecho algún daño, respondió que ni siquiera lo conocía, pero estaba cansado de oír en todas partes que lo llamaran el Justo.
Lo que llamamos hoy democracia apenas es una pariente muy lejana de la demokratia de los griegos. Pero la práctica de la desinformación y el uso de rumores y mentiras es tan básico como camino a las pasiones que se le puede seguir una trayectoria continua hasta nuestros días. Ayudada tal práctica por la Internet y las redes sociales sus alcances se han magnificado. Estudiosos señalan el origen de las peculiaridades actuales de la práctica de la calumnia y la posverdad en los totalitarismos nazi y soviético que le enseñaron a los Estados la utilidad de desinformar al enemigo y mejor, a los propios ciudadanos para dirigirlos hacia donde los dirigentes del momento piensan que conviene.

La figura del troll se ha convertido en un arquetipo de los tiempos que corren. Su función es impedir la discusión, suspender el juicio crítico, evitar el raciocinio sumergiendo al auditorio en las emociones. Inducirnos a la hybris. En el fondo es un atentado contra el supuesto básico de las votaciones y las asambleas: el ciudadano informado. También es un ataque a la idea de que una sociedad de opiniones unánimes es más pobre y menos libre que una de tolerancia crítica y opinión plural. No basta saber ni decir que la maña es vieja, lo que hay que tener presente es que siempre hay un tirano u oligarcas esperando medrar en la sombra. Los ciudadanos de la polis no podemos ver con indiferencia tan innoble conducta, peor si es oficio.

¡Némesis poderosa y vengadora, despierta, que los Titanes están en las puertas y vienen a devorarnos!

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