¿Y ahora qué hacemos con la luna?

Conversaciones con mis nietos

Cuando el hombre viaje al espacio… ¿que encontrará? a sí mismo, sin cambios, porque no se habrá olvidado de sí, ni ejercido la caridad del perdón.Meher Baba

Arsenio Rodríguez

Las noticias se derraman torrenciales como siempre. Guerras, broncas políticas, gente disparando sus armas de fuego a otros, vanidades, consumismo, conspiraciones. Mientras la pura vida sigue viviéndose con sus misterios, heroísmos, humores, tragedias, cotidianidad etc. Dos cosas resaltaron este día. ¡Un cohete de practica a la luna para llevar de nuevo gente hasta allá (esta vez con mujeres tripulantes), y el hecho de que la ONU indicase que llegamos a los 8 mil millones de gentes!

Me acordé de tardes durante la reciente pandemia, cuando el aislamiento resultante se añadió al hecho de que ya casi soy octogenario. El único entretenimiento social restante, era caminar con un amigo, por un bosque que está muy cerca de donde vivimos. Y las caminatas se volvieron unos inéditos diálogos de Platón.

Porque hablábamos, sobre la naturaleza de la existencia y la condición de estar vivo, visto por ambos con la calma de la senectud, sin apuros de agenda, sin deseos de sobresalir, acumular o de procrear.

El bosque en sí, con sus varios lagos, vida silvestre y frondosos personajes, era un escenario maravilloso para enfocarnos en estas conversaciones. Compartíamos información de las fronteras del conocimiento y las noticias que descubríamos en el Internet. Cosas así, como, tratar de explicar el origen del universo y la interacción y función de sus varios elementos constituyentes.

Un día hablábamos sobre los billones de billones de células coordinadas, que forman nuestros cuerpos, o sobre las redes miceliales que comunican los árboles en su mundo de raíces, bajo tierra, y como los árboles más fuertes las utilizan para nutrir a los débiles. Otro día incursionábamos en temas sobre partículas subatómicas, donde no se aplicaban las leyes Newtonianas.

De ahí pasábamos a comentar, sobre los últimos descubrimientos relacionados con los ftalatos, químicos usados para suavizar el plástico, que están distribuidos ampliamente en los tejidos humanos, y su impacto negativo en la capacidad natatoria de los espermatozoides y por lo tanto la fecundidad humana. Y derivábamos hacía unos artículos recientes en The Lancet sobre la disminución de la población humana.

Mi amigo comentó que había leído, que el siglo XX presentó la mayor expansión poblacional humana conocida, de 1.6 mil millones en 1900 a 6 mil millones en el 2000, (¡de acuerdo con los últimos estimados de la ONU ya en el 2022 hay 8 mil millones)

Pero también hablábamos de que estudios demográficos muestran, que hoy en día, los países se enfrentan al estancamiento de la población y a un colapso de la fertilidad, a un retroceso vertiginoso y sin igual en la historia registrada, que hará que las fiestas de primer cumpleaños sean un espectáculo más raro que los funerales, y que las casas vacías sean una pesadilla común. Predicen que, para la segunda mitad del siglo, o posiblemente antes, la población mundial entrará por primera vez en un declive sostenido.

Conversábamos sobre esto, entre paso y paso de nuestra caminata; que un planeta con menos gente podría aliviar la presión sobre los recursos, frenar el impacto destructivo del cambio climático y reducir las cargas domésticas para las mujeres.

Pero a su vez, las tasas más lentas de crecimiento de la población durante muchas décadas (como proyectan los últimos censos de China y Estados Unidos) auguran ajustes difíciles de entender. Y debatíamos al andar, sobre lo que representaría una combinación de vidas más largas y baja fecundidad, o sea menos trabajadores y más jubilados como nosotros, lo cual trastocaría la forma en que se organiza la sociedad, en torno a la noción de que un excedente de jóvenes impulsa las economías y ayuda a pagar por los ancianos.

Según las proyecciones de un equipo internacional de científicos, para el año 2100, habría 183 países y territorios —de un total de 195— con tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo de su poblaciones. Nos reíamos y nos preocupábamos a la vez, por tanta cosa en vitrina y tan poco tiempo que nos quedaba para verlo, vivirlo y mucho menos entenderlo.

Los científicos predecían una disminución especialmente pronunciada para China, proyectándose un colapso poblacional de los 1.41 mil millones actuales a unos 730 millones para el 2100. ¡O sea que en China para esa fecha habría tantos jóvenes de 85 años como de 18! Incluso, comentó riéndose mi amigo, que las estadísticas muestran que ya hoy en día, en Japón, se venden más pañales para adultos que para bebés.

Por otro lado, sentíamos que estábamos viviendo un momento de encrucijada para la conciencia y la sensibilidad humana, la contraposición del “sálvese quien pueda” versus una nueva conciencia planetaria.

A ese punto hacíamos silencio de mente y palabra, y nos percatábamos de la belleza que nos rodeaba en el bosque, y cambiábamos de tema, para hablar entonces sobre la existencia, sobre la vida, sobre qué es el ser humano, quienes somos. Y coincidíamos, sin saber por qué, que el universo es un florecimiento de la existencia, un derrame turbulento de luz y de poesía, una explosión del amor para amarse. Y todo resultaba muy simple y totalmente inentendible, a la vez.

Al llegar al final de nuestras caminatas, siempre nos dábamos por vencidos. Sabíamos que no entendíamos nada, y que además el entender parecía que no era el objetivo de la vida, sino el Ser, y que el Ser no se piensa, ni se cree, el Ser se siente y se es. En fin, terminábamos, dándonos un abrazo de hermanos, sabiendo que después de tantos años vividos seguíamos sin entender nada.

La última vez que caminamos juntos nos acordamos, de una historia en verso que se le adjudica al gran poeta sufí, Hafez.

Cuenta esta historia, que una vez una botella de vino se cayó de un furgón y se rompió a campo abierto. Y que esa noche, cientos de luciérnagas y coleópteros e insectos de todo género, se juntaron a beber y a hacer fiesta. Todos estaban disfrutando del baile y la música de la vida. En eso la luna se alzó en el cielo. Y una de las criaturas dejando a un lado el ritmo, le comentó a otra, sin ninguna razón, “¿Y ahora qué hacemos con la luna?”. Hafez finalizó diciendo “la gran mayoría de la gente deja de oír la música de la vida, para lidiar con preguntas tan profundamente inútiles como esa.

Nos reímos ante el profundo significado de esta historia. De que se nos olvida la magia, el milagro de la vida, con las cosas de la vida. Que el asombro es reemplazado, por el pensamiento lógico, y el cantar, por el contar. Que el detalle nos hace perder la visión integral. Es como mirar una pintura maestra con una lupa, y tratar de apreciar la belleza sumando los puntos.

Le grité a mi amigo mientras se alejaba hacia su automóvil: «¡Oye, y ahora qué hacemos con la luna!»

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