Trump y Bolsonaro, un solo corazón

Por Roberto Pizarro*

Trump y Bolsonaro, un solo corazón

Trump y Bolsonaro se han convertido en referentes mundiales de una derecha peligrosa y violenta. Les disgusta la diversidad sexual y cultural, exaltan el militarismo y son enemigos de los inmigrantes. Ambos cuestionan el desarme nuclear, no creen en el cambio climático y han sido categóricos en la necesidad de aplastar las ideas de izquierda. Sus políticas unilaterales no ayudan a pacificar el mundo, exacerban a los violentistas de extrema derecha y añaden fuego a los conflictos internacionales.

Los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro se reúnen en Washington para fortalecer una amistad que nace de claras coincidencias ideológicas. Lo hacen en un momento trágico, cuando un grupo de supremacistas blancos han asesinado a 49 personas, inmigrantes musulmanes, en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch, en Nueva Zelanda.

El principal sospechoso del ataque, el australiano Brenton Harrison Tarrant, transmitió en vivo la masacre, con una cámara colocada en su casco. Según revela el New York Times (18-03-19), ese mismo día el individuo había dado a conocer un manifiesto en que se identificaba con Anders Breivik, terrorista de extrema derecha noruego, que mató a 77 personas en 2011 y también con Dylann Roof, supremacista blanco, que mató a 9 afroamericanos en una iglesia de Carolina del Sur, en 2015. Agregaba en su manifiesto un saludo al presidente Trump como “símbolo renovado de la identidad blanca”.

Trump y Bolsonaro se han convertido en referentes mundiales de una derecha peligrosa y violenta. Les disgusta la diversidad sexual y cultural, exaltan el militarismo y son enemigos de los inmigrantes. Ambos cuestionan el desarme nuclear, no creen en el cambio climático y han sido categóricos en la necesidad de aplastar las ideas de izquierda. Sus políticas unilaterales no ayudan a pacificar el mundo, exacerban a los violentistas de extrema derecha y añaden fuego a los conflictos internacionales.

El presidente de Brasil no vacila en destacar su admiración por la dictadura militar de 1964-1985 y en respaldar el uso de la tortura contra opositores de izquierda. Su cuestionamiento al PT y a Lula va más allá de la coyuntura. Se propone terminar con la influencia del socialismo en Brasil: “No podemos seguir coqueteando con el socialismo, el comunismo, el populismo y el extremismo de izquierda.”

Por otra parte, Bolsonaro se ha propuesto combatir el crimen en las ciudades y en el Amazonas, entregando a la policía autoridad para abrir fuego contra supuestos delincuentes. Paralelamente, ha dicho que modificará las leyes para permitir que los brasileños puedan comprar y utilizar armas. La presencia de ocho generales en su gabinete no resulta casual. La militarización de Brasil ha comenzado.

También el presidente de Brasil ha cuestionado el pacto migratorio de Naciones Unidas y anuncia su retiro, siguiendo la política de Trump sobre un tema de alta sensibilidad para la Humanidad.

En esos temas, como en varios otros, las coincidencias de Bolsonaro con Trump son manifiestas. “Soy un admirador del presidente Donald Trump. Él quiere un Estados Unidos grande; yo quiero un Brasil grande”, dijo en su primera conferencia de prensa, después de su aplastante triunfo. Por ello, resulta peligrosa una reunión, además secreta, entre los líderes de los dos países más grandes de América.

El presidente Trump ha colocado en el centro de sus políticas el tema migratorio. Ha atacado persistentemente la caravana de migrantes centroamericanos que intenta llegar a los Estados Unidos, militarizando incluso la frontera con México. Además, durante todo su mandato ha perseverado en la construcción de una muralla que impida el tránsito entre los dos países de América del norte.

Trump, además, en su discurso sobre el estado de la Unión, de febrero de este año, fue enfático en señalar: “Esta noche renovamos nuestra determinación de que los Estados Unidos nunca será un país socialista”. Atacaba, por cierto, al gobierno venezolano; pero, también, golpeaba a su eventual competidor demócrata, Bernie Sanders, quien se ha declarado socialista democrático.

Existen claras coincidencias entre ambos líderes, y no sólo sobre Venezuela. En su reunión privada se desahogarán contra los inmigrantes, los musulmanes, la diversidad sexual y el socialismo. Rechazarán, con fuerza, el multilateralismo, así como cualquier reivindicación progresista.

La presencia de la extrema derecha a la cabeza de los dos países más grandes de América no anuncia nada bueno para nuestra región, ni para el mundo. En realidad, no se trata de algo aislado. La xenofobia, el autoritarismo, y el cuestionamiento a las ideas liberales y socialdemócratas recorren Europa. La ultraderecha con Salvini en Italia, Orban en Hungría, Strache en Austria se encuentra en posiciones de poder y, en otros países tiene suficiente peso para marcar la agenda política: UKIP en el Reino Unido, el Frente Nacional en Francia y Alternativa por Alemania.

Los años venideros será difíciles para la democracia, la libertad y las posiciones progresistas.

La crisis económica de 2008 alimentó el descontento en Europa y los Estados Unidos. La clase obrera y los sectores medios han visto seriamente afectadas sus condiciones de vida Los partidos socialdemócratas, liberales y conservadores han sido incapaces de atender sus demandas. Se colocaron junto al capital financiero, hicieron recortes de los servicios públicos y favorecieron la desprotección social.

La incapacidad de los políticos tradicionales sentó las bases para la derechización de gran parte de Europa y los EE.UU., y ahora de Brasil. Por su parte, las invasiones y guerras en Irak, Siria y Libia multiplicaron la crisis de los refugiados y ampliaron la xenofobia y el nacionalismo, cuestionando incluso el proyecto de la Unión Europea, como ha sido evidente en el caso del Brexit.

Por su parte, en América Latina la “izquierda del siglo 21” y el progresismo no fueron capaces de implementar un modelo alternativo al neoliberalismo. No impulsaron políticas de transformación productiva y continuaron con el extractivismo rentista. Tampoco llevaron a cabo políticas sociales universales, aceptando la focalización. Y, lo más grave de todo, se consumieron en la corrupción.

Estados Unidos, luego de décadas de relaciones distantes con Brasil, ha encontrado en Bolsonaro un estrecho aliado. Ambos gobiernos no sólo intentan unir fuerzas para derrocar a Nicolás Maduro, sino a partir de ahora comparten una misma geopolítica “que tendrá un profundo impacto no solo en este hemisferio, sino en todo el mundo” (John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional de Trump).

Trump y Bolsonaro son ahora un mismo corazón y se han convertido en referentes de una derecha peligrosa y violenta. (En El Desconcierto, 20.03.2019)

* Economista, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía. Fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación, embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile). Columnista de diversos medios, entre ellos El Desconcierto y MUNDIARIO.

Anexo:

Reporte desde el manicomio

Por David Brooks-La Jornada

Los corresponsales y muchos periodistas en EU (Estados Unidos) asignados a cubrir al régimen de Trump tenemos la tarea de reportear las noticias desde dentro de un manicomio, con internos que hablan y operan como si todo fuera normal, y la respuesta de casi todos los gobiernos y cúpulas alrededor del mundo también pretenden que no hay nada raro aquí (aunque se sabe que en privado dicen lo obvio).

Para muchos de nosotros, como periodistas, el dilema es si reportar todo como lo hacíamos antes de la llegada del bufón peligroso, y con ello otorgar credibilidad y “normalidad” al rey del manicomio y sus cómplices, sólo porque representan el poder político de esta última superpotencia, o si ya nombrar las cosas como son.

Me escapé un ratito del siquiátrico para ofrecer sólo algunos ejemplos de lo que sucede aquí adentro:

Este fin de semana Trump atacó, una vez más, a Saturday Night Live, el añejo programa de comedia y sátira, y pareció amenazar con una acción federal en su contra, indicando que las agencias electorales y de comunicaciones deberían de investigar el show. Peor aún, el episodio era una repetición del originalmente transmitido en vivo en diciembre.

No es la primera vez que este presidente decide que los comediantes son sus enemigos.

Trump, en una entrevista con el sitio ultraderechista Breitbart News, pareció advertir de represión violenta contra opositores al comentar que tiene el apoyo de la policía, los militares y los Bikers for Trump (los clubes de motociclistas) y que podrían ser “muy malo” si tuvieran que entrar en acción.

Tambien decidió renovar ataques contra el venerado senador republicano John McCain, quien falleció en agosto del año pasado, por entregar a la FBI materiales relacionados a la influencia rusa en las elecciones, y acusando que “él tenía ‘manchas’ mucho más graves” en su historial y que era último en calificaciones de su generación en la Academia Naval.

El mes pasado, Robert Kraft, dueño de los Patriotas de Nueva Inglaterra, campeones del Supertazón –amigo del presidente–, fue arrestado junto con varios ejecutivos en una investigación federal de prostitución y tráfico de mujeres, después de que fue captado usando los servicios de un spa en Florida. La fundadora de la cadena de estos lugares es la empresaria china Cindy Yang. Aunque aparentemente ya no era la dueña y no ha sido acusada en este asunto, se reveló una serie de otros negocios que posee en los que ofrecía “acceso” al mundo de Trump. De hecho, circula una foto de ella con el presidente viendo el Supertazón.

El régimen de Trump anunció el pasado viernes que prohibirá la entrada a Estados Unidos al personal de la Corte Penal Internacional si intentan investigar a Estados Unidos por abusos de derechos humanos en las guerras de Afganistán y otras. La Unión Estadunidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) denunció este intento “sin precedente” de evitar la “rendición de cuentas” por crímenes de guerra y que “apesta a las prácticas totalitarias que caracterizan a los peores abusadores de derechos humanos”.

Cuando Trump fue a Alabama hace una semana para visitar a las comunidades devastadas por torbellinos, asistió a una iglesia donde se le ocurrió firmar Biblias, como si fuera el autor.

Uno de cada cuatro votantes creen que Dios quiso que Trump ganara la elección en 2016, según una reciente encuesta de Fox News.

Estas son sólo algunas de las noticias desde el manicomio; no hay desabasto. La simple tarea de navegar entre las mentiras y engaños es agotadora. En 773 días en la Casa Blanca, Trump ha hecho 9 mil 14 afirmaciones falsas o engañosas, reporta el Washington Post.

Es como esa broma: dos internos están en un manicomio y uno le dice al otro “yo soy el rey”, y el otro pregunta “¿Quién dijo?” El otro responde: “Dios”. Desde otro cuarto se escucha otra voz: “Nunca dije eso”.

Bueno, ya están cerrando las rejas del manicomio y dicen que me tengo que regresar o que me quedaré afuera. ¿Cuál es la decisión correcta para los que tenemos que reportear todo esto?

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