Tomemos un trago de espacio

Conversaciones con mis nietos

El hombre sólo progresa elaborando lentamente, época tras época, la esencia y la totalidad de un universo que yace en su interior.Pierre Teilhard de Chardin

Arsenio Rodríguez

Salí a caminar de nuevo, una larga caminata. Me acompañaban recuerdos entrelazados durante dos siglos de cuentos, de vivos y muertos. Momentos rememorados, una caravana de escombros, jardines florecidos y desiertos.

Reflexionaba sobre mi vida, mis relaciones con los demás, los logros y equivocaciones, lo aprendido, lo olvidado, lo perdonado y la secuela de enredos, que aún en mi senectud, capturan parte de mi consciencia.

Todo visto a través de mi mente, interpretando procesos y experiencias, en estos escenarios de materia y energía, que, con sus innumerables conformaciones, constituyen los materiales de la evolución, la historia y mis propios cuentos.

Pensaba sobre las teorías sobre la vida en general, y de mi participación particular en ella. Es decir, de la evolución del universo, hasta mi nacimiento y recorrido, a través de ocho décadas. En fin, un andariego, recordando lo andado.

Caminaba junto a la playa, en una noche estrellada, repasando lo asimilado de libros, conversaciones, cursos, y soledades, en torno a la historia humana. Comparaba los puntos de vista, sobre el origen de la vida, enmarcados en diversas cosmovisiones; la materialistacientífica, la religiosa-dogmática y la espiritual. O sea, o desde que surgimos a partir de una sopa primordial de moléculas, surgida de una congregación de átomos, cocinados a fuego intenso de estrellas, o según dicen los mitos creacionistas contados por las diferentes religiones.

Repasaba los hitos de la historia humana con base en las diversas teorías, observaciones, opiniones y creencias, a las que había sido expuesto. El paleolítico, el neolítico, la esclavitud, la inquisición, el renacimiento, la compasión del Buda, el sacrificio del Cristo, el amor de Francisco de Asís, el encuentro de los hemisferios, los mandarines de la China, los vedas de la India. La imaginación humana, la creatividad literaria, las artes plásticas, la música, la ciencia, la poesía. Desfilaban por mis pensamientos.

Pensaba también, en nuestra incomparable maldad como especie hacia otras formas de vida, y aún hacia nuestros semejantes. En la ignorancia, en el egoísmo supremo, en la avaricia que exhibimos.

Me preguntaba ¿cómo pasó, que las grandes religiones derivadas de maestros que enseñaban el amor y la compasión se convirtieron en instrumentos para avasallar a otros? Ponderaba sobre la gran diferencia que existe entre la espiritualidad y la religión. En el progreso de la civilización humana al sobrepasar la superstición con la ciencia, pero suprimiendo la belleza de la espiritualidad y la vida interior, con una cosmovisión absolutamente materialista y racionalista.

También me decía ¿cómo es posible que en un mundo tan hiperconectado como el actual, donde la red de sustento de la vida biológica, económica y espiritual se hace tan patente, predomine, el sálvese quien pueda, en vez del amor, aun cuando sabemos cada vez más que todos estamos en el mismo barco.

Venían a mi mente las pandemias, el cambio climático, el consumo desenfrenado, la superficialidad, la desigualdad económica y la polarización política, que reinan hoy desbocadas en este planeta atiborrado de gente.

Y al ritmo de mis pasos, me venían tantos nombres, tantas gentes, que no cabían en mi memoria, y mucho menos en este recuento.

Sí, esa noche caminando bajo el manto del universo sentí el paso inexorable de la vida, a pesar de toda la historia que se lee, de lo que uno cree y se cree, y de los cuentos que nos hacemos. Sentí que hay una verdad, que está más allá de este torbellino, un amor profundo que da sentido al mundo, desde las entrañas de los átomos, hasta las luces de las más lejanas estrellas.

Que la vida, es una expresión del amor de la existencia, que se expresa a través de la añoranza, la búsqueda y la felicidad del reencuentro. Que la existencia no puede añorarse en su singularidad y tiene que fluir a través del romance de la vida. Que la vida es la posibilidad imaginada de la existencia para expresar el amor, para escuchar el concierto de su canción, para desplegar y admirar los colores de su lienzo.

Que el otro, es el reflejo en su espejo. Y la reverberación del otro en multitud es la expresión de la creatividad y la imaginación de la única existencia, que se pierde en sí misma, en un juego a las escondidas con su propio Ser.

Así, cada vez que la unicidad se encuentra en sus múltiples imaginados otros, resuena sin tiempo, un concierto de luz en la conciencia, un amanecer de amor, música y color.

Como decía José Saramago, “Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio«.

Mi mente, preocupada por la situación del mundo, sobre esto y aquello, y mis nietos, escuchó una voz interior que susurró:

El sol, cuando explota en tremebundo estallido, emite caricias que se derriten en luz, que alimenta las hojas de plantas lejanas. Las moléculas de clorofila las reciben excitadas con gran ternura. Y en agradecimiento, producen alimento que sostiene las manos de Da Vinci y el alma cantora de Francisco de Asís. La ternura violenta de la relación entre el sol y la clorofila hace posible la vida, la belleza y el amor.

Terminando mi caminar ya veía los primeros techos de las casas del vecindario aledaño a la playa, y miré nuevamente al firmamento con su interminable despliegue y pensé. Los techos nos protegen de las inclemencias del tiempo, pero nos esconden las caricias de las estrellas. Y a veces, uno necesita tomarse un trago de estrellas, para sobrellevar la soledad del corazón. A veces, unos cuantos tragos de espacio con estrellas, nos ayudan en el dolor de la espera.

Así, que busqué en el espacio, el mango del cucharón formado por las estrellas de la Osa Mayor, y me serví un trago grande de espacio con estrellas. Ah, la de cosas que uno puede hacer, cuando no está ese techo que delimita nuestra mente y enjaula nuestro corazón.

Continuemos pues, cada uno nuestra caminata, escribiendo nuestro libro de la vida, sin techos, a la intemperie, con páginas mojadas transparentes, ¡salpicadas de lágrimas y risas y de estrellas brillantes, derramadas con nuestro último trago de espacio!

Abandona lo cotidiano un momento. Permite que tus sentidos y tu cuerpo se expandan, como una estación añorada.
Por sobre las praderas, los litorales y las colinas. Súbete al Techo.
Haz una nueva marca para medir tu emoción y tu amor.
” -Hafiz

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