¡Qué pereza con las leyes!

Luis Paulino Vargas Solís

Luis Paulino Vargas

A Rodrigo Chaves las leyes le producen “algo”. Rasquiña en las nalgas, tiesura en la nuca, punzadas en la espalda, retortijones y ruidos extraños en las tripas, insomnio, falta de apetito, mal aliento y eructos.

Baste mencionarle la palabra “leyes” y el hombre queda prisionero de una reconcomia mortal. Ni se le ocurra decirle que debe conocer y cumplir las leyes, porque, entonces, veremos un yeyo de los bravos, un verdadero soponcio presidencial.

El presidente está persuadido de que sabe de todo, como está persuadido que, de ese todo infinito de cosas, sabe mucho más de lo que pueda saber ningún otro ser humano, y mucho más de lo que pueda saber la suma de todos los seres humanos juntos.

Por lo tanto, la obligación del resto de la humanidad -al menos la humanidad que vive en el territorio de Costa Rica- se desgaja en tres grades componentes: 1) escuchar con máxima atención al presidente; 2) pronunciar un sí sonoro y retumbante ante cualquier cosa que él diga; 3) atender con máxima presteza cada una de sus órdenes.

Que precisamente en eso consiste ser jerarca de este gobierno: en dar cumplimiento estricto, puntilloso, sumiso y servicial, a cada una de esas tres condiciones que acabo de enumerar.

Y siendo que en la persona del presidente Chaves se reúne y sintetiza toda la sabiduría del universo, de suyo cae que cualquier norma constitucional o cualquier ley que a él no le guste, está mortal e irremediablemente equivocada, en cuyo caso debe ser ignorada, barrida debajo de la alfombra, y preferiblemente borrada de todos los códigos habidos o por haber, la Constitución incluida.

Todo lo cual, ha de darse como por ensalmo divino: si lo dijo el presidente, la norma o ley de que se trate instantáneamente desaparece.

De ahí que el presidente lance misiles atómicos contra el Poder Judicial, la Asamblea Legislativa o la Contraloría, o, en fin, contra cualquiera que, de una u otra forma, se preocupe por el respeto a las leyes y a la Constitución.

El asunto no es simplemente que le enfurezca que le hagan ver sus errores y su ignorancia. Peor aún es que le recuerden que es su obligación, como presidente de Costa Rica, conocer y acatar las leyes y la Constitución y hacerlas cumplir.

Para Chaves, como para su adlátere Cisneros, todo esto es muy útil a fin de echarle gasolina a la hoguera de odio irracional e intolerancia que carga consigo la fanaticada chavista. Conforme más incandescente las estridencias presidenciales, más enardecidos los tambores de guerra de sus adoradores.

Y, entretanto, clausurado cualquier posibilidad de diálogo y entendimiento racional, y en un país cuarteado por el conflicto, las cosas se ponen al rojo vivo, cada vez peor y peor, sin que se aviste ninguna salida del túnel.

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