Los creadores de ilusiones

Conversaciones con mis nietos

«Quien controla el lenguaje, las imágenes, controla la raza humana«. George Orwell.

«El hombre es un animal crédulo y tiene que creer en algo, en ausencia de buenas cosas en que creer, se contentará con las
malas
«. Bertrand Russell.

Arsenio Rodríguez

La consciencia de estar vivo ocurre sin uno saber por qué. Se llama nacimiento. Es una sensación de ser, de ser testigo de una aparición y de un universo circundante. Uno está sorprendido de estar con el cuerpo y las circunstancias.

Al principio, no hay pensamientos, solo una tenue y sutil sensación de ser. Una impresión de haber aterrizado de repente en algún lugar, como esos momentos iniciales cuando uno despierta de un sueño profundo, en una tierra extranjera después de un largo viaje. En los primeros instantes uno no sabe quién es, ni dónde está, simplemente está consciente de que es. Es como estar en una especie de trance mágico, descubriendo el entorno y el cuerpo. Y ahí están esos seres gigantes inmediatos, los padres, que dan cariño, protección y programan tu identidad.

Hace dos días estaba en el gimnasio. Ahí voy a caminar en una trotadora, para mantener el corazón marchando, a pesar de la edad y su masiva reparación de hace unos años. Me sostengo del manubrio del aparato para poder cerrar los ojos, mientras oigo música caribeña, mágicamente transportada a mis oídos desde ese aparatito celular, que todos cargamos ahora. Otro cliente del gimnasio se me acerca para usar la trotadora vecina, y me dice “oye estas caminado con los ojos cerrados”. Sí, le digo, es que al frente tengo el canal de televisión de Fox, hablando sobre Trump y elogiando sus últimas hazañas.

Y eso me hizo acordar cuando leí en mi juventud el libro 1984 de Orwell, con su descripción de las telepantallas que proyectaban los minutos de odio, que todos tenían que ver. Y se me fue la mente mientras caminaba a ritmos de bachata, merengue y salsa, a pensar sobre la vida, nuestra historia humana, nuestra credulidad y la muerte.

Dicen que hace un par de miles de millones de años, un punto denso en el Universo, un súper átomo, explotó, tal vez por un capricho, o por algún dogma natural desconocido o principio divino. Y que en ese momento comenzó todo. La energía se enfrió gradualmente y se condensó en galaxias, sistemas solares y los planetas. Y que en los últimos minutos y segundos de ese «día de creación», emergió la vida, nuestra especie y nuestra “civilización” actual.

Somos el resultado de miles de millones de años de evolución planetaria. Cada generación de seres humanos de todas las culturas del mundo tiene la oportunidad y la obligación de continuar con lo mejor de las generaciones anteriores o de transformarlas en lo peor.

Parece ser que hoy, en este nuevo milenio, nos encontramos en una encrucijada planetaria. Por un lado, hemos desarrollado herramientas de conocimiento, manipulación tecnológica y comunicación que nos ayudan a comprender mejor nuestro mundo, a utilizar sus recursos de manera más productiva y a darnos cuenta, de que todos formamos parte de la misma humanidad. Por otro seguimos con los mismos impulsos egoístas de siempre, el sálvese quien pueda, y la ignorancia del milagro de ser y estar vivos.

Poseídos de un materialismo ilusorio que socava las bases maravillosas de nuestra existencia. Vivimos en el miedo, la insensibilidad ante el sufrimiento de los demás y la falta de respeto a la vida. Y nos creemos los cuentos de aquellos que insisten en mantener esa ignorancia y apagan cualquier intento de crecimiento de sensibilidad y compasión, con el volver atrás a los prejuicios, las broncas, el aislacionismo en un mundo que inevitablemente evoluciona hacia una humanidad más consciente del contexto inseparable de la vida.

Los medios de comunicación modernos, con dispositivos que alcanzan a la mayoría de la humanidad siguen transmitiendo principalmente el mensaje de que hay que «tener» para «ser». Y los políticos utilizan eficazmente estos medios y los miedos de la gente, para crear un juego de ilusiones, recibir aplausos y consolidar su poder.

Nuestras mentes se vuelven insensibles o se incitan ante la procesión de imágenes televisadas que continuamente retratan, en una extraña mezcla de ficción, noticias y publicidad, los instintos más notorios y bajos de nuestra humanidad. Los medios de comunicación modernos, como los trovadores de antaño, tienen la capacidad de inspirar o inflamar, de informar o manipular, de educar o hipnotizar. Su función es interpretar y transmitir mensajes y símbolos a las masas de humanidad a través del sonido, imágenes y las señales gráficas que nos interconectan.

Los medios de comunicación de hoy tienen un poder tremendo. Pueden servir para promover temas sociales para un nuevo tipo de humanidad, a través de mensajes que pueden cambiar la sociedad para una realidad humana mejor y más compasiva, promoviendo los sentimientos más nobles de altruismo, compasión y perdón que coronan nuestro espíritu humano. O pueden avivar las ilusiones de falsa felicidad alimentadas por los fuegos del egoísmo, el odio y la codicia. Hoy en día vemos el éxito que han tenido estas ilusiones de volver atrás, de ignorar la realidad de la unicidad de la vida, y de que todos estamos en el mismo barco.

Y esto está ocurriendo, no solo en este país-imperio, donde nacen la mayor parte de los modelos de comunicación masiva y redes sociales, sino en muchos otros, donde la gente, asustados ante la disolución de las creencias fijas, el nacionalismo, la mezcolanza de las gentes del planeta más allá de sus contextos tribales, y el surgir de ideas nuevas, que confunden y atentan contra las rígidas creencias que dan seguridad, a la inherente credulidad humana.

Sí, hay una crisis existencial, pensé mientras aligeraba el paso en la trotadora, escuchando la Bilirrubina de Juan Luis Guerra. Porque los modelos intelectuales e interpretativos del pasado, el mundo de los poderes de gobierno, el mundo de la conquista, el mundo donde la naturaleza era un producto de consumo, donde prevalecía una moral de cielo e infierno, y una ciencia reduccionista ya no ofrecen albergue, a las inquietudes humanas. A la realidad de un planeta íntimamente conectado en el chisme instantáneo de redes audiovisuales, migraciones y matrimonios interculturales, la globalización del consumo, y de crisis ambientales y de salud, y de una dilución de los arquetipos del género. Y esto trae consigo que todo un bagaje de preceptos mentales establecidos esté siendo ignorado, y desafiado. Cunde el pánico. Y surgen los movimientos con el lema “todo tiempo pasado fue mejor”.

Abrí los ojos un momento, en la pantalla del televisor frente a mí, estaba el Sr. Trump firmando un decreto, el tamaño de la firma que enseñó seguramente indicaba algo importante. Fueron varios momentos y varias firmas de decretos. El primero puede ser quizás, uno de los más importantes pasos dados por este país en su historia; renombrar al Golfo de México. Todos sabemos lo necesario que esto es, para generar confianza a los ciudadanos de Estados Unidos. Si, y no solamente esta cambio de nombre va a hacer al país grande de nuevo, sino va a ser más grande todavía, al incorporar a Canadá, Groenlandia y Panamá.

Y coincidió, que en ese momento terminé mi hora de ejercicios, justo escuchando esta línea en una pieza de salsa nacida a la luz de María, aquel huracán que azotó a Puerto Rico. “Las cosas están malas, malas”.

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