La vergüenza que perseguirá a Netanyahu será mucho mayor que la que intentó evitar

Por Gidi Weitz

Primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu

El mito de Bibi como “protector de Israel” se ha roto. “Se acabó”, afirma un alto cargo de la coalición gobernante. “El Gobierno no sobrevivirá a esto”

“Mi marido es el más fuerte del mundo. Como primer ministro, está defendiendo y protegiendo al país. Nunca han sido tiempos tan buenos para el país. […] Es un líder admirado en todo el mundo”, dijo la esposa del primer ministro, Sara, en 2018, en el interrogatorio policial en el Caso 4.000, uno de los tres casos de corrupción por los que Netanyahu, que no su esposa, está siendo juzgado actualmente.

“En tres días, estaré con él en la Casa Blanca. Le recibirán como a un rey. Le admiran en todo el mundo, los dirigentes e incluso gran parte de la sociedad. […] En la calle, en Nueva York, se ponen de pie y le aplauden, y en Australia también. […] Es simplemente un líder admirado, que hace grandes cosas por el pueblo de Israel. […] Los medios lo masacran, lo masacran, lo masacran, lo masacran, lo masacran”.

El material de investigación de los tres casos de corrupción por los que Bibi está siendo juzgado no sólo proporciona una clave para entender las sospechas criminales contra el primer ministro. Proporciona una visión de la mentalidad de la familia que controla nuestro destino. En sus mentes, Netanyahu –al igual que el Estado de Israel– es el gran poder que se enfrenta al peligro de exterminio.

“Mi padre se ocupa de las cosas más importantes del mundo, de la supervivencia diaria del pueblo judío”, aseguró Yair, el hijo del primer ministro, en otro interrogatorio policial. Con sus habituales malas formas, también se quejó de la “caza de brujas” que estaba sufriendo su familia por parte de lo que denominó como la versión israelí de la Stasi de Alemania Oriental, casi al estilo de la Gestapo.

“Bibi dice: ‘Si yo caigo, cae el pueblo judío’”, afirmó el magnate de Hollywood Arnon Milchan, cuyos regalos al primer ministro son la base de otro de los tres casos de corrupción, en el que Milchan no está acusado. El primer ministro, según Milchan, está convencido de que está salvando a los judíos de un segundo Holocausto en un momento en el que poderosas fuerzas están trabajando para desalojarlo de su cargo.

Durante el interrogatorio, el propio acusado expresó su sentimiento de persecución: dijo que los representantes de las élites han emprendido una guerra contra él a pesar de que él solo salvó la economía israelí y detuvo el programa nuclear iraní mediante una serie de decisiones dramáticas que tomó con la oposición de los burócratas del Ministerio de Finanzas y de los mandarines de Defensa. Netanyahu tiene una necesidad obsesiva de apropiarse de cada logro y presentarse como un líder completamente solitario, un Gulliver entre los liliputienses.

También es el argumento más sólido de la acusación que la opinión pública presentará contra él por su culpabilidad en la imprudencia que condujo al baño de sangre en el sur del país y a la guerra.

Si Netanyahu hubiera actuado de acuerdo a las medidas de gestión que se impuso a sí mismo en el pasado, se habría enfrentado a la justicia, habría dimitido y se habría ido a casa. En su autobiografía, publicada en inglés con el título Bibi: Mi historia, relata que el principal impulso que le llevó a conseguir la liberación del soldado israelí cautivo, Gilad Shalit, en 2011, a manos de Hamás –con el telón de fondo de las protestas por la justicia social en Israel en aquel momento– fue su comprensión de que necesitaba el apoyo generalizado de la opinión pública antes de dar un paso que podría acabar en guerra. Eso sería un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán. En su opinión, un líder sin el apoyo y la confianza de la opinión pública no puede gestionar una guerra.

Por tanto, alguien que fracasa a la hora de proteger a los ciudadanos del país debe sacar conclusiones.

“Las personas que han fracasado no pueden llevar a cabo las reparaciones”, sermoneó el entonces líder de la oposición Netanyahu al primer ministro Ehud Olmert tras la Segunda Guerra del Líbano, pidiéndole que dimitiera. En su testimonio ante la Comisión Winograd, que investigó los fallos de Israel en la guerra, Netanyahu dijo que, en su opinión, el principal responsable de la seguridad del país no era el ministro de Defensa, sino el primer ministro.

“La responsabilidad de la seguridad del país es del oficial al mando, el primer ministro”, dijo. “No se puede nombrar primer ministro en un país como Israel a alguien que no tenga algún tipo de capacidad para dar forma a una concepción político-militar, porque entonces los sistemas [subordinados al primer ministro] tienen el control en lugar de ser controlados”. Un hombre que dijo que “la debilidad produce guerra” ha llevado a Israel a su situación más vulnerable desde su fundación.

Esta semana, Netanyahu decidió señalar con el dedo acusador a ese viejo y conocido enemigo. En las sesiones informativas que él y sus colaboradores ofrecieron a periodistas de alto nivel, se quejaron de que el primer ministro estaba siendo crucificado por los medios de comunicación desde las masacres de israelíes del 7 de octubre, que se le estaba presentando como un líder débil a los ojos del otro bando y que esto estaba animando a Hezbolá a iniciar una guerra en varios frentes que supondría un gran número de bajas. Netanyahu pidió que la prensa libre le concediera un alto el fuego humanitario, y que le presentase la factura después de que terminase la guerra.

“Esta semana parecía más viejo, débil, cansado y pequeño de lo que le he visto en los últimos 20 años”, dijo una fuente que estuvo presente en las consultas privadas que mantuvo el primer ministro. “Está funcionando, sigue aguantando, intentando sobrevivir para salvar lo que pueda de su legado”.

La batalla desenfrenada que ha librado por su lugar en la historia es consecuencia directa de cómo se ha percibido a sí mismo. “Cuando Netanyahu se mira en el espejo por la mañana, está convencido de que tiene una misión histórica y de que hay una línea directa que va de Moisés al rey David pasando por Judá el Macabeo y Bar Kochba y Herzl –y quizá también Ben-Gurion, pero tiene sus dudas–”, dice una fuente que ha mantenido largas conversaciones con el primer ministro.

“Así es como ha justificado su guerra contra el sistema judicial. Según él, han desbaratado el eje histórico del pueblo judío. Si lo derriban e instalan a un idiota como [Benny] Gantz o [Naftali] Bennett, estarían poniendo en peligro la existencia de todos nosotros”, relata la fuente.

Sólo un hombre que se atribuye a sí mismo unas dimensiones míticas sería capaz de arrastrar a Israel a cinco elecciones, al caos político, a la desintegración social y a la pérdida de confianza de las masas sociales en el sistema legal, es decir, en el propio Estado, responsable del fin de la capacidad disuasoria de Israel y de una guerra sangrienta. No sólo ignoró las señales de advertencia. Netanyahu estaba convencido de que iba camino de otro asalto victorioso.

Colaboradores cercanos al primer ministro habían afirmado con entusiasmo que, tras lograr un acuerdo de normalización con Arabia Saudí, otros países musulmanes como Malasia e Indonesia establecerían relaciones oficiales con Israel y él pasaría a los anales de la historia israelí como el hombre que forjó la paz mundial entre el Estado judío y cientos de millones de musulmanes.

Gracias a un logro de esa magnitud, Netanyahu había aceptado incluso considerar su final político con un acuerdo tolerable de culpabilidad que sólo entraría en vigor dos años después. Su condición era y sigue siendo que su condena no incluya una declaración de vileza moral.

“Preferiría caer por mi propia espada”, ha dicho repetidamente en los últimos años, refiriéndose a las circunstancias en las que murió el rey Saúl. Esa fue la razón principal por la que fracasaron las negociaciones que sus abogados intentaron entablar con el entonces fiscal general, Avichai Mendelblit. Ahora ha quedado claro que la vileza moral quedará mucho más profundamente grabada en la frente de Netanyahu de lo que el tribunal le habría impuesto si hace dos años hubiera admitido los cargos de fraude y abuso de confianza y hubiera dimitido.

A estas alturas, sólo podemos adivinar cómo será el fin político de Netanyahu. Más allá de las protestas masivas y del colapso de la coalición, el fin podría ser el resultado de las duras conclusiones de una futura comisión de investigación. Por ley, el presidente de la Corte Suprema nombra a los miembros de la mesa de la comisión, que está encabezada por un magistrado de la Corte Suprema o un juez de un tribunal de distrito, ya sea jubilado o en activo.

En 1973, el presidente de la corte, Shimon Agranat, se nombró a sí mismo para encabezar la comisión estatal que investigó la guerra de Yom Kippur, y en 1982, el presidente de la corte, Yitzhak Kahan, se nombró también a sí mismo para encabezar la investigación de las masacres en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en el Líbano, cometidas por los cristianos libaneses aliados de Israel.

Debido a la presión pública, el gobierno se verá obligado a nombrar una comisión estatal de investigación. El presidente en funciones del Tribunal Supremo, Uzi Vogelman, podría nombrarse a sí mismo. Pero es poco probable que lo haga, dado que la Corte Suprema tiene dos vacantes y está desbordada por la carga de trabajo. La candidata natural para encabezar dicha comisión sería Esther Hayut, quien esta semana se retiró como presidenta de la Corte Suprema para tomarse un periodo de reflexión.

El número limitado de jueces de la Corte Suprema y la ausencia de un presidente permanente del tribunal son producto del rechazo del ministro de Justicia, Yariv Levin, a convocar el Comité de Nombramientos Judiciales. También pidió, de manera descarada, al tribunal más tiempo para responder a las impugnaciones legales sobre su conducta, petición que el tribunal ha concedido. En lugar de entrar en razón sobre sus fantasías de venganza y convocar al comité para nombrar a Isaac Amit como presidente del tribunal y cubrir las dos vacantes en el tribunal, Levin se ha obsesionado en un enfoque fanático que nos ha llevado a la situación actual.

En un momento en el que los acordes finales parecen sonar, algunos rivales de Netanyahu están convencidos de que su falta de asunción de responsabilidad es una fase más en sus planes para sobrevivir un día más. Creen que, a pesar de que su visión del mundo se ha derrumbado, tal y como la forma en que se ve a sí mismo, Netanyahu todavía no se ha liberado de sus delirios de grandeza.

“Cuando se queda solo en el despacho, piensa que [el primer ministro Menachem] Begin era un hombre muy débil y que Golda [Meir] se hundió en la guerra de Yom Kippur”, dice alguien que conoce bien al primer ministro. “En su opinión, él mismo está hecho de un material diferente y más resistente. Cree que sólo él es capaz de afrontar los desafíos de supervivencia de nuestro pueblo, incluso si alguien piensa que su presencia y sus acciones son las que desafían esa misma supervivencia”.

Por eso, según esta fuente: “Esta guerra podría ser más parecida en duración a la Guerra de Independencia que a la Guerra de Yom Kippur o Margen Protector (en 2014). Si fuera por él, podría continuar con pausas hasta el próximo verano. Eso garantizaría que no tenga que testificar en su juicio, que acabaría muriendo en vista de los desafíos que tuvo que enfrentar. Confía en que en ese tiempo la opinión pública se vaya olvidando del shock que está viviendo ahora y que se vaya aplacando la ira.

Es difícil que ese análisis se cumpla. Incluso si la guerra termina con la huida de los líderes de Hamás de Gaza o con el rescate de varios de los rehenes en una operación heroica al estilo de Entebbe (antes de la cual el primer ministro Rabin preparó una carta de renuncia en caso de que fracasara), no es esperable que se calmen los ánimos.

“La situación será mucho más tensa que la que se vivió después de la guerra de Yom Kippur”, ha dicho esta semana un miembro del gabinete del Likud. Esta vez, Netanyahu tendrá dificultades para transmitir a la sociedad una narrativa que ha logrado promocionar con un éxito indiscutible hasta ahora: el relato que sostiene que él es el protector de Israel, y que quienes lo desafían están apuñalando a la nación por la espalda y poniendo en peligro la existencia misma de Israel.

“Se acabó”, dijo esta semana un miembro de alto rango de la coalición gobernante. “El gobierno no sobrevivirá a esto”.

Haaretz, Jerusalem

Artículo se ha traducido con Deepl y ha sido editado por la redacción de CTXT, Contexto y Acción.

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