La decisión del Banco de Inglaterra de subir los tipos de interés es peligrosa e irresponsable

Dominik A. Leusder

Banco de Inglaterra

La era del dinero barato podría estar llegando a su fin. Los principales bancos centrales de todo el mundo se están embarcando en un ciclo de endurecimiento de la política monetaria. El jueves, el Banco de Inglaterra subió su tipo de interés básico -el tipo al que presta a los bancos comerciales- por segunda vez consecutiva. Algo menos de la mitad del Comité de Política Monetaria del banco quería una subida aún mayor.

La medida ha sido provocada por el fuerte aumento de algunos precios en relación con su nivel en esta época del año pasado. Tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal de Estados Unidos han señalado que podrían seguir su ejemplo en los próximos meses, y los mercados ya han dan por descontados varias subidas.

Los bajos costes de endeudamiento de la última década habían concedido a los hogares, las empresas y los gobiernos un pequeño respiro. Sin embargo, para los hogares del Reino Unido y de todo el mundo, fue una década en la que el nivel de vida disminuyó. Lo que el aumento de los tipos de interés garantizará ahora es que esos niveles de vida se reduzcan aún más.

¿Quién paga el aumento de los tipos de interés?

El endurecimiento de la política monetaria no está exento de consecuencias. Cuando se aumentan los tipos de interés, el impacto compensatorio sobre los precios se consigue a través de un mayor desempleo, como resultado de una menor creación de crédito y una menor demanda de bienes y servicios. Cualquier resultado deflacionista conseguido por estas políticas vendrá, al menos en parte, de la reducción de las condiciones de vida de los trabajadores. El economista Paul Krugman bromeó célebremente diciendo que cualquiera que pensara que el aumento de la oferta monetaria causaría inflación sin aumentar también la demanda agregada estaba comprometido con una creencia en la «inflación inmaculada». Del mismo modo, podríamos decir que pensar que el endurecimiento de la oferta monetaria conducirá a los resultados opuestos, sin más consecuencias, implica creer en la deflación inmaculada.

Andrew Bailey, el gobernador del Banco de Inglaterra, dejó claro que esas consecuencias tendrían que ser asumidas por los trabajadores. Al día siguiente de la subida, ofreció unas declaraciones inusualmente sinceras cuando dijo que «necesitamos ver una moderación de las subidas salariales». «Ahora eso es doloroso», añadió, pero es lo que se necesita para evitar que la inflación se consolide.

Se trata de una vieja cantinela. Los políticos y los bancos centrales suelen justificar las políticas antiinflacionistas destructivas con la preocupación por las finanzas de los pequeños hogares y los pensionistas. Es innegable que el coste de la vida ha subido mucho, impulsado por el incesante aumento del coste de la vivienda y los servicios. Pero debemos tener cuidado con lo que los políticos y los medios de comunicación quieren decir con el término «crisis del coste de la vida» dentro del contexto del declive económico a largo plazo de Gran Bretaña.

Los salarios reales siguen estando por debajo del nivel que tenían antes de la crisis financiera de 2008, y las perspectivas de un reequilibrio económico en beneficio de los trabajadores siguen siendo más que sombrías. Se prevé que los ingresos laborales reales después de impuestos (ingresos después de impuestos y ajustados a la inflación) caigan un 2% más este año y no se recuperen hasta 2024. La crisis tiene que ver tanto con este déficit de ingresos como con el aumento del coste de la vida. No es para nada obvio que una mayor deflación salarial ayude a solucionar este problema.

Hay, además, otras razones por las que la decisión de subir o dar señales de subir los tipos es incoherente. Los aumentos de precios que se observan ahora no tienen nada que ver con una demanda salarial excesiva. Por el contrario, están impulsados en gran medida por las convulsiones inducidas por la pandemia en las cadenas de suministro y los mercados energéticos mundiales, que son a su vez el resultado de décadas de avaricia y monopolización desenfrenada de las empresas, que han conducido a la subcontratación y a la generalización de la misma logística «just in time» puesta patas arriba por la pandemia. Detener los aumentos de precios debidos casi exclusivamente a los problemas de suministro subiendo los tipos de interés no sólo impone la carga a los menos responsables, sino que además carece de sentido.

Es análogo a administrar un antibiótico para combatir una infección viral: no servirá de nada y el paciente podría morir.

Más allá de estas contradicciones obvias, ni siquiera está claro que los movimientos actuales de los precios constituyan una «inflación» en algún sentido significativo. Los movimientos han sido demasiado particulares, demasiado sectoriales. No reflejan esa disminución generalizada del poder adquisitivo del dinero. No están impulsados por aumentos salariales sostenidos que se transmitan a los precios.

Las empresas fijan los precios, no los trabajadores

Conviene recordar que los precios los fijan las empresas. Y los costes laborales son sólo un componente de los precios. Bailey considera necesario pedir a los trabajadores que moderen sus demandas salariales, en lugar de advertir a las empresas sobre el riesgo inflacionista de estabilizar sus beneficios a cualquier precio. Esta petición llega después de una década de tolerar la rápida inflación de los precios de los activos financieros, impulsada en parte por las políticas del Banco de Inglaterra. El mensaje parece claro: los controles de precios están bien, pero sólo para el trabajo. Por lo tanto, los comentarios del gobernador parecen indicar que el objetivo del endurecimiento monetario no es simplemente garantizar la credibilidad del banco central, sino la disciplina en el lugar de trabajo.

El recrudecimiento de una política monetaria restrictiva tendrá otras repercusiones. Cuando la política monetaria seguía siendo ultracomodaticia tras la Gran Recesión, los costes de los préstamos para el gobierno, las empresas y los hogares se desplomaron. El resultado ha sido un mayor endeudamiento, tanto en términos absolutos como relativos. En 2022, el volumen de la deuda mundial se estima en unos 295 billones de dólares, alrededor del 355% del PIB mundial.

La factura de intereses mundial asciende a unos 10,2 billones de dólares. Es difícil evaluar el impacto del aumento constante de los pagos de intereses; depende de la cantidad de deuda que tiene un tipo de interés fijo y de la duración media de estas deudas. Pero en Gran Bretaña, el 25% de la deuda hipotecaria es variable, mientras que, en países como Noruega, la proporción es el doble.

Es raro que un ciclo de endurecimiento de la política monetaria concertado a nivel mundial no provoque una recesión. En este caso, podría ahogar una recuperación ya moderada. Fuera de Estados Unidos, que ha conseguido aplicar un enorme estímulo fiscal, el crecimiento ha resultado ser tibio e inestable, con una demanda ralentizada por el estancamiento de los ingresos de los hogares, y una oferta todavía constreñida por las enmarañadas cadenas de distribución. Con todo, no es el momento de renunciar a los tipos de interés bajos.

El llamamiento a la moderación salarial choca con la política declarada por el gobierno conservador de Boris Johnson, que ha prometido una economía de «altos salarios y alto crecimiento». Mientras tanto, las más altas eferas del capital financiero han pedido moderación a la hora de luchar contra la inflación, y dos ejecutivos del gigante gestor de activos BlackRock han expresado en las páginas del Financial Times su preocupación por un endurecimiento prematuro. Con sus planes, pues, los bancos centrales se sitúan en un lugar extraño: más a la derecha que a los políticos y gestores de activos habitualmente reacios a la inflación.

El economista Darío Perkins comentó con ironía: «Deberíamos hacer una carrera. El primer banco central que estrelle su economía con subidas de tipos gana un premio». Gran Bretaña parece haberse adelantado.

Dominik A. Leusder es un economista y escritor afincado en Londres. Es investigador de la London School of Economics e investigador de Dezernat Zukunft, el Instituto de Macrofinanzas de Berlín.

Fuente: https://jacobinmag.com/2022/02/inflation-interest-supply-chains-demand-wages-uk

Traducción: Ayoze Alfageme para sinpermiso.info

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