José Figueres Ferrer, nuestro querido don Pepe

Ágora*

Guido Mora

Guido Mora

Por las razones que sea: cálculo político, evitar un golpe de estado o la claridad de una medida para impedir la existencia de un puñado de hombres metidos en un cuartel, sin más oficio que sostener a un dictador o a un gobernante; la abolición del ejército es por mucho, la medida política más impactante y de mayor trascendencia que se ha ejecutado en la Costa Rica de los últimos cien años.

Esta decisión impulsada por Don Pepe, configuró la estructura jurídica, social, económica y política de nuestro país y forjó una Nación diferente de la realidad prevaleciente en Hermanas Repúblicas de Latinoamérica.

Al lado de este gigantesco esfuerzo, que contradecía la lógica prevaleciente del poder, en un siglo en que la humanidad había resuelto sus diferendos mediante el uso de las armas, Costa Rica decide eliminar las fuerzas armadas; fortalecer los mecanismos democráticos para designar a sus gobernantes y elige los instrumentos del derecho internacional, como mecanismo para zanjar sus diferencias con otras naciones.

Mientras esto sucedía en nuestro país, en muchas naciones latinoamericanos los exiguos recursos económicos con que contaba el Estado quedaban en manos de dictadores, representantes de unas pocas familias poderosas que concentraban la explotación de los recursos naturales, ejerciendo el poder para apropiarse en beneficio personal de las riquezas que estos generaban. Para poder perpetuarse en esas posiciones, utilizaban una parte estos recursos en la compra de armas y el mantenimiento de aparatos represivos: ejércitos que sólo servían y sirven para reprimir a los sectores populares que se oponían a la concentración del poder y la riqueza en unas pocas manos.

En las últimas décadas del Siglo XX, mientras en muchas naciones latinoamericanas se libraban guerras fratricidas y cuerpos militares sostenían a dictadores y déspotas en el Gobierno mediante el uso de un costoso armamento militar; en Costa Rica se destinaron cantidades importantes de recursos económicos a la universalización de la salud, a la lucha contra la pobreza, a sembrar de escuelas y colegios todo el territorio nacional y a desarrollar la infraestructura que permitirá hacer de esta, una tierra con electricidad, telecomunicaciones, puentes y carreteras, que permitieran a los costarricenses el acceso a las facilidades que iba generando el desarrollo de la tecnología.

La abolición del ejército, el fortalecimiento del sistema democrático y el destino de recursos públicos en inversión social, hicieron de Costa Rica un país de oportunidades.

No le importó a don Pepe lo que dijera la prensa en general o La Nación en particular, con la que siempre tuvo importantes diferencias. Ignoró a las almas mezquinas que nunca comprendieron su pensamiento, luchó contra enemigos dentro y fuera de Liberación Nacional, quienes no compartían su preocupación por los más débiles. Impuso su criterio a quienes, posiblemente en ese momento histórico lo creían loco, por borrar de un plumazo a los militares, quienes supuestamente tenían la obligación de defender la Patria de los enemigos internos y externos. En este momento histórico que vivimos, probablemente lo tildarían con el mote de populista, por las acciones y decisiones que ejecutó. Nada de esto inmutó a este ilustre costarricense. Su legado continúa orientando como un faro, el destino de Costa Rica: a pesar de todos los problemas que tenemos en la actualidad, seguimos disfrutando de las transformaciones que lideró nuestro Caudillo, a la cabeza del Partido Liberación Nacional.

A 26 años de su desaparición física, debemos honrar su memoria, no con discursos o palabras. Don Pepe no era un hombre de discursos, era un hombre de acción.

Como sus hijos y herederos políticos, tenemos la obligación de luchar contra los intereses mezquinos que continúan pretendiendo concentrar la riqueza en pocas manos. Debemos batallar contra los que, dentro y fuera de Liberación Nacional, prefieren arrimarse al alero de los sectores más conservadores y acomodados, para beneficiarse personalmente de esas relaciones, antes de velar por el fortalecimiento de una patria solidaria.

Estamos obligados a estudiar discutir y reflexionar, para identificar las herramientas que nos permitan solucionar los problemas que nos aquejan, conservando a nuestro país, en la ruta del desarrollo con justicia social: el silencio y la complacencia nunca fueron instrumentos privilegiados por Don Pepe, al contrario, su conciencia crítica y el constante cuestionamiento del statu quo lo caracterizaron durante toda su vida.

A 26 años de la desaparición física de don Pepe, renovemos nuestros votos por mantener y profundizar la transformación con responsabilidad social que caracterizó su paso por esta Tierra privilegiada.

Honremos su memoria con acciones, emulando sus compromisos. Que el impacto de su ideario político brille con igual o más fuerza para los costarricenses del Siglo XXI.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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2 comentarios

  1. Luis Fernando Díaz

    Excelente. Guido, cada vez escribe mejor. Sabe escoger el tema y se centra en él, es coherente y claro, pero lo más importante es que estimula y retribuye al lector. Felicitaciones

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