Europa, Palestina y las brujas de Salem

Miguel Urbán

Salem

Proctor: ¿Tú le darías esa mentira? Dilo. ¿Tú les regalarías ese embuste? No, tú no. Aunque te estuvieran quemando con unas tenazas de fuego, no lo harías. Está mal. Pues bueno. Está mal, pero voy a hacerlo

Este es uno de los fragmentos finales de la obra de teatro de Arthur Miller sobre la persecución y juicios en 1692 contra las llamadas brujas de Salem, una pequeña localidad de Massachusetts. Una alegoría con la que Miller pretendió retratar la fiebre persecutoria y represión que azotó a EE UU en la década de 1950 en contra de la supuesta infiltración marxista en la sociedad norteamericana. Una auténtica caza de brujas moderna emprendida por el senador republicano Joseph McCarthy con acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios públicos, procesos plagados de irregularidades, listas negras y represión que generaron un ambiente de paranoia contra cualquier opinión disidente o diferente, propiciando un proceso de recorte de libertades conocido posteriormente como macartismo.

Pues bien, 70 años después de que Miller escribiera su obra sobre las brujas de Salem, parece que al otro lado del Atlántico, en Europa, estamos viviendo una nueva caza de brujas. Una nueva fiebre macartista. Un virus autoritario que lleva tiempo incubándose en el viejo continente, pero que afloró con especial virulencia el año pasado contra cualquiera que disintiera del discurso oficial de apoyo a la guerra de Ucrania. El mensaje era claro: la deriva militarista europea no es cuestionable.

Estas semanas estamos asistiendo a una nueva vuelta de tuerca a raíz de la ofensiva militar israelí sobre la franja de Gaza. Una masacre en la que la UE ya no solo avala la política de crímenes de guerra del Estado sionista contra la población civil gazatí abduciendo un inexistente “derecho a la defensa” por parte de una potencia ocupante, sino que, además, la UE reprime e intenta ilegalizar cualquier voz interna que disienta de su política de apoyo incondicional a la ocupación israelí de Palestina.

En este sentido, en las últimas semanas hemos visto cómo en Reino Unido hondear una bandera palestina ha pasado a considerarse un delito de orden público por «glorificar actos de terrorismo». En Alemania y Francia se ha prohibido toda manifestación en apoyo a Palestina por considerar que pueden “representar una amenaza para el orden y la seguridad públicos” en dichos países. Además, el Nuevo Partido Anticapitalista francés está siendo investigado por supuesta apología del terrorismo por haber expresado en un comunicado de prensa “su apoyo a los palestinos y a los medios de lucha que han elegido para resistir”. También en Francia y Alemania encontramos otro ejemplo paradigmático de la actual situación con la persecución a los futbolistas que han manifestado su apoyo público a la población o causa palestina. Algunos han sido expulsados de sus respectivos equipos1/, si bien el caso más sonado es el de Karim Benzema, acusado por el ministro del Interior francés de tener vínculos con organizaciones terroristas como los Hermanos Musulmanes.

Es indudable que la pandemia de covid-19 ha acrecentado nuestros temores e inseguridades, favoreciendo un proceso aún mayor de individualización y atomización social. De la misma forma que ha permitido experimentar nuevos mecanismos de control social y recorte de libertades que han favorecido esta fiebre macartista que hoy vemos crecer. Pero sería un error plantear que la pandemia por sí sola explica esta situación o que todo comenzó en 2020. El caldo de cultivo son décadas de gobernanza neoliberal y sus crisis derivadas las que han resultado en una cultura política profundamente antidemocrática. Es la obsesión incesante del neoliberalismo por limitar las esferas y funciones sociales del Estado, alineando la acción pública con los intereses de los actores de la economía privada, reemplazando la regulación y la distribución por la libertad de empresa y colocando los derechos de propiedad por encima de cualquier otro derecho fundamental, lo que ha culminado en un auténtico ataque a la vida política. Porque la antipolítica neoliberal está detrás del crecimiento del autoritarismo antidemocrático. Un autoritarismo que está impregnando el conjunto del mapa político.

Hay un mito liberal según el cual el sarampión autoritario que vive actualmente Europa solo aqueja a Le Pen y sus similares. Hace años que Macron y buena parte de la gran coalición neoliberal europea se contagió del mismo virus. La lepenización de los espíritus es un hecho contrastado desde hace años. Hoy la extrema derecha marca la agenda y el supuesto centro las acata, ejecuta y normaliza. Y no solo por mero convencimiento ideológico, sino por puro interés estratégico: en sociedades capitalistas atravesadas por múltiples y crecientes crisis e inestabilidades, el desarrollo creciente de la represión y la securitización se vuelve un seguro de vida. Explorar y explotar los miedos e inseguridades para construir una ideología de la seguridad permite dotar de coherencia e identidad al proyecto neoliberal autoritario. Sociedades reconstruidas y tensiones contenidas a partir de la exclusión y la expulsión de los sectores más vulnerables o disidentes: las clases peligrosas.

Estamos asistiendo a una auténtica restauración de un capitalismo salvaje donde las leyes del mercado están por encima de los derechos sociales. Un intento en definitiva de suprimir lo que Marx llamó “las victorias de la economía política del trabajo” para restaurar en su lugar la economía política del capital. Todo ello combinado, como no podía ser de otra forma, con la exaltación de un Estado fuerte y de la disciplina social, con su consiguiente hostilidad hacia muchas formas de mediación social (sindicatos, organizaciones sociales, etc.) y la articulación de un discurso ligado a la idea del orden social. En este contexto, el derecho a la protesta o la disidencia se considera un factor de inestabilidad que pone en riesgo los márgenes de ganancia del poder corporativo, por lo que la respuesta de la clase político-empresarial pasa por perfeccionar los modelos de criminalización. Y esto también afecta a quienes expresan en público opiniones diferentes al relato oficial.

Hay un amplio consenso entre los historiadores al respecto de que sucesos como los de Salem no hubiesen pasado de la mera anécdota bajo cualquier otro contexto, la travesura de unas niñas y su sirvienta. Pero el hecho de que fuesen utilizados como coartada para desatar una caza de brujas y el consiguiente clima de persecución y terror respondía a la necesidad de la teocracia puritana de Massachusetts de recuperar la autoridad perdida y demostrar que aún conservaba el control de la colonia. De la misma forma, tres siglos más tarde, la caza de brujas del senador McCarthy tenía un objetivo parecido: disciplinar a la sociedad norteamericana para la disputa imperialista con la URRS en el marco de la incipiente Guerra Fría. Esto es, generar un clima de persecución al disidente y de disciplinamiento social necesario para dar una batalla que iba mucho más allá de la propia cacería.

En este sentido, Palestina no es la causa del recorte de libertades que estamos viviendo, sino más bien la excusa, el pretexto. El verdadero objetivo no es solo cancelar la solidaridad con la causa palestina, sino disciplinar a la población europea en torno a los intereses geoestratégicos de sus élites, que no son otros que la remilitarización de Europa en torno a la guerra de Ucrania y el apoyo incondicional a Israel. Aunque quizás lo único positivo de esta retirada de caretas y bonitas palabras sea que, por fin, podremos enviar al basurero de la historia todos esos supuestos “valores europeos” y “mitos fundadores de paz” con los que machaca continuamente la maquinaria de propaganda de la UE.

Bajo ese marco, juega un papel fundamental la construcción de enemigos internos como chivos expiatorios que justifiquen y sostengan modelos cada vez más represivos y recortes de libertades generales que se ceban especialmente con las consideradas como minorías peligrosas. Y aquí es minoría peligrosa cualquiera que no encaje en el marco identitario de la blanquitud cristiana europea2/. Pero sabiendo que la pertenencia a la comunidad ya no depende tanto de una cuestión de nacimiento, sino de un compromiso ideológico con los valores que desde las élites se estipulan como auténticos3/. De esta forma, no es francés quien simplemente nace y crece en Francia, sino quien, además, se identifica con una supuesta identidad francesa previamente definida desde arriba. Y quienes rechazan esos valores franceses simplemente dejan de ser franceses independientemente de dónde hayan nacido, lo que ponga en su pasaporte o en su camiseta de la selección nacional. Porque hoy la pertenencia a una comunidad nacional está ligada a una supuesta identidad y se piensa en términos cada vez más etno-culturales e ideológicos.

Cuando el ministro francés del Interior Gerard Darmanin afirmó en una entrevista televisiva que Benzema está «notoriamente vinculado a los Hermanos Musulmanes, todos lo sabemos», lo que intentaba no era otra cosa que vincular al futbolista con el terrorismo4/ por haber mostrado su apoyo público al pueblo palestino. Una forma de criminalizar la solidaridad con Palestina que fue un paso más allá cuando Valérie Boyer, senadora francesa y vicepresidenta del partido conservador Les Républicains, exigió a las autoridades la revocación del pasaporte francés del futbolista. Un magnífico ejemplo de esta concepción de la nación como compromiso ideológico con los valores fijados por sus élites. De esta forma, los musulmanes, las migrantes o las personas racializadas se convierten en portadores atávicas de un pecado original que las convierte en minorías peligrosas a las que se puede desposeer de derechos ciudadanos básicos como el derecho a la protesta o incluso a la misma ciudadanía.

Como argumenta el historiador Enzo Traverso, “como el judío antes, hoy el musulmán se ha vuelto el enemigo interno: inasimilable, portador de una religión y de una cultura extranjeras a los valores occidentales, virus corruptor de las costumbres y amenaza permanente para el orden social”5/. Se nos presenta al mundo islámico como algo uniforme y atávico, bárbaro y atrasado en esencia, incapaz de adentrarse en la Modernidad, siempre en contraposición a Occidente, único y máximo representante de la “civilización”. Una política autoritaria de exclusión que apela a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural, y que va penetrando de tal forma en el tuétano de la sociedad que contribuye a justificar la expulsión, de manera más o menos explícita, de aquellos sectores que se consideran ajenos a esa idea de comunidad prefijada desde arriba. Así, la islamofobia creciente que aqueja hoy a Europa ha convertido a las personas musulmanas en fuentes de amenaza permanentes contra quienes hay que levantar también fronteras internas, muros íntimos que refuerzan el individualismo en la vida privada y la intervención estatal en la vida pública. Solo desde este auge del autoritarismo y la islamofobia se puede entender las prohibiciones a las demostraciones de apoyo a Palestina en varios países europeos, vinculando explícitamente la solidaridad con la causa palestina con el apoyo al terrorismo.

Mientras que la invasión de Putin a Ucrania se convirtió rápidamente en la coartada perfecta para explotar todas estas inseguridades y dolores derivados de la fragmentación social neoliberal, aumentando exponencialmente los presupuestos de defensa y favoreciendo una integración europea basada en la remilitarización, el apoyo al Estado de Israel en su castigo colectivo al pueblo palestino funciona hoy como vuelta de tuerca de esa deriva militarista y belicista de la UE. Una Europa que, como afirmó hace un año el Alto Representante para la Política Exterior, Josep Borrell, quiere hablar el lenguaje duro del poder y enterrar así aquella ficción de la UE como el policía bueno de la globalización.

El ambiente macartista de intimidación intelectual que azota hoy a Europa no pretende simplemente cancelar la solidaridad con Palestina, sino disciplinar a la población en torno a una agenda de creciente agresividad militar imperialista. Una Europa de los mercados y de la seguridad. Porque ese y no otro es el proyecto de las élites europeas. Por eso mismo, esto no va solo de solidarizarnos con Palestina. Porque el problema también lo tenemos dentro. Y por lo tanto la batalla también es interna y se juega en casa, no solo en clave de solidaridad internacional. Nos estamos jugando el modelo de sociedad para las próximas décadas. Nunca ha sido más evidente la necesidad de volver a imaginar qué entendemos por seguridad y por ciudadanía, qué nos hace sentir seguros y quién y bajo qué criterios pertenece a una comunidad. Porque en este mundo en llamas, el conflicto de fondo es aquel que enfrenta al capital contra la vida, a los intereses privados contra los bienes comunes, a las mercancías contra los derechos. Y en esa batalla surge una pregunta fundamental: ¿quién tiene derecho a tener derechos? Según cómo respondamos a este interrogante estaremos definiendo la sociedad del próximo periodo.

Miguel Urbán es eurodiputado de Anticapitalistas y miembro del Consejo Asesor de viento sur

Notas

1/ https://www.marca.com/mx/futbol/bundesliga/2023/11/03/654540d3ca4741c0318b458f.html

2/ Para ahondar sobre este concepto de la etno-identidad europea de la blanquitud es muy recomendable la lectura de este artículo de Hans Kundnani: https://legrandcontinent.eu/fr/2023/09/07/contre-le-tournant-civilisationnel-de-lunion-europeenne/

3/ Quien quiera saber más sobre las claves de la neurosis identitaria que aqueja a Europa y con especial fuerza a Francia, puede leer el inspirador libro de Daniel Bensaid: https://icariaeditorial.com/antrazyt/4077-fragmentos-descreidos.html

4/ Los hermanos musulmanes son considerados una organización terrorista en varios países europeos

5/ «La mutation “post-fasciste” risque de dynamiter le cadre politique», regards.fr, 9 de diciembre de 2015, http://www.regards.fr/web/article/enzo-traverso-la-mutation-post

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