El desfile de la muerte (de Isabel II)

Andrew O’Hagan

Isabel II

‘Algunas personas están al borde de las lágrimas’, declaró Mark Easton, responsable de Nacional de la BBC, desde su privilegiada ubicación frente a Palacio. ‘Es un momento este muy difícil y peligroso para el Reino Unido’. Luego le llegó el turno de tocar las campanas a Nicholas Witchell [corresponsal de la BBC para la Casa Real], que llega con una mirada tan lúgubre que se diría que la mitad de la humanidad acababa de expirar. Todo el mundo tendrá palabras propias al rendir su homenaje», dijo, y Carlos III querrá «establecer el tono adecuado» durante este «momento de desorientación», en el que la gente necesita que la «tranquilicen».

Es una verdadera injusticia que no esté Charles Dickens disponible a estas horas, porque su pluma rezumaría una veloz inventiva si se enfrentara al corresponsal real de la BBC. En un buen día -y este, lamentablemente, es el mejor día que va a tener Witchell- hace que Uriah Heep [personaje de la novela David Copperfield] parezca Brad Pitt en su relajado apogeo, y la cara del reportero un campo gravitatorio que lleva su boca al más triste de los rictus. Pasó sus largas horas ante la cámara masticando nuevas delicias de adulación. Era fantástico verle, de la misma manera que es fantástico ver cómo se alimenta a una serpiente con ratones vivos.

Luego llegó Tony Blair, por si las delicias untuosas no estaban todavía a la altura. Habló de la «matriarca de la nación». Blair siempre tiene listas estas frases, y yo me pregunto si las ensaya mientras duerme, despertándose acaso para mirarse al espejo, para ver si todavía puede componer la cara. Mientras tanto, los comerciantes del «demuéstranos que te importa» se reunían fuera de Palacio. El escenario estaba preparado para el espectáculo más fétido de genuflexión periodística en una generación.

Huw Edwards [presentador del noticiario de las diez de la BBC] tenía su corbata negra bien anudada a primera hora del día. Creo que fue el primero en ponerse elegante, y el primero en utilizar la frase «la era isabelina», que pronto fue más popular que los iPhones en la escena. Edwards tiene el don periodístico de no decir nada durante largos periodos de tiempo, sin dejar de hablar. Y Witchell estaba muy cerca. Siguió hablando de un «periodo de luto nacional», como si hubiera pasado hace tiempo de ser periodista a convertirse en Interventor de Etiqueta Real y Gasto Emocional. La nación estaba segura de «sentir ese luto de forma muy aguda y muy personal». La corona ha pasado de forma invisible e imperceptible a Carlos» («de forma evidente» y «superobvia» más bien). Repicarán las campanas y sonarán los cañones…Se pondrán flores en una proporción que no hemos visto desde la muerte de Diana, Princesa de Gales».

Antes de la medianoche iban cayendo ya los reporteros por agotamiento emocional. Apareció un hombre nuevo al que no había visto nunca antes, y que en un grado casi chocante carecía del ímpetu lacrimógeno que parecía tan esencial en sus colegas. Este tipo era histórico, fáctico, interesante, pero entonces… oh, joder, aquí viene Nicholas Witchell, con un paquete sobre la realeza de los “royals” que debió grabar, supongo, en algún momento de la década de 1950, o tal vez de la de 1850, en plena previsión de que Su Majestad moriría algún día y la ocasión exigiría palabras mayores que cualquier sentimiento humano normal. ¿Cuándo empezaron los reporteros británicos a exteriorizar sentimientos para ganarse la vida, retransmitiendo como si las propias palabras fueran la noticia?

“Es un privilegio ver cómo nos comportamos todos», dijo Naga Munchetty [presentadora matinal de la BBC] en horario de desayuno. Qué frase tan notable. A los británicos les encanta el espectáculo de los británicos emocionándose y, de hecho, vivimos en un lugar donde se ha convertido en un privilegio, de vez en cuando, ver cómo nos comportamos todos, la oportunidad de enorgullecerse de un punto de creencia masiva en nuestras propias tonterías. Se trata de miranos a nosotros mismos como deporte nacional esta at, y cualquier otra emisión, junto con cualquier otro libro, podría llamarse en estos días «¿Cómo estoy hoy?” Era un rasgo que Isabel II detestaba, pero surgió al instante tras su muerte, junto con las flores de garaje, envueltas en plástico, de Inglaterra, las que convierten en un santuario reluciente cada punto de desastre del país.

De la noche a la mañana, los periódicos se sumaron a la función, comportándose como si la historia fuera simplemente la concatenación de nuestros grandes sentimientos. ‘Nuestros corazones están rotos’, grita el Daily Mail. ‘¿Cómo encontrar las palabras? Nuestro dolor es como un centenar de emociones diferentes, todas ellas difíciles de captar’ (¿La vergüenza es una emoción, y es difícil de captar?) ‘La queríamos, señora’, ruge el Sun, que cambió su mancheta de roja a morada. Parece coherente con la nulidad general que los periódicos que exteriorizan sentimientos del modo más extravagantes son los que más hicieran sufrir a la Reina.

El Express informa de grandes multitudes que lloran en la calle. Al periodismo moderno le encanta la idea de que una nación tiene corazón y de que un corazón puede romperse, como si hubiera una necesidad de confeccionar una especie de unión a partir del sopor nacional, ya que el labio tembloroso hace tiempo que sustituyó al labio rígido como símbolo de nuestra naturaleza esencial. No importará durante mucho tiempo, pero hoy en día todo esto parece formar parte de la histeria cotidiana de la vida británica, aunque perfectamente en desacuerdo con la mujer tranquila y perseverante del sello de correos.

Andrew O’Hagan Novelista escocés de origen irlandés, es colaborador habitual de la London Review of Books.

Fuente: The London Review of Books, 9 de septiembre de 2022
Traducción: Lucas Antón para sinpermiso.info

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