Doña Gis

Mauricio Castro Salazar

Mauricio Castro

En estos días de tristeza que hemos pasado, queriendo estar cerca a toda costa de doña Gis, mi mama, mi maestra de escuela, pudiendo recordar tantas cosas que vivimos juntos, me vino a la memoria un libro que relata cómo se llenó de tradiciones irlandesas, de historia, del crecimiento de su ser, un irlandés que vivió poco tiempo en Irlanda.

Eso me hizo reflexionar sobre mi crianza y mí ser, en lo que soy yo, reafirmé que como en las viejas religiones mi herencia liberiana y en esencia guanacasteca, vienen por mi mama.

De ella vía directa bebí dosis intensivas de “guanacastequidad” y luego las tragué —casi siempre— de buen modo….
Desde que tengo uso de razón soy y me siento guanacasteco, liberiano para más señas.

Mi mama siempre fue una mujer fuerte. Fuertísima. No por nada éramos conocidos en Liberia como los hijos de Giselle, expresión que por supuesto no le hacía demasiada gracia a mí papá…

Mi mama fue la que nos enseñó a ver los colores y sabores de la sabana guanacasteca. La que nos despertó el gusto por la marimba, la guitarra y el quijongo y por la música de Héctor Zúñiga y de Chú Bonilla. Por las rosquillas bañadas, las empanadillas, las cajetas y los piñonates.

Sabedora de la tradición poética guanacasteca —y sobre todo del gusto por la declamación— hacía a mis hermanas aprender, y al final todos nos aprendimos alguna parte, “A Margarita Debayle” y “Los zapatitos de rosa”, poesías interminables de Ruben Darío y de Jose Martí, respectivamente.

Curiosamente no quiso que aprendiéramos a tocar instrumento alguno “…primero estudien y luego ya verán…”—decía. Quizás nunca quiso que siguiéramos los pasos bohemios de mi abuelo Fito Salazar….

Mi mama fue la que nos enseñó admirar a los sabaneros y a los montadores. A diferenciar las vaquetas, el cacho para la carbolina y las polainas, a conocer quiénes eran buenos lazadores y quienes buenos montadores,

Las corridas desde “la tabla”, “el topetoros” y la “burra” fueron parte de nuestras tradiciones. Nos abría la puerta del carro y nos llevaba los miércoles y los domingos a la retreta y aprendimos quien era don Mento Villegas.

Con una sola mirada suya supimos desde siempre lo que estaba bien y lo que estaba mal. No había necesidad de palabras….”No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy…” era parte de su enseñanza. Hacer las tareas al día, limpias, buenas de una sola vez y bonitas era la norma para los Castrosalazar.

Cuando algo costaba o salía mal y nos quejábamos, además de recibir el consuelo típico de una madre…recibíamos el “….no hay grupera que no chime…” o “…el chispas del oficio…”

Crecimos juntos 5 hermanos, 3 hombres y dos mujeres. Al tiempo llegaron dos primos, mis hermanos menores…Luego se incorporó alguien más, hija de su amiga de siempre. Todos fuimos a la universidad porque “…graduarse es su obligación, es la única herencia que les podemos dejar…”–fue siempre su sentencia demoledora.

Hoy casi a sus 88 años su vida se nos escurrió entre nuestros dedos. Alzheimer fue el diagnóstico hace algunos años. Nos insistieron que la felicidad es un sentimiento que le perduraría, también la tristeza y el dolor… Nos propusimos darle momentos felices. A que estuviera en contacto con sus seres queridos, con los que la han querido y con lo que amaba: las flores, lo verde, la música, sobre todo la de marimba y la de guitarras… Alababa los músicos y hasta cuando pudo nos decía un “…se me eriza la piel”— cuando oía Luna Liberiana, Pampa, El huellón de la carreta o Murciélago.

La música la tranquilizó e incluso la tarareó como podía.

Puedo asegurar que la herencia de mi mama se mantendrá por siempre.

La bebimos desde niños, la comimos y la hicimos crecer.

Hoy se marcha para la eternidad, al encuentro de sus seres queridos, de su nieto Felipe y de un hombre que la amó, le escribió, le cantó y la bailó: mi papa (como decimos por allá del otro lado del río Lagarto).

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3 comentarios

  1. Profundo, desde el alma. Verbalizar sentimientos no es sencillo. Gracias por abrir tu corazón.

  2. Enrique Lahmann Zeledón

    Muy apreciado Mauricio; habiendo pasado recientemente por la triste experiencia de la partida de mi Madre, me identifico plenamente con todas y cada una de tus palabras. Sí; la herencia de nuestras Madres se mantendrá por siempre. Fratenal abrazo.

  3. Gustavo Elizondo

    Pucha Mauricio, que emotiva la columna de hoy, que linda forma de expresarse de su mamá, que Dios la reciba en su seno y que le de fortaleza a la familia, Recuerde, morimos cuando nos olvidan, así que mantengan vivo cada uno de esos detalles de ella, así hago yo con mi tata que nos dejó en el 2012, cada vez que puedo le converso a alguien de él.

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