Don José Figueres y el desarrollo de Costa Rica

Agustín Fallas Santana
Politólogo, Profesor universitario

José Figueres Ferrer

Una de las tesis centrales, de la teoría social actual, es la idea de que no existe una lógica inmanente al desarrollo económico social, sino, más bien, una combinación de constreñimiento s y contingencias, limitaciones y opciones que, en un momento histórico determinado, hacen que los individuos concretos tomen decisiones que mueven el desarrollo económico-social en una dirección u otra (Unger, 1987: 1-17; Sabel, 1993; 2002 & 2003).

En este sentido, podemos decir que no hay ni espíritu absoluto, ni mano invisible, ni leyes de la historia. Sólo hay individuos, hombres y mujeres, que en virtud de sus aspiraciones, deseos, gustos y visiones del mundo, definen con sus acciones el rumbo de sus vidas y la de sus naciones. Celebramos hoy acá, en esta tarde el centenario del nacimiento de uno de estos hombres, José Figueres Ferrer, costarricense ante todo, empresario, tres veces Presidente de la República y Benemérito de la Patria, quien vivió y se vio a sí mismo como un simple ciudadano más y que, sin embargo, con su agudeza para leer cada momento histórico y, con su accionar firme y decidido, definió los lineamientos del desarrollo político, económico y social de la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX.

Me interesa, en consecuencia, destacar en este breve ensayo a José Figueres el hombre, al don Pepe que en sus escritos y en sus múltiples entrevistas nos cuenta como de niño admiró el coraje de Alfredo González Flores de implementar reformas fiscales y monetarias y cómo se llenó de indignación cuando el régimen del demócrata herediano se vio interrumpido por el golpe militar de los Tinoco en 1919 (Figueres, 1987: 21-44). Don Pepe absorbió desde temprana edad, las limitaciones y debilidades que tenía el régimen democrático costarricense y, a partir de ese momento, según su propio recuento, se volvió un estudioso y un defensor de la democracia. Este factor es central para entender su legado político.

Desde el punto de vista de su formación y de las fuentes filosóficas y científicas de su pensamiento, don Pepe fue un positivista. Nada expresa mejor esta formación positivista que su actitud hacia los libros y las bibliotecas públicas, siendo la de Boston donde decía haber adquirido su educación más importante. A diferencia de sus padres, inmigrantes catalanes, ambos profesionales, don Pepe escogió el camino del self¬made-man que, él nos dice, veía simbolizado en la persona de Henry Ford (Figueres, 1987: 46). Don Pepe tuvo alma de filósofo, de inventor e ingeniero y, sin embargo, sus conocimientos, su deseo de transformar el país y su convicción de que la democracia costarricense demandaba una reformulación, lo transformaron progresivamente en un visionario del desarrollo e hicieron que su mayor logro fuera alcanzado en el campo de la ingeniería social de largo alcance.

La irrupción de José Figueres Ferrer en la política nacional fue fruto, según sus palabras, de esa misma indignación que había sentido de frente a la ruptura del régimen democrático en 1917, del enojo, nos dice, de ver la corrupción imperante en el gobierno y las condiciones de vida de los costarricenses. En 1939, Costa Rica tenía un PIB per cápita de $252.-en dólares estadounidenses de 1950 y una tasa de alfabetismo del 70%. Para ese momento las reformas electorales de 1925 y 1927 habían establecido el voto secreto y se organizó e implementó un sistema nacional de registro de votantes. El efecto principal de las políticas sociales implementadas por los gobiernos liberales de finales del siglo XIX e inicios del XX fue la emergencia de una clase trabajadora y media educada con plenos derechos políticos y ciudadanos.

El desarrollo social alcanzado por medio de las políticas liberales del período entre 1880 y 1930, trajo a la arena política costarricense una masa de ciudadanos educados y organizados que exigieron mejores condiciones laborales, servicios sociales básicos y representación política. En consecuencia, Costa Rica entró en una coyuntura crítica en la cual la república liberal hegemónica ya no era viable, y eran necesarias un nuevo tipo de instituciones políticas para incorporar las demandas de una sociedad cada vez más compleja y poner en práctica políticas públicas.

La elección de 1940 marcó el comienzo de esa coyuntura crítica, caracterizada por un proceso intenso de incorporación obrera, reforma social y reformulación democrática que culminó en la guerra civil de 1948, de la cual el país surgió como una democracia representativa sin ejército.

En el pasado yo he argumentado que la guerra civil costarricense fue una consecuencia de las contradicciones entre dos enfoques diferentes sobre la incorporación de estos nuevos actores políticos, uno fue el de Calderón y el Partido Comunista entre 1942 y 1947, el cual puede ser caracterizado como populista-obrero, y el otro defendido por Figueres y sus fuerzas que encargó al Estado la incorporación de nuevos sectores políticos emergentes (Fallas Santana, 1999).

Las raíces de la guerra civil residen en la contradicción entre un proyecto de incorporación política basado en el populismo obrero –que redistribuyó la riqueza por medio de nuevas instituciones sociales sin modernizar la infraestructura productiva o alterar la estructura económica existente– y un proyecto de incorporación intervencionista dirigido por el Estado, que redefinió por completo el papel del estado para modernizar la economía y reducir el poder tanto de la clase cafetalera tradicional como del movimiento obrero organizado por los comunistas (Fallas Santana, 1999).

Nuevamente vuelvo al hombre, a don Pepe y su comprensión del momento histórico, cuando en 1948 dijo: «Yo lograré reformas más radicales que Mora y todo su partido, y le ganaré más batallas al imperialismo Yanqui en breve tiempo de las que esa gente ha logrado en veinte años sencillamente por una cuestión de táctica. Yo me haré amigo de capitalistas y del Departamento de Estado para ganarles la batalla desde dentro y no me importa bajo qué título tenga que circular para ganarme la confianza de ellos. Cuando ya se confíen de mi, sabré qué hacer» (Aguilar, 1969: 265). Aquí don Pepe nos muestra su pragmatismo político y la claridad sobre su meta que en otra parte expresó diciendo, de manera breve, que su interés en tomar el poder no era otro que el de transformar radicalmente el país.

Hoy, a más cien años de su nacimiento y más de sesenta años después de que don Pepe expresara esa frase, no sólo es evidente que alcanzó con creces su meta de transformar este país, sino que, además, su visión sigue siendo el benchmark que define hoy día las tareas que quedan pendientes para lograr una sociedad costarricense más justa y equitativa. Una característica de don Pepe fue la de escribir para explicar sus puntos de vista sobre los caminos para el desarrollo del país. En sus Cartas a un Ciudadano sintetizó su visión de Costa Rica diciendo: «Una definición trascendental de que un partido político permanente debe hacer en nuestro tiempo es si cree o no en la reforma social del siglo XX, si reconoce que la ciencia moderna hace posible la producción de suficientes bienes y servicios para todos los miembros de la comunidad, mediante el trabajo coordinado de todos; si cree en que deberían desaparecer las mayorías pobres y sin educación que caracterizan a los países subdesarrollados, si por estas razones está o no dispuesto a estudiar las ciencias sociales y económicas, para emprender planes para el desarrollo, tomar medidas en favor de la justicia, y en general promover la transformación del país que 10 convertiría en una sociedad donde todos sus miembros tengan al menos un mínimo razonable de las comodidades materiales y servicios de salud y cultura que permite nuestra época. No es necesario afirmar que nuestro movimiento se define perfectamente en este dilema. Estamos por la transformación social y aceptamos sus implicaciones» (Figueres, 1989 [1953]).

Desde la perspectiva de la teoría democrática, la coyuntura crítica de 1940-1949 condujo a una reformulación significativa del sistema democrático costarricense que tuvo, como objetivo principal, el fortalecimiento de las libertades constitucionales y la responsabilidad electoral. Durante los 1940, Costa Rica tuvo un régimen político en el que los estándares de competencia electoral abierta se venían deteriorando desde finales de los años 30. Ese deterioro del sistema electoral condujo al conflicto militar de 1948, del cual el país emergió como una democracia liberal civil y desarmada basada en la constitución (Fallas Santana, 1999).

La élite que tomó el poder en 1948 liderada por el Ex-Presidente Figueres Ferrer era una élite de clase media educada, pequeña pero comprometida grandemente con los ideales liberales igualitarios en los cuales habían sido educados, y con la reforma económica y social. Ellos habían imaginado un país de ciudadanos de clase media con poder político, y en los siguientes treinta años después de la reformulación de 1949 tuvieron éxito al fortalecer a la clase media, al reducir tanto el poder político como el económico de las oligarquías cafetalera y financiera, al atacar la pobreza por medio de la creación de empleos en un sector productivo nuevo y moderno, y al transformar el desarrollo humano en el fin y en la fuente del crecimiento económico (Dreza & Sen, 1989).

Paradójicamente, esta élite fue una élite incluyente e igualitaria, que impulsó diferentes formas de representación de intereses. En este sentido, el caso de Costa Rica, puede ser mejor entendido y explicado bajo el modelo de democracia de consenso. En ese modelo todos los sectores políticos de la sociedad deciden vía consentimiento acomodar y alcanzar las metas políticas y económicas, poniendo de lado sus diferencias y respetando la legitimidad de aquellas de los otros grupos. De esa manera, el conflicto está limitado por las reglas políticas aceptadas y las relaciones estado-sociedad se fortalecen por medio de rutas específicas de acceso de dos vías para incorporar las demandas de todos los grupos de interés.

Esa estrategia de vincular la política económica con la social explica la alta efectividad institucional del estado costarricense, y particularmente de las redes de seguridad institucional del país.

Pero ¿qué explica el que el país definiera y ejecutara esa estrategia? La respuesta es sólo una: don Pepe.

Hoy en día, autores como Amartya Sen sostienen que la crisis económica actual en los países del mundo en desarrollo son el producto de que los líderes fallaron en preparar a sus pueblos para la economía global, y otros, como Jeffrey Sachs, achacan el fracaso al Consenso de Washington –en provocar crecimiento económico– al hecho que se ignoró la política social. Bajo la luz de estas opiniones, es difícil no considerar la estrategia costarricense de desarrollo centrada en el estado como innovadora y adelantada para su tiempo.

Figueres ejecutó en sus dos primeras administraciones las principales reformas económicas y políticas que prepararon el camino para organización de la estrategia de desarrollo dirigida por el estado. Como parte de esas reformas, es importante destacar la nacionalización del sistema bancario, un aumento del 100% en el impuesto a la renta de las corporaciones transnacionales, el cual afectó particularmente a la United Fruit Company, la institucionalización de las reformas sociales de los 1940 y la creación de nuevas instituciones estatales a cargo del desarrollo de infraestructura y de proveer servicios sociales básicos. Se nacionalizaron sectores estratégicos como la producción de energía eléctrica y las telecomunicaciones, haciéndose el Estado cargo de esas operaciones.

Se hizo una reingeniería exhaustiva de la producción en general y en particular de la de café. El Estado financió la investigación y el desarrollo de nuevas variedades de café, se aplicaron políticas dirigidas a aumentar la producción cafetalera para resembrar fincas con las nuevas variedades, se promovió el uso de fertilizantes, y por medio del sistema bancario estatal se puso en práctica una política de créditos anuales para la producción cafetalera.

Los intelectuales y políticos detrás de las fuerzas de Figueres tuvieron –desde el principio– una compresión clara de la falla de los mecanismos del mercado para distribuir bienes y servicios públicos, así como para crear las condiciones necesarias para diversificar la producción y fomentar el desarrollo económico de Costa Rica. La razón era simple: la sociedad costarricense en 1950 seguía siendo rural, la producción manufacturera era pequeña y primitiva, la producción de café y banano dominaban la producción agrícola, representando un 97% de todas las exportaciones, y la productividad de la mano de obra en ese sector era baja comparativamente. En pocas palabras, tanto el mercado doméstico como el gobierno costarricense eran pequeños. A pesar de una creciente demanda de servicios por parte de una población en rápido crecimiento, en 1950 el Estado empleaba sólo un 6% de la población económicamente activa e intervenía muy poco en asuntos económicos (Fallas Santana, 1999).

Entre 1950 Y 1981 la economía costarricense se diversificó de manera importante por medio de la intervención estatal, permitiendo el surgimiento de nuevos grupos empresariales dedicados a nuevas actividades productivas promovidas por el Estado, por ejemplo la producción de granos básicos para el consumo doméstico, ganadería de carne y de leche, caña de azúcar, algodón, pesca, así como el desarrollo de infraestructura.

Asimismo, las reformas sociales aprobadas en los 1940 se dotaron adecuadamente de fondos, se aumentó considerablemente la inversión en educación, salud y programas sociales y se dio un importante proceso de redistribución –que buscó objetivos de equidad y la ampliación del mercado doméstico.

La estrategia estado-céntrica de crecimiento económico se basó en la expansión de la participación de los trabajadores del sector moderno en empleo moderno y en el aumento de la productividad de los sectores agrícolas tradicionales. Los pobres se beneficiaron de esa estrategia al emplearse en actividades de más altos ingresos en el sector moderno. Entre 1950 y 1970, cuando la fuerza laboral creció en un 48%, la de los agricultores y ganaderos creció sólo en un 11 %, a pesar de que la productividad laboral en la agricultura aumentó y su contribución PIB se mantuvo estable.

Sin embargo, los trabajadores de las zonas rurales –donde se han concentrado históricamente la mayoría de los pobres costarricenses¬-que fueron liberados de los trabajos agrícolas no quedaron desempleados. Ellos se emplearon en sectores con salarios más altos y con las tasas más altas de empleo. En ese tiempo, la movilidad laboral fue posible por el desarrollo social que había alcanzado el país el cual se reflejaba en la disponibilidad de una fuerza de trabajo calificada y alfabetizada. Este proceso llevó a nueva inversión en capital humano que recurrió a las nuevas instituciones que daban acceso universal a vivienda, educación básica y superior, salud, fondos de pensiones, y entrenamiento técnico. La inversión en desarrollo social fue clave en la estrategia de crecimiento estado-céntrica y, por 10 tanto, la política social y económica se vincularon estrechamente, beneficiándose recíprocamente de sus respectivas externa1idades positivas. Como resultado de esta estrategia el PIB del país creció a un promedio de 6.1 % entre 1950 y 1980, Y los indicadores sociales mejoraron dramáticamente, dando al país uno de los mejores niveles de vida en América Latina.

Resumiendo, la estrategia de desarrollo estado-céntrica en Costa Rica difirió de las características generales que tuvo en América Latina, donde las tensiones entre tendencias autoritarias y democráticas transformaron al Estado en una maquinaria corporatista autoritaria que controlaba tanto las fuerzas del mercado como la sociedad civil.

Por el contrario, en Costa Rica, el Estado se convirtió en un mecanismo de inclusión que permitió una expansión considerable de las clases medias, no sólo mediante la creación de empleo en los sectores modernos de la economía, si no sobre todo por el acceso democrático de la población a los servicios económicos y sociales básicos, y al aumentar la inversión en capital humano. Hoy día, a 100 años del nacimiento de de don Pepe, cuando la inequidad creciente de la sociedad costarricense nos ha hecho caer en el índice de desarrollo humano de Costa Rica por quinto año consecutivo, la herencia democrática de José Figueres Ferrer y su visión de una sociedad costarricense, desarrollada y socialmente justa, no podrían ser más vigentes.

REFERENCIAS

Aguilar Bulgarelli, Oscar, (1969). Los Hechos Políticos de 1948, San José: Lehmann.

Dréze, Jean., and Amartya Sen. (1989). Hunger and Public Action. Oxford, UK: Clarendon.

Fallas Santana, Agustín. (1999) Safety Nets and Structural Adjustment in Electoral Democracies: The Cases of Costa Rica and Ecuador 1980-1996, Unpublished Ph.D. Dissertation, Cambridge MA: Department of Political Science, MIT.

Figueres Ferrer, José. (1987). El Espíritu del 48, San José: ECR.

Figueres Ferrer, José. 1989 [1953]. Letters to a Citizen. In The Costa Rica Reader. eds., Marc Edelman and Joanne Kenen. New York: Grove Weidenfeld.

Sabel, Charles F. & Sanjay Reddy. (2002) Learning to Learn: . Undoing the Gordian Knot of Development Today, New York: 1 Columbia University School of Law.

Sabel, Charles F. (1993). Learning by Monitoring: The Institutions of Economic Development, Working Paper #102: Columbia University School of Law.

Sabel, Charles F. (2003). The World in a Bottle Or Window on the World?: Open Questions about Industrial Districts in the Spirit of Sebastiano Brusco, Modena, Italy: Columbia University School of Law.

Sen, Amartya. (1999). Development as Freedom, New York: Anchor Books.

Unger, Roberto Mangabeira. (1987). Social Theory: Its Situation and Its Task, Cambridge, Cambridge UP.

Fuente: Revista Parlamentaria, Septiembre 2006

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