Disolviéndonos en la Existencia

Cuanto más vives más pierdes

Conversaciones con mis nietos

El que quiere conseguir todo debe renunciar a todo.” Teresa de Ávila

Arsenio Rodríguez

En todos los tiempos que se viven y se han vivido, la vida esta calibrada en lo que uno gana y pierde al vivirla. En esta época de pensamiento mecanicista y materialista donde el tener es tan importante como el ser, debemos tener un momento de reflexión, en medio de titulares noticiosos exacerbados, propaganda constante de consumo y de modelos de vivir, donde obtener y acumular tienen más importancia, que asombrarse ante la belleza y misterio de la vida.

Me recuerda una historia que me contó un amigo en la India. Este vivió durante muchos años sirviendo a un maestro espiritual que observaba silencio. Al cabo de veinte años de su estadía con el maestro, recibió la visita de su mejor amigo de juventud, quien pensaba que él había perdido sus mejores años junto a este maestro. «Y dime” -le preguntó. ¿qué has ganado después de tantos años con este maestro? El discípulo trató de responderle algo a su amigo, pero se dio cuenta de que parecía que no había ganado nada.

Después de un rato, un poco avergonzado, por no haber podido presentar a su maestro bajo una mejor luz, se despidió de su amigo. Al entrar en la habitación donde estaba su maestro, este último notó la preocupación interior del discípulo, y le preguntó con sus gestos silenciosos: «¿Qué te preocupa?».

El discípulo le contó sobre el intercambio con su amigo, y el maestro se rio calladamente y le comunicó en gestos: «Es que tu amigo te hizo la pregunta equivocada, si te hubiera preguntado, qué has perdido después de tantos años de vivir conmigo, todavía estarías afuera enumerando lo que has perdido. Viniste a mí no para aprender nada, sino para desaprender todo, no para aumentar tu equipaje, sino para aligerar tus cargas. De esto se trata la espiritualidad, de perder tus apegos, tu autodefinición».

En una entrevista reciente, Isabel Allende, la reconocida novelista chilena dijo:

Me di cuenta en algún momento de mi vida, que uno viene a este mundo para perderlo todo. Cuanto más vives, más pierdes. Primero, pierdes a tus padres, a las personas que amas a tu alrededor, a tus mascotas, a los lugares con los que te asociaste e incluso a tus propias facultades e identidad.

La mente se desvanece con el tiempo, tal vez con alegría, tal vez con melancolía, pero se desvanece. Los recuerdos, la conciencia de los momentos especiales, viven en depósitos inmateriales, y se arrastran hacia atrás como espejismos trayendo a la memoria sentimientos y emociones asociadas. Estos sentimientos son, con el paso de los años más tenues, pero aún te conmueven a diferentes niveles. Las angustias de las relaciones y presencias, aunque ahora desaparecidas, persisten. Algunas incluso todavía mueven tus entrañas y músculos, otras te tocan el corazón y aún te asombran. Estas imágenes del pasado, asomadas desde ventanas imaginarias a la consciencia del presente, nos distraen del entorno actual, y la constante definición, juicio, anhelo, exploración e interpretación de esta existencia.

Tu cuerpo, el contenedor de la mente también se va desvaneciendo, las extremidades no son tan ágiles, los sentidos no son tan agudos, y todo tipo de pequeños dolores van revelando gradualmente partes oxidadas en puntos de contacto y fricción, las que antes eran tan flexibles,
suaves y rápidas.

Luego, también está este soliloquio constante, que sigue y sigue, a veces debatiendo seriamente esto o aquello, otras veces riéndose de uno mismo por estar atrapado en situaciones, o culpando a alguna circunstancia, o a algún otro, cercano o remoto, por cualquier restricción, dolor o frustración que nos suceda. A veces, filosóficamente, esta conversación con uno mismo simplemente se establece dentro de tu ser, que se siente abrumado por la pregunta de por qué, o asombrado ante un momento en santiamén donde una realización nos invade y elimina nuestras quejas cotidianas.

Estos últimos son los mejores momentos, esos tiempos de reflexión, cuando nos damos cuenta de la maravilla de la vida. Son como una gota de rocío matutino que cae sobre una rosa y se derrite sobre sus pétalos, resaltando de una manera espontánea la belleza, la compasión y el amor que existe, como una canción integrada de todo, y que siempre parece estar cantando en todas partes. Son esos momentos en los que nos dejamos ir, sin preocuparnos por el tiempo o las consecuencias, sin apegos, cuando nos damos cuenta de que no sabemos nada, y que simplemente somos.

Quizás el propósito de todos estos envases de vida, estas formas, es fermentar una esencia adentro que está más allá del tiempo, más allá de todos los cuentos que inventamos y nos hacemos y acumulamos, en estos toneles de fermentación.

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