Chile…

Por Luis Sepúlveda*

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Más de un millón doscientas mil personas salieron a las calles a decir ¡Basta! Basta de salarios miserables, basta de pensiones paupérrimas, basta al abandono de la educación pública, basta a la privatizaciones absurdas como la del agua, basta al abandono de la salud pública y al imperio mercantil de la sanidad privada, basta de policías entrando a diario en los establecimientos educacionales para golpear y torturar estudiantes, basta de ministros burlándose de la necesidad del pueblo, como un farsante ministro de educación que propuso “organizar bingos” para arreglar las aulas inundadas, u otra lumbrera que sugirió “ levantarse más temprano” para ahorrar en transporte, o ese otro iluminado que, frente a las alzas de los artículos básicos aconsejó “comprar flores porque están baratas”. Y ese más de un millón doscientas mil personas gritaron ¡Basta! a un gobierno presidido por un fantoche inepto y de reconocido prontuario delictual.

Con Sebastián Piñera el país fue definitivamente entregado a la voracidad de los empresarios y las transnacionales, algo que se empezó a fraguar durante la dictadura y fue luego intensificado por todos los gobiernos pos dictadura. Sembraron pobreza, precariedad, abandono, desesperanza , convencidos de que la fuerza del poder había anestesiado para siempre a los habitantes de la nación austral. Hasta que la ira salió a las calles a decir ¡Basta!

Ahora, el inepto, decididamente estúpido presidente, el mismo que hace una semana anunció «estar en guerra» y sacó tropas a las calles declara que ese más de un millón doscientas mil personas en las calles lo ha llenado de alegría, anuncia cambios de ministros y, como un patrón que echa mano al monedero, se dice dispuesto a subir los salarios, las pensiones, a frenar las alza de la electricidad, agua y transporte, y hasta a considerar que los ricos paguen algo de impuestos al Estado.

La esposa del Piñera declara que ha descubierto la necesidad de «compartir», y Luksic, el hombre más rico de Chile y unas de las mayores fortunas del mundo, asegura estar dispuesto a considerar algún impuesto a las grandes fortunas. Al mismo tiempo, cadáveres políticos como Lagos descubren que había «intranquilidad en el país», o Insulza llamando a «reprimir con energía», o Guiller anunciando que «si cae Piñera cae el congreso, caemos todos».

Y todo esto con los 19 muertos según las cifras oficiales, todavía tibios, miles de heridos por las fuerzas represoras, policías y militares, según el Colegio Médico, una cantidad mantenida en secreto de prisioneros muchos de ellos torturados en improvisados centros de detención, mujeres violadas por la fuerzas represoras, como en los tiempos de la dictadura que implantó a sangre y fuego el «modelo chileno», el experimento neoliberal que hizo retroceder a un país próspero a la triste condición de economía de recolectores.

Lo que propone el gobierno y sus generosos compañeros de diálogo, no son más que medidas gatopardianas, esbozos de cambios para que todo siga igual.

Y la gente, esa gente de todas las edades y condiciones que se sacudió de la modorra del fatalismo, sigue en las calles con el claro y legítimo deseo de recuperar su dignidad. Y el primer paso de cambio real es terminar con la odiosa constitución redactada por la dictadura, formar una asamblea constituyente para que sea el poder de los ciudadanos libres el que decida y sancione una nueva constitución de nación digna y soberana.

Por eso siguen en las calles, y seguirán, porque en Chile empezaron a llenarse de vida digna las amplias alamedas.

* Autor chileno. A raíz de la publicación de la novela Un viejo que leía novelas de amor (1992), se convirtió en uno de los escritores latinoamericanos más leídos en todo el mundo. Políticamente comprometido, sufrió prisión durante la dictadura de Pinochet y posteriormente abandonó el país. El exilio le llevó a Europa, donde ha ido publicando la mayoría de sus novelas y relatos.

Le Monde Diplomatique vía OtherNews

Anexo :

No estoy de acuerdo con los acuerdos

Por Hugo Farías Moya

He tenido la fortuna, para otros una desgracia, de estar en las dos marchas más grandes que la historia de Chile ha tenido conocimiento, solicitando cambios y justicia social. Entre una y otra han pasado largos 31 años. En la primera concentración en el año 1988 asistí con mi esposa, en esos años éramos pololos solamente. Hoy o el viernes 25 de octubre de 2019, fui con mi señora y mis tres hijos. Les comentaba a ellos que nuestro país se detuvo por largos 31 años. Las mismas consignas, reivindicaciones, rabia, ira y peticiones de aquellos años hoy se vuelven a repetir. Nada ha cambiado en el imaginario colectivo de nuestro pueblo. Mejores pensiones, acceso a la salud, acceso a los servicios básicos a bajo precio, acceso a los remedios, basta de represión, educación gratuita y de calidad, no solamente la educación básica y media, sino el acceso gratuito a la educación Universitaria y un largo etcétera.

Es cierto que el retorno de la “democracia” nos trajo un atisbo de esperanza, por sobre todo a la juventud, la más rebelde y golpeada durante la dictadura, pero eso no significó que durante los años de seudo democracia que la sucedió no hayamos vivido lo mismo. En algunos casos siguió peor. De hecho se institucionalizó la represión, mientras el mundo político hacía vista gorda, y en más de las veces fueron ejecutores de la represión y muertes. De hecho toda la represión y matanzas hacia el pueblo nación Mapuche fueron ordenados, justificados y avalados por los gobiernos de turno. Y hablamos de gobiernos que se suponían que eran de centro izquierda.

Durante mis estudios universitarios que los cursé enteramente durante la dictadura de Pinochet creíamos, vaya ilusión, que nunca en “democracia” íbamos a encontrarnos con las dantescas imágenes de represión y muerte que hemos vivido estos días, y no solamente hablo de este gobierno del empresario Piñera, sino de todos los gobiernos concertacionistas. Era una ingenuidad del porte de una catedral suponer que el abuso se iba a terminar junto con la dictadura de Pinochet.

Algunos de mis ex compañeros de Universidad me dicen que de todas maneras hemos avanzado como país y vuelvo a preguntar: ¿en que hemos avanzado? ¿Hemos avanzado en el PIB?, pero no hemos avanzado en el desarrollo, es decir en la igualdad. Hemos avanzado en el individualismo, hemos avanzado en el egoísmo, en el sálvese quien pueda. Hemos avanzado en la peor salud mental de los chilenos (25% de los chilenos no pueden dormir tranquilos y necesitan automedicación). Hemos avanzado en lo huraño, irritables, en la antipatía. No nos saludamos con los vecinos, no tenemos vida de barrio. Hemos avanzado en el exitismo, no compartir con los otros.

Y volviendo al título de este escrito cuando digo, “No estoy de acuerdo con los acuerdos”. Y vuelvo a justificar el porqué de esto. La famosa frase del Presidente Patricio Aylwin marcó el rumbo de estos 30 años: “La justicia en la medida de lo posible”. Esa sola frase dio el inicio a la impunidad, no solamente a la cárcel para los asesinos y torturadores, tanto civiles como uniformados, sino a la impunidad total en los delitos. El saqueo y robo a las empresas estatales que se habían privatizado durante la dictadura quedaron totalmente impunes, es más siguieron sus dueños jugando un rol en la política corrompiendo totalmente a los futuros políticos. Las Fuerzas Armadas y Carabineros componían el Consejo de seguridad nacional y podían seguir deliberando y cumpliendo un rol político. Tuvimos el triste espectáculo de que los gobiernos de la Concertación salieron a defender en masa al dictador preso en Londres. Justicia que por cierto no se realizó en Chile y tuvo que ser un juez español que nos diera un poco de dignidad.

Recordemos que después de esa frase llegó otra más desafortunada: “La política de los acuerdos”. Que no fue ni más ni menos la sumisión de la izquierda a la derecha. Esa política de los acuerdos dejó una estela de sufrimiento a nuestro pueblo. El país más desigual de nuestra América Latina y que se encuentra en el tristemente célebre de los 15 países más desiguales del mundo, superamos a Ruanda. Esta política de los acuerdos, dejó intacta la constitución, redactada y aprobada en dictadura, es decir sin registros electorales y con estado de emergencia.

Todo esto de “ponernos de acuerdo” trajo la educación privada, la salud privada, el trabajo precario, un código laboral que no permitía la huelga. Trajo el endeudamiento eterno de los chilenos. La compra de alimentos con tarjetas de crédito. Trajo el nulo acceso a la vivienda digna. Como le decía a mis hijos, si los mismos que nos llevaron a este descalabro se quieren poner de acuerdo para buscar las soluciones no servirá de nada la sangre de los hasta ahora 20 muertos, de los hasta ahora 3000 detenidos y torturados, de los 300 niños presos y golpeados. Esta juventud que se alzó por los 30 pesos en el alza del pasaje del Metro y que nos han llenado de orgullo y admiración, no van tolerar un nuevo acuerdo en “la cocina”. Ellos perdieron el miedo y si tienen miedo y rabia ese es el combustible que los anima a luchar hasta la imprudencia.

Uno de los jóvenes marchantes me dio un argumento contundente, ¿qué habría pasado si en vez de evadir los pasajes del Metro y romper los torniquetes mejor hubiésemos dejado una carta con la siguiente petición?: Excelentísimo señor Presidente de La República, Sebastián Piñera Echeñique. Nosotros los jóvenes secundarios, cansados de tantas alzas injustificadas en el pasaje del Metro, de los remedios de nuestros padres, de las contribuciones, de las cuentas de la luz y el agua, que agobian el presupuesto de nuestras familias y precarizan nuestras vidas. Por esto, humildemente le solicitamos respetuosamente no suba el pasaje del Metro nuevamente. Muchas gracias de antemano su valiosa atención y colaboración. Ya se la respuesta, me dijo.

Voy a resumir toda la rabia contenida de los jóvenes en la gran marcha del viernes recién pasado.: “Mire tío los cambios se hacen sin pedir permiso”.

POLITIKA

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