Jesús y san Pedro bajaron un día a la tierra, como solían hacer de vez en cuando, para ver cómo se portaban los hombres.
Caminaron largo tiempo y, muy cansados, decidieron pararse en una pobre casa de campesinos a la entrada de una aldea.
A la mujer que estaba lavando a la puerta de la mísera casa, Jesús le preguntó:
—¿Tienes algo de comer para dos caminantes cansados?
—Tengo bien poco que ofreceros —respondió la mujer—. Somos muchos de familia y muy pobres. Si os contentáis con un poco de pan asentado, os lo ofrezco de corazón. Venid.
Jesús y san Pedro aceptaron y comieron el pan asentado que les ofrecía con tanta generosidad. Después, mientras la mujer continuaba con el lavado de la ropa, Jesús le preguntó:
—¿Qué harás mañana?
—Otro lavado de ropa.
—Yo te aseguro que ese lavado durará de la mañana a la tarde.
—Ojalá, pero no es posible —suspiró la mujer—. Tengo ya muy poca ropa que lavar.
—Ten confianza y verás.
Y los dos caminantes reemprendieron la marcha.
Al día siguiente la mujer sacó a la puerta el barreño que usaba siempre y comenzó a enjabonar y lavar, como de costumbre, algunas camisas viejas recosidas, unos pantalones con remiendos, camisetas con agujeros… Escurrió y sacó esa ropa.
Pero he aquí que salían del agua camisas nuevas flamantes, pantalones y camisetas de muy buena lana. E, incluso, toallas bordadas, pañales para los bebés y pañuelos de lino suave.
Cuanto más sacaba la mujer, más se llenaba el barreño, tanto que fue difícil encontrar dónde tender toda aquella ropa tan bonita y nueva.
Y así siguió hasta el atardecer.
El extraordinario acontecimiento no pasó inadvertido y suscitó la curiosidad de los vecinos que acudían a preguntar qué había sucedido. La mujer les contó todo con detalle y concluyó:
—Me parece que aquellos caminantes serían Jesús y san Pedro, tengo por seguro que les debo a ellos este milagro, como recompensa a mi pobre hospitalidad.
Entre los vecinos había dos hermanos avaros y ricos que nunca ayudaban a los necesitados, guardaban celosamente bajo llave su tesoro y decidieron enseguida estar ojo avizor, por si aquellos caminantes volvían a pasar por allí cualquier otro día. ¡Después de oír el relato de la campesina tenían una idea bien fija en la cabeza!
Transcurrió una semana.
Una mañana los dos avaros vieron pasar de nuevo a los caminantes. Corrieron a su encuentro, les pidieron que se parasen a descansar en su casa, pero se guardaron muy bien de ofrecerles algo de comer.
—Desgraciadamente nuestra despensa está vacía —dijeron con aire afligido—. ¡Somos tan pobres!
Jesús aceptó sonriendo sentarse a descansar en una vieja silla de asiento de paja con san Pedro de pie junto a él, y cuando fue el momento de partir preguntó:
—¿Qué haréis mañana?
—Contaremos nuestros ahorros, que son escasos, escasísimos, emplearemos bien poco tiempo, desgraciadamente —respondieron los dos, mentirosos y tramposos, además de ricos y avaros.
—Bien —dijo Jesús—. Lo primero que hagáis por la mañana durará hasta la tarde.
—¡Imposible! Somos pobres de solemnidad; tenemos sólo un miserable montoncito de monedas de cobre. En pocos minutos habremos contado todo lo que poseemos.
Y Jesús:
—Tened confianza y veréis.
A la mañana siguiente, antes de comenzar a contar el dinero, fueron los dos a cerrar cuidadosamente puertas y ventanas para que los vecinos no viesen cómo se multiplicaba su tesoro durante todo el día y llegaba a ser inmenso y quizá después les pidiesen una pequeña ayuda.
Jesús había dicho: «Lo primero que hagáis durará hasta la tarde». Y así fue.
Los dos siguieron, desesperados, cerrando puertas y ventanas durante horas y horas, sin conseguir pararse por más esfuerzos que hiciesen. Apenas creían haber acabado su trabajo, las puertas y ventanas estaban de nuevo abiertas.
Y no se acaba aquí.
Cuando el sol se puso y terminó la interminable fatiga, los avaros tuvieron una terrible sorpresa: se encontraron que todas las preciosas monedas de oro que poseían, celosamente guardadas en un cofre, se habían convertido en hojas secas.
Rossana Guarnieri
Cuentos y leyendas cristianos
Madrid, Ediciones RIALP, 2008
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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