No son 30 pesos, son 30 años…

Por Adriana Fernández* – Especial para Other News

Other News

Hace un mes de ese 18 de octubre, en que el Presidente Sebastián Piñera respondió a la desobediencia civil de los estudiantes secundarios en el Metro de Santiago con la fuerza brutal de la policía militarizada, haciendo estallar una insurrección social, que se manifiesta tanto en la violenta destrucción de los símbolos icónicos del modelo neoliberal, en actos de vandalismo y saqueos e incendios, como en el pacifismo de marchas multitudinarias, asambleas populares auto convocadas y organizaciones sociales exigiendo derechos y dignidad. Piñera, muy debilitado por el incontrolable caos social, la masividad de las marchas, y las denuncias de violaciones de DDHH en su contra, la noche del 12 de noviembre hizo un llamado a la paz. Pues, aparentemente, no habría logrado apoyo para poner a las Fuerzas Armadas en control de la situación, como habría preferido, con un Estado de Excepción. No ofreció ningún plan de cómo llegar a esta paz. Este escenario ha llevado a los partidos de la deslegitimada clase política a buscar, en conjunto, una urgente salida a la crisis. Por lo que han iniciado el proceso para la elaboración de una nueva Constitución, que reemplace a la de Pinochet. Esto era inimaginable solo unos días atrás. Es un histórico primer paso, aunque no es una garantía de la legitimidad del proceso por venir. Por lo contrario, este está siendo cuestionado por las organizaciones ciudadanas y partidos políticos de la izquierda, fuera del acuerdo. Además, si quienes gobiernan no dan soluciones reales, a problemas tan serios como las pensiones, se entiende que seguirá la violencia. Lo que está claro hoy lunes 18 de noviembre, es que Piñera ya no tiene poder real. Que el país ha cambiado. Que es el Estado el que debe ahora cambiar. Y que son los estudiantes los que abrieron el camino…

¿Intervención extranjera? o ¿son “extraterrestres”?

Desde la destrucción de estaciones del Metro de Santiago, la derecha lanza rumores que Cuba y Venezuela están detrás de las manifestaciones de violencia, y en redes sociales repiten ese mensaje. Quienes los reenvían lo creen firmemente. Sin poder reconocer que Chile es una distopía, cuyos principios orientadores son lo opuesto a la justicia y solidaridad humanas. Que es el laboratorio social del capitalismo salvaje. Que la lista de iniquidades es larga y recurrente en la vida de millones de chilenos. Que Sebastián Piñera y sus ministros no necesitaban poderosos enemigos, para crear el violento caos social y la crisis política e institucional más grande desde la vuelta de la democracia. Si esta ha sido una rebelión popular porque sumó y transformó la experiencia subjetiva individual y de grupos, en una gran fuerza colectiva en rechazo al sistema, su expresión volcánica, directa y destructiva se origina en las condiciones abusivas permanentes del sistema, que se hacen cada día más intolerables bajo el gobierno de Piñera.

Es importante tomar en cuenta que esta explosión se produce poco después del fracaso del ambicioso proyecto de 100 reformas por la equidad que había prometido Michelle Bachelet en su segundo gobierno (2014-2018). Esa agenda reformista había subido las expectativas de mejoras en las condiciones de vida para muchos de los jóvenes que hoy se enfrentan al gobierno en forma pacífica o con tanta violencia en las calles. Las reformas fueron ferozmente combatidas por los políticos de la derecha hasta que lograron hacerlas inviables. A ellos les era entonces impensable ceder terreno a la equidad, dejar de abusar a la población, acostumbrados como están desde Pinochet a hacer y deshacer, amparados en su Constitución, en la propia tradición histórica y cultural, y en la complicidad de muchos en los partidos de centro-izquierda. Todos los mismos que hoy están pensando en cómo disolver la ira de los abusados.

Las masivas y creativas movilizaciones de los estudiantes durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, en 2011 y 2012 por lograr reformas en educación, marcaron un “antes y un después” en la conciencia colectiva del país, porque abrieron la discusión pública sobre el modelo neoliberal instalado en Chile, hasta ese momento considerado enormemente exitoso; cuestionaron la privatización de la educación y demandaron una educación pública, gratuita y de calidad; rompieron con la prohibición tácita de discutir las relaciones entre la política y la realidad social que dominaba el discurso público en colegios y universidades, en medios de comunicación, en reuniones sociales, a pesar del tiempo que había pasado desde la caída de la Dictadura; y posibilitaron la aparición y visualización de otros movimientos sociales, tales como en salud, medioambiente, causa mapuche, feminismo; diversidad sexual, centralismo versus descentralización, pensiones y otros. La agenda de reformas de Michelle Bachelet fue producto de las demandas sociales que había instalado el movimiento estudiantil. Como de las observaciones de la OCDE sobre las inequidades en Chile.

Con las reformas que no se hicieron y el fracaso general de ese gobierno de Bachelet y lo que era la agenda original de Piñera hasta hace 4 semanas, la conciencia de la opresión del sistema había ido creciendo: Por otra parte, durante los últimos años, fueron saliendo a la luz diversos escándalos, que expusieron la colusión de la política con el dinero, los fraudes del Ejercito, los de Carabineros y su criminalidad, las miles de formas en que las empresas estafan a los consumidores, entre otros, y muy importante, los demoledores reportajes sobre los abusos sexuales de la Iglesia Católica. Todo lo que en conjunto, han causado un daño irreparable en la confianza en las instituciones, en una sociedad que hace mucho ha vivido en la desconfianza.

* Adriana Fernández es Profesora de Estado, Universidad Austral, Chile; Estudios en Literatura, Universidad de California, S.D. California; Educadora bilingüe, California, EE.UU.; Educadora retirada, actualmente reside en Chile.

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Anexo:

El malestar de Chile en sus voces literarias

Por Juan Íñigo Ibañez – Arcadia(*)

¿Puede la ficción anticipar una fractura colectiva? Tres expertos se refieren al rol de la narrativa en el estallido social de octubre

Las recientes manifestaciones y revueltas en Chile han dejado en evidencia las contradicciones de un modelo que, hasta hace poco, era considerado un ejemplo regional de crecimiento económico y estabilidad democrática, pese a tener uno de los índices de desigualdad más altos entre los países de la OCDE.

“La narrativa chilena de hoy da cuenta de esa paradoja a través de historias y personajes que no calzan en el modelo social, que reflejan una sensación de desacomodo y exclusión”, cuenta Rodrigo Pinto, crítico literario de la revista Sábado. Se trata de relatos marcados por la falta de oportunidades, la deuda crónica, la cesantía como una garantía de caída en la pobreza e historias de jóvenes excluidos y sin posibilidades de lograr una vida medianamente digna. “Casi no hay obra reciente en Chile que no muestre esa profunda fractura social”.

En los días posteriores al estallido social del 18 de octubre, gatillado por el alza del metro, la prensa chilena remarcó el carácter inesperado de una crisis que dejó en evidencia la magnitud del descontento ciudadano hacia la clase política y el modelo económico en su conjunto. Sin embargo, para la crítica literaria de Las Últimas Noticias, Patricia Espinosa, un grupo intergeneracional de escritores y poetas —Isabel Gómez, Galo Ghigliotto, Ernesto Garratt, Verónica Jiménez, Diego Ramírez o Cesar Cabello— han venido reflejando desde hace tiempo y de forma constante las fracturas del país desde las grietas de su desarrollo.

A opinión de la académica de la Universidad Católica, estos autores vendrían produciendo “una textualidad atravesada por la crisis, la crítica a la ausencia de utopías y colectividades, así como la omnipotencia del capitalismo y su incidencia en la vida cotidiana”. Y añade: “Si estos libros no han tenido lectores capaces de advertir que estábamos y estamos siendo víctimas de una sistema político fracasado, es porque el gobierno chileno ha restringido las producciones culturales y bloqueado el acceso a las artes”.

Ficción y anticipación

La literatura ha mostrado desde siempre una intrínseca capacidad para prefigurar la historia y adelantarse a los hechos. Lo demuestran obras como 1984, de George Orwell, con su denuncia de la manipulación política y de los totalitarismos, o la más reciente novela de Michel Houellebecq, Serotonina, en la cual, según muchos, el autor francés habría vaticinado la revuelta de los chalecos amarillos.

¿Lograron los autores chilenos prefigurar el reciente estallido social? A opinión de Pinto, si bien ninguno anticipó con exactitud la denominada “primavera chilena”, títulos como Qué vergüenza o Quiltras, de las escritoras Paulina Flores y Arelis Uribe, sí lograron plasmar en sus obras el sentimiento de desasosiego que miles de personas han manifestado en las calles, durante las concentraciones más masivas desde el retorno a la democracia: “Tanto Uribe como Flores han logrado mostrar ese borde terrible que separa la sobrevivencia de la amenaza del hundimiento”, prosigue. “Pero no son obras que tengan una intención de denuncia o una voluntad de anticipación (…) Son escritoras y escritores que, simplemente, lograron expresar la sensibilidad de su tiempo”.

Pinto sugiere, además, que Mapocho, de Nona Fernández, y Madariaga y otros, de Marcelo Mellado, al lado de obras como las de Alejandra Costamagna y Alejandro Zambra, “han abordado de forma visionaria la crisis que hoy afecta a la sociedad chilena”. A esta lista, el estudioso suma títulos como No me vayas a soltar y El sol tiene color papaya, del escritor Daniel Campusano: “Ambos libros se ambientan en colegios de la capital y, desde ahí, el autor lee muy bien los problemas de la educación chilena”.

Por su parte, Espinosa considera que la obra completa de Diamela Eltit, y en especial su última novela, Sumar, ha logrado prefigurar lo que hoy ocurre en Chile: “Sus libros visibilizan la desobediencia desde lo menor, desde los bordes, atrapada en la derrota de la izquierda”, apunta. “Su literatura se ubica desde y hacia los márgenes sociales, convocando con ello a las voces silenciadas por el sistema”.

Nuevos límites, nuevas fronteras

La herida de la dictadura aún cala hondo en la narrativa del país. Si bien autores cuyo trabajo está atravesado por el desgarro de esa vivencia, como Raúl Zurita, Elvira Hernández o el fallecido Pedro Lemebel, siguen teniendo una influencia inalterable en los escritores que privilegian temáticas vinculadas a la memoria postdictadura, a ojos del crítico literario del suplemento Artes y Letras del El Mercurio, Pedro Gandolfo, “en los autores más jóvenes ya no se percibe el abatimiento y la nostalgia por un pasado y unas ilusiones perdidas”. En la misma línea, Rodrigo Pinto apunta que en la literatura de los hijos “se rompe con mayor o menor énfasis el molde de la generación previa, todavía muy fuertemente ligada a la experiencia de crecer bajo dictadura”.

Sumado a ello, lo “periférico” como leitmotiv sigue atravesando la ficción nacional. No obstante, a juicio de Gandolfo, hoy los “bordes” acudirían a perspectivas más amplias y diversas: “La provincia frente a la capital, las minorías sexuales frente a la cultura heteronormada, la indigencia urbana frente a la élite afluente o la cultura de los pueblos originarios frente a la cultura colonial”.

En esta última tradición, el especialista destaca a los poetas Elicura Chihuailaf y Leonel Lienlaf, ambos pertenecientes a “una de las corrientes más poderosas de la poesía nacional de las últimas décadas, aquella que reivindica el lenguaje y la experiencia trágica del pueblo mapuche”.

Señales de desgaste

¿Dónde buscar las huellas literarias del malestar chileno? Según Espinosa, en la autoficción de los años noventa se advierten los primeros indicios de ese agotamiento a través de narraciones de sujetos encerrados en sí mismos, sin expectativas e incapaces de cualquier ejercicio de memoria. Esa literatura, en su opinión, se acomoda “a los marcos políticos de una estética posmoderna desencantada y quieta”, y en su momento habría mostrado los incipientes síntomas de una generación atrapada por el neoliberalismo.

En contraposición a ello, la académica observa hoy el predominio de una discursividad crítica, intergeneracional y conformada por escritores y escritoras que “privilegian la memoria y la contrastan con un presente de olvido, resignificando al sujeto popular y a la mujer”. Siguiendo esa línea, destaca los trabajos de escritoras que, alejándose de aquella “subjetividad banalizada y autorreferencial (…) asumen una voz situada que cuestiona al patriarcado y, por ende el capitalismo, desde un entorno cotidiano”.

“Son voces que transitan por la intimidad de un yo que contrasta su presente con el pasado, ambas temporalidades, despojadas de toda épica”, explica. “En Chile las mujeres han escrito desde siempre, pero han sido sometidas a diversas operaciones de silenciamiento, por lo que recién están logrando visibilizarse”.

Para la académica, las escrituras de Nona Fernández, Eugenia Prado, Cynthia Rimsky, Lina Meruane, Alia Trabucco y Romina Reyes, además de las poetisas Daniela Catrileo y Gladyz González, serían las mejores que se están publicando actualmente en el país: “Como en muchas otras manifestaciones artísticas, la literatura chilena ha sido intervenida por la ideología heteropatriarcal, racista, clasista, misógina y, por ende, homofóbica. Por ello, en todas estas autoras hay un énfasis en recordar y levantar microutopías, deseos de cambio y rechazo a todo ejercicio de violencia”.

La vigencia de esa opresión hacia las minorías evoca en Espinosa uno de los episodios más graves de los últimos días: “Durante las manifestaciones nacionales contra el neoliberalismo y la presidencia de Sebastián Piñera, se están cometiendo, por parte de organismos del Estado, violencia político-sexual contra la ciudadanía. Es necesario detenerla y darla conocer al mundo”.

* Revista cultural colombiana de periodismo narrativo con información sobre novedades editoriales, exposiciones, música, cine, arquitectura y teatro.

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