El asedio de Sarajevo fue uno de los episodios más atroces de la guerra en los Balcanes. Miles de civiles fueron atrapados bajo el fuego constante de francotiradores y artillería. Ahora, casi tres décadas después, surge la denuncia de que algunos ciudadanos extranjeros —entre ellos italianos— habrían viajado a esas colinas para disparar por mero “entretenimiento”.
Según los denunciantes —entre ellos el escritor Ezio Gavazzeni y los abogados Nicola Brigida y Guido Salvini— existen documentos y testimonios que apuntan a que estas no fueron acciones aisladas. Estos “turistas de la guerra”, según la acusación, eran personas adineradas, aficionados a las armas, con simpatías hacia la extrema derecha.
Que alguien pague para dispararle a personas indefensas no es solo delito, es una manifestación de la más absoluta deshumanización. Estos supuestos “safaris” borran cualquier límite entre guerra y entretenimiento macabro. Las víctimas dejan de ser humanos para convertirse en objetivos a abatir, como si fueran figuras en un videojuego letal.
La apertura de la investigación demuestra que el Estado italiano no puede mirar para otro lado ante acusaciones de esta gravedad. No basta con condenar en abstracto la violencia: se necesitan respuestas judiciales concretas. Que se califique como “homicidio múltiple con agravantes de crueldad y motivos abyectos” subraya la importancia del caso.
Este caso también es un golpe a la memoria. No podemos permitir que fenómenos tan atroces queden enterrados en la historia como anécdotas morbosas. Si se confirma, estos viajes criminales no solo son una ofensa a las víctimas bosnias, sino un símbolo del egoísmo y la impunidad que persisten más allá del fin del conflicto. Además, dado que se habla de delitos que podrían considerarse de lesa humanidad, la justicia no debe depender del paso del tiempo.
Vivimos en una era en donde la violencia muchas veces se convierte en espectáculo (aunque no literalmente como estos “safaris”). Sin embargo, si realmente hubo personas dispuestas a pagar para matar por diversión, eso significa que la frontera entre lo humano y lo inhumano se ha corroído. Podemos criticar a la violencia mediática, pero lo que surge en este caso va más allá: habla de una mentalidad donde la vida humana es un recurso de ocio para algunos privilegiados.
Italia y Europa entera deben enfrentar este problema con la seriedad que merece. No solo como una aventura de crónica negra, sino como un crimen moral y legal. Las víctimas merecen justicia, y la sociedad debe resistirse a cualquier narrativa que minimice estos hechos como “excesos de guerra”.
Hay que garantizar que la investigación no se diluya con el tiempo, que se identifiquen a los responsables y que se establezcan mecanismos de reparo simbólico y legal hacia las víctimas. Además, este caso debe servir como una advertencia clara: los horrores del pasado no son solo relatos históricos, sino lecciones vigentes. El turismo y la guerra no deben cruzarse, mucho menos para convertir vidas humanas en un “juego” fatal.
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