Clarin de Bs.As. Fuente: The York Times*
La oferta de cuadros de Picasso es fija. Pero la cantidad de personas con la voluntad y los recursos para adquirir una obra de altísimo nivel aumenta gracias a la distribución de la riqueza extrema. Un poco de matemática aplicada al mercado del arte.
Todavía no sabemos quién accedió a pagar 179,4 millones de dólares por un Picasso en una subasta en la noche del lunes, o de dónde salió el dinero, o qué fue lo que motivó a esa persona o personas a gastar lo que nunca nadie antes en una obra de arte salida a remate.
Pero esto sí lo sabemos: la suba astronómica de los precios de las obras de arte más buscadas durante la última generación es, en gran medida, la historia del crecimiento de la inequidad global. En esencia, es la más simple matemática económica. La oferta de pinturas de Picasso o esculturas de Giacometti (una de las cuales se vendió en US$141 millones en la misma subasta) es limitada. Pero la cantidad de personas con el deseo y los recursos para adquirir una obra de arte del máximo nivel está aumentando gracias a la distribución de la riqueza extrema.
Una de las conclusiones más importantes de los principales estudiosos de la desigualdad económica es que la riqueza y el ingreso en el segmento más alto son “fractales”. Quiere decir que a medida que achicamos el foco en el extremo superior de la distribución de la riqueza, los patrones se van repitiendo en un tamaño cada vez más chico.
El ingreso de los titulares de un estudio jurídico exitoso que están dentro del 1% de mayor poder adquisitivo han aumentado más que los de los dentistas exitosos que forman parte del 10% más alto. Por un margen similar, los ingresos del CEO de una gran empresa que está dentro del 0,1% más acaudalado aumentan más los de su abogado exitoso. Y los de un administrador de hedge fund , que se alinea en el 0,01% más alto, superan análogamente a los del CEO.
Y, digamos, les va aún mejor a quienes pueden permitirse pagar un monto de nueve cifras por un Picasso, el 0,001% más rico. A esta conclusión se puede llegar leyendo las obras de los economistas franceses Thomas Piketty y Emmanuel Saez. O bien observando el mercado de la obra de cierto pintor español.
Supongamos, por un minuto, que nadie gastase más de un 1% de su patrimonio neto total por un cuadro. Siguiendo ese razonamiento, el comprador de la obra “Las mujeres de Argel (Versión O)” pintada por Picasso en 1955 tendría que tener una fortuna de US$17.900 millones como mínimo. Eso significaría, tomando la lista de Multimillonarios de Forbes, que hay exactamente 50 compradores posibles en todo el mundo.
Este dato intenta ser ilustrativo, no literal. Hay quienes están dispuestos a gastar más del 1% de su fortuna en un cuadro; el magnate del juego Steve Wynn le dijo a Bloomberg que ofreció US$125 millones por el Picasso esta semana, lo que representa un 3,7% de su patrimonio neto estimado. También es probable que la lista de Forbes tenga errores o no incluya a familias ultramillonarias que han podido mantener sus bienes en secreto.
Pero lo que este crudo razonamiento métrico sí muestra es cuánto creció el grupo de posibles compradores megamillonarios de obras de arte desde, por ejemplo, la última vez que fue rematado este Picasso en 1997.
Después de hacer el ajuste por inflación y de utilizar nuestra premisa del 1% del patrimonio neto, una persona habría necesitado contar con una fortuna de 12.300 millones en dólares de 1997 para adquirir la pintura. Si observamos la lista de Forbes de ese año, sólo una docena de familias en el mundo alcanzaban esa marca.
En otras palabras, la cantidad de personas que, según esta manera de calcular, podría pagar sin dificultad 179 millones de dólares por un Picasso aumentó más de cuatro veces desde la última vez que la obra estuvo a la venta. Esto ayuda a explicar el precio que se pagó por el cuadro en 1997: apenas 31,9 millones de dólares que, ajustado por inflación, equivale a 46,7 millones de dólares. Lisa y llanamente, había menos personas en la estratósfera de la riqueza en condiciones de pujar por la obra para llevar el precio a un nivel como el que alcanzó en 2015.
Que haya más gente con más dinero pujando por una oferta más o menos fija de algo no puede más que subir su precio. El lunes, la subasta fue de arte. Pero la misma dinámica se aplica a los inmuebles de lujo en el centro de Londres o frente al Central Park, o a las botellas de Bordeaux cosecha 1982.
Así se explica por qué la reciente venta del Picasso supuso una ganancia de 462% desde su remate anterior en 1997, un lapso en el que el índice Standard & Poor’s 500 arrojó un rendimiento de 215%, incluyendo dividendos reinvertidos. (La comparación no es del todo adecuada, ya que el cuadro habría requerido gastos anuales en seguridad, almacenamiento y seguro, lo que reduce su rentabilidad. Por el otro lado, el Picasso se ve mejor en la pared del living que en el folleto de un fondo de inversión).
¿Qué significa esto para el futuro? Por cierto, nada se puede dar por seguro, ni siquiera para quien paga millones de dólares por un lienzo pintado. Los precios de las obras de arte son vulnerables a las tendencias, por ejemplo. Los Picassos podrían pasar de moda, en términos relativos, en los próximos años, en cuyo caso el comprador anónimo de esta semana no obtendría el mismo tipo de retorno financiero excepcional que tuvo el dueño anterior.
Están también los riesgos legales. En la actualidad, el gobierno chino está tomando medidas enérgicas contra la corrupción oficial y, en particular, contra los despliegues ostentosos de riqueza, lo que podría afectar la demanda china de obras de arte en los años venideros. Las autoridades de Estados Unidos y Europa posiblemente estén dispuestas a poner más empeño en evitar que las operaciones de compraventa de obras de arte sean utilizadas para lavar dinero o evadir impuestos, maniobras que han pasado a ser un lugar común según el economista Nouriel Roubini.
Así y todo, cualquier megamillonario que gaste sumas astronómicas por un cuadro o una escultura célebres debería esperar que en términos generales esta tendencia básica de la inequidad internacional se mantenga intacta: que la riqueza de los ultrarricos siga creciendo más rápido que la economía del resto de la población mundial. Porque de ser así, siempre habrá otro posible comprador con el potencial de alimentar una puja electrizante como la que tuvo lugar esta semana.
* En Clarín de Buenos Aires. Traducción: Susana Manghi