China: superada la extrema pobreza masiva, el país se sumerge en las desigualdades

Pierre-Antoine Donnet

China: superada la extrema pobreza masiva, el país se sumerge en las desigualdades
Shanghái (China). Hanny Naibaho/Unsplash

A finales de 2020, el Partido Comunista Chino (PCC) anunció oficialmente que China había superado, por primera vez en su historia, la extrema pobreza. De ser cierto, ahora ya no hay ciudadanos y ciudadanas chinas que mueran de hambre. Sin embargo, ello no quita que las desigualdades sigan acentuándose entre la gente superrica y la población hiperpobre.

No cabe duda de que los progresos de la economía china son espectaculares y que, desde este punto de vista, los 14 billones de dólares que representa la producción china agregada parecen casi un milagro en comparación con la situación en que se hallaba este país hace todavía una veintena de años. No obstante, ¿cuál es de hecho el nivel de vida de la población china en comparación con la de otros países? Si el PIB chino en valor absoluto es como tal impresionante, otros criterios de medición revelan una situación mucho más contrastada, por no decir claramente deprimida.

El PIB nominal por habitante, medido en dólares, que es la moneda de reserva mundial, sitúa a China en el puesto 72 del ranking mundial en 2021, detrás de México y de Turquía, según el FMI. En cuanto al PIB por habitante calculado en paridad de poder adquisitivo, es decir, en lo que se puede comprar con una determinada suma de dinero en los distintos países, China queda relegada al puesto 77 del ranking mundial, detrás de Guinea Ecuatorial, según la clasificación del FMI correspondiente a 2020.

Por detrás de los países del tercer mundo

EE UU, a su vez, se sitúa es el quinto país en la clasificación nominal (detrás de Luxemburgo, Irlanda, Suiza y Noruega) y el séptimo en paridad de poder adquisitivo. En realidad, los logros estadounidenses son realmente excepcionales, pues este país ocupa el quinto lugar en una clasificación en la que destacan pequeñas economías homogéneas y socialmente estables, mientras que EE UU es una gran potencia económica, muy diversificada y caracterizada por fuertes disparidades sociales. En comparación, los puestos número 72 y 77 de China la sitúan por detrás de los países más pobres, mientras que su PIB agregado la propulsa al segundo lugar mundial, tan solo detrás de EE UU, y pronto, tal vez, al primer puesto.

Esta contradicción flagrante permite considerar que China es a la vez una superpotencia económica y un país subdesarrollado. A escala nacional se pone de manifiesto en el hecho de que las personas chinas más ricas pueden llevar un tren de vida igual al de las personas occidentales más acaudaladas, al mismo tiempo que la mayoría aplastante de la población malvive en condiciones peores que la de Guinea, como subraya Michel Santi, macroeconomista y especialista en mercados financieros y bancos centrales, en un artículo publicado el pasado 2 de enero en el diario La Tribune.

Claro que las desigualdades son un fenómeno y una desgracia que están presentes en todos los países. El caso es que incluso en el país occidental mas desigual del mundo, EE UU, la gente más pobre tiene un nivel de vida incomparablemente mayor que el de la población guineana.

Xi Jinping conoce perfectamente la historia de su país y en especial la Larga Marcha que emprendió Mao y que unió a la población marginada, al campesinado y a la gente pobre de la época. El Gran Timonel supo construir sobre esta base un ejército capaz de derribar el régimen establecido, acusado de promover injusticias y desigualdades. Recordemos el episodio trágico del Gran Salto Adelante (1958-1962), en cuyo transcurso murieron de hambre 40 millones de habitantes el país, con informaciones dignas de crédito que dejan constancia de casos de canibalismo. Bajo este prisma hay que observar la cruzada impulsada hoy contra los más ricos y cuyo propósito es demostrar que el Partido Comunista de preocupa de la gente pobre.

Sin embargo, las medidas que adoptan Xi Jinping y sus fieles son susceptibles de menoscabar la maquinaria productiva china, y por tanto al PIB de su país. Por tanto, los dirigentes chinos se hallan, en cierto modo, en una encrucijada. Enfrentados a una pobreza en su territorio comparable a la de los países más depauperados del mundo, obligados a tomar medidas espectaculares –a menudo teatrales– concebidas para mostrar a la ciudadanía que están decididos a luchar contra este azote, son conscientes de que sus acciones volatilizan la confianza del mundo de los negocios en su economía y que fragilizan ese PIB que con razón les hace sentir tan orgullosos.

Redistribución razonable de las riquezas

Hace unos meses, el presidente Xi Jinping llamó a sus compatriotas más acaudalados a hacer más por la prosperidad común y prometió un ajuste de los ingresos excesivos, en un país en que el auge económico fulgurante ha ahondado al mismo tiempo las desigualdades. El nivel de vida en China ha ascendido notablemente desde la década de 1970. El país es hoy un mercado gigantesco con cientos de millones de consumidores pertenecientes a la clase media, cortejados por las multinacionales extranjeras. Sin embargo, las diferencias de riqueza son importantes, porque si bien China es el país con el mayor número de milmillonarios en dólares, oficialmente no erradicó la pobreza absoluta hasta el año pasado. Una proclama victoriosa que, por cierto, desmienten ciertos observadores independientes.

En una reunión dedicada a la economía, el presidente Xi propuso el pasado mes de agosto una redistribución razonable de la riqueza, de manera que todo el mundo saliera beneficiado. Con ánimo de promover la equidad social, dijo que había que tomar medidas para “incrementar los ingresos de los grupos de rentas bajas”. No obstante, Xi no concretó cómo pensaba alcanzar este objetivo, si bien sus directrices suelen fijar la pauta de las prioridades del país durante los meses siguientes. La reunión también trató de la mejora de la equidad en materia de educación, en un momento en que los precios prohibitivos de las academias de apoyo privadas son objeto de crecientes protestas. En julio, Pekín había apretado las tuercas al lucrativo sector educativo, que se propone convertir en no comercial, reduciendo drásticamente el volumen del mismo. La medida contrarió a numerosas familias, obsesionadas con la educación de sus hijas e hijos, a quienes suelen inscribir en una multitud de clases extraescolares que a menudo resultan caras.

Gran olla común

Recordemos un poco la historia. Casi la totalidad de la población china vivía en la pobreza cuando se proclamó la República Popular en 1949. Las reformas económicas introducidas a finales de la década de 1970 dieron pie a la acumulación de grandes fortunas. El dirigente de la época, Deng Xiaoping, consideraba normal en 1984 que algunas personas se enriquecieran antes que las demás. Si bien las regiones costeras, abiertas al comercio internacional, se modernizaron rápidamente, el mundo rural del interior experimentó un crecimiento más lento. Para enderezar el rumbo, las autoridades han multiplicado estos últimos años las iniciativas encaminadas a detectar a las familias necesitadas, repartir subvenciones y construir grandes infraestructuras.

En realidad, las desigualdades económicas figuran en China entre las mayores del mundo. La diferencia entre ricos y pobres es casi tan grande como la que existe en EE UU. En 2021, el país ha registrado un aumento del PIB del orden del 8 %, pero todo indica que este crecimiento se estancará en el entorno del 5 % en 2022, debido sobre todo a la desaceleración del consumo interior. Hay que recordar que durante varios decenios, China encadenó tasas de crecimiento de más del 10 %, un logro sin precedentes en todo el mundo, fruto de las famosas reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping en 1978. Sin embargo, hay que constatar que hoy crece la distancias entre niveles de renta. Según el índice de Gini, un indicador que mide las diferencias de renta, China se sitúa entre los países más desiguales del planeta, muy por detrás de Europa y EE UU.

Entre 1978 et 2015, China ha pasado de la condición de país pobre en vías de desarrollo a la de economía emergente. Así, su aportación al PIB mundial ha aumentado de menos del 3 % en 1978 a alrededor del 20 % en 2015. Según las estadísticas oficiales, la renta nacional mensual por habitante era de unos 120 euros en 1978 (en paridad yuan/euro calculada en 2015). Esta renta superó los 1.000 euros en 2015. La renta nacional anual media por habitante, que era inferior a 6.500 yuanes (1.400 euros) en 1978 pasó a 57.800 yuanes (12.500 euros) en 2015. Sin embargo, es difícil evaluar la distribución de la riqueza en este país, donde las cifras oficiales deben tomarse con cautela y el funcionamiento de la economía no deja de ser opaco.

Lo que se sabe a ciencia cierta es que el sector privado ha sido durante este periodo una locomotora del crecimiento chino. La propiedad pública en la riqueza nacional ha descendido en el mismo periodo de alrededor del 70 % en 1978 al 30 % en 2015. El 95 % de los hogares chinos son propietarios actualmente de sus viviendas, frente al 50 % en 1978. El sector público, sin embargo, sigue predominando con alrededor del 60 % du PIB.

En resumen, China ya no es realmente comunista y desde 1978 se ha adherido progresivamente a un sistema semicapitalista. Resultado: el grado de desigualdad, que en la década de 1970 era claramente inferior al de Europa, se acerca ahora al de EE UU. En 2015, el 50 % de las personas más pobres daban cuenta de cerca del 15 % de la renta anual bruta del país, frente al 12 % en EE UU y al 22 % en Francia. En cambio, el 1 % de las personas chinas más ricas representan el 14 % de la renta del país, frente al 20 % en EE UU y al 10 % en Francia.

Claro que volver a la política maoísta de la gran olla común sería un juego peligroso. No cabe duda de que la recuperación de las prácticas del Gran Timonel sería rechazada por aquellos sectores de la población que vivieron la tragedia de la Revolución Cultural (1966-1976). Sería asimismo una señal desastrosa para los mercados financieros y los inversores extranjeros, que ya están atemorizados ante la quiebra técnica de buena parte del sector inmobiliario y la magnitud de la deuda pública china.

Pierre-Antoine Donnet, ex corresponsal de AFP en Pekín, es autor de una quincena de libros sobre China, Japón, Tíbet e India y los grandes desafíos de Asia.

https://asialyst.com/fr/2022/01/13/chine-sortie-extreme-pauvrete-masse-enfonce-inegalites/

Traducción: viento sur

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