Camino al parque

Diálogo con Canelo

José Ariel Nazario

Canelo

Canelo y yo nos hemos impuesto un régimen que combina varios objetivos. Primero, el de la salud, aunque le he advertido que, si tengo que dejar mis “vicios”, se acaban los de él también. Así las cosas, hemos aceptado adherirnos a nuestros “vicios” pero en pocas cantidades. Y en consecución de ese objetivo hemos convenido en levantarnos muy temprano y marcharnos hacia el parque de Doña Fontán. Y hasta se nos ha ocurrido el hacer una transmisión – un saludo mañanero – de varios segundos, desde un puesto de observación (y descanso) que mantenemos en dicho parque.

En segundo lugar, está el objetivo de poder intercambiar impresiones sobre tantas cosas que ocurren o dejan de ocurrir a esa hora de la madrugada en que Canelo y yo nos dirigimos al parque. Pero tengan claro que el can me hace cargar con sus juguetes, un “cacharro” como bebedero, una botella de agua – fría -, bolsas para “recoger lo de él y en ocasiones, del prójimo”, pañitos desechables, todo en un bolso de espalda (back-pack). Hemos añadido algunos elementos de seguridad como lo es una lámpara de cabeza que el viejo se acomoda y alumbra el camino y hasta tiene luz roja intermitente que debe ser para las emergencias, incluyendo cuando se inunde Roosevelt y vengan a rescatarnos en helicópteros. En algún sitio perdimos el “pepper espray” que la única vez que se usó para probarlo, se hizo en contra del viento y el resto es historia. Pero como no tenemos nada que perder, pues pobre del bandido que piense que cargo dinero, nada tememos y marchamos con alegría. Dicho sea de paso, también perdimos un paraguas.

La ruta al parque puede variar, pero nos hemos acostumbrado a una en la cuál tan temprano como a las 5 de la madrugada, encontramos personas, casi siempre esperando. Casualmente hoy Canelo tuvo la oportunidad de saludar a tres hombres bastante entrados en tragos – en velocidad típica del que se ha bebido hasta el “Orinoco”, resistiéndose el darse por vencido y optando por un trago más; uno de ellos insistiendo que Canelo era el Labrador más lindo que había visto en su vida. Más adelante el viejo que está sentado en su andador en la acera, la misma que lleva al edificio donde residen envejecientes; quien, con evidente dificultad pero con una gran sonrisa, estrecha su mano izquierda para saludar a Canelo, quien igualmente le corresponde con su acostumbrado lamido.

Mientras caminamos entre las calles de Extensión Roosevelt nos abraza una rica brisa de comienzos de invierno; típico de los días finales de noviembre. Sin embargo, no hacemos nada más que descubrirnos y enfrentarnos paralelamente al expreso, sus luces y al ruido de lo automóviles, podemos jurar que la brisa desaparece y nos domina un sofocón de aire caliente y humedad.

Ya sabemos en qué punto de nuestra ruta comienzan a darnos la “bienvenida” o “despedida” dependiendo si es a la ida o al regreso, los perros del vecindario. Obviamente, pendientes de que alguno no se encuentre suelto o aquellos a quiénes sus encargados los han dejado en la calle. Pero no aquí en Roosevelt. Todos están guardados, de todos los colores, razas y tamaños. En la ruta de ida, muy pocos, quizás un par. Pequeños por la resonancia de su ladrido. De regreso, muchos, grandes y pequeños, de apariencias tanto simpáticas como agresivas.

Todos duermen y en el horizonte dos grandes condominios dominan la vista hacia el expreso y a nuestro destino, el parque de Doña Fontán. Momento y punto en la travesía donde comienzan a observarse muchos ojos brillantes que reflejan en la luz de mi linterna y Canelo comienza a bajar su lomo y rabo y como “retriever” arecibeño al fin, asume posición de ataque. Son decenas de gatos que no me atrevo a llamar realengos, pues algunos tienen lo que parece ser collares. Y de momento todos comienzan a moverse hacia donde nos dirigimos Canelo y yo. Recojo “cabuya” y pego a Canelo a mi pierna preparados para enfrentar el ataque. Y en eso todos los felinos nos pasan por el lado dirigiéndose hace el automóvil que sale del estacionamiento de los dos altos edificios. Es la señora que llamo doña “Gatubela” en honor al personaje de Batman, y quién alimenta a los gatos del parque.

Desde Roosevelt, Puerto Rico.

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