Explicaciones de lugares inexplicables

Las Islas Diomedes │ Rusia, Estados Unidos

Donde se puede ver el futuro

  • Hay 3,8 kilómetros de distancia y 21 horas de diferencia entre ambas islas
  • Allí es posible ir a pie de Rusia a Estados Unidos
  • El lugar que permite pensar en una gran autopista mundial

Islas Diomedes

En medio del estrecho de Bering —ese pasillo congelado que divide a Alaska de Siberia— aparecen dos puntitos diminutos, tan cercanos que podría uno lanzarle una piedra al otro si tuviera buen brazo. Son las islas Diomedes, conocidas también como “las islas donde el tiempo se parte en dos”. Y no es poesía: entre ambas hay 3,8 kilómetros de mar helado, pero también 20 horas de diferencia horaria. Sí, uno puede estar viendo el amanecer en una, mientras en la otra aún ni han terminado el día anterior. Es la magia absurda de la Línea Internacional de Cambio de Fecha, que pasa justo entre estos dos montículos de roca y viento.

La pequeña (Little Diomede, Estados Unidos) está habitada por una comunidad iñupiat que ha decidido aferrarse al borde del continente como quien resiste un vendaval con pura terquedad ancestral. La grande (Big Diomede, Rusia), en cambio, es una base militar donde solo viven soldados y científicos: una isla vigilante, sin civilización permanente, como un centinela que nunca duerme. Entre ambas, una frontera que nunca se cierra porque no existe físicamente, pero que impone una separación tan real como el hielo que domina el lugar la mitad del año. Tan cerca, pero políticamente tan lejos, que en la Guerra Fría se las apodó “Tomorrow Island” y “Yesterday Island”: la isla del mañana y la del ayer. No hay metáfora más precisa.

El clima es lo más parecido a un temperamento colérico de la naturaleza. El viento ruge, la niebla lo devora todo y el mar se congela como si la realidad necesitara una pausa. Sin embargo, los iñupiat han vivido allí miles de años, cruzando en invierno sobre el hielo para intercambiar bienes y visitar familia al otro lado, cuando la política y la geografía todavía no habían levantado murallas invisibles. Hoy ese cruce está prohibido. Dos islitas tan cercanas que parecen conspirar para demostrarnos lo absurdo de las fronteras humanas.

Quizá lo más inexplicable de las Diomedes es que, pese a su tamaño insignificante, han sido escenario de uno de los encuentros más dramáticos entre mundos: el ancestral y el moderno, el natural y el geopolítico, el tiempo circular de los pueblos originarios y el calendario rígido de los estados-nación. Las islas no hablan, pero si lo hicieran, seguramente dirían algo como: “Aquí, en este pedacito insignificante del planeta, el tiempo, la política y la historia chocan y se confunden… y nosotros solo estamos tratando de no congelarnos”.

Un lugar donde un día puede durar dos días, donde Rusia y Estados Unidos se miran desde la ventana de la cocina, y donde el pasado y el futuro están separados por un chapuzón helado de cuatro kilómetros. Un sitio que existe, pero parece inventado. Las Islas Diomedes: inexplicables… pero ahí están.

Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicaciones de lugares inexplicables”

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