Posibilismo o Progresismo

Hacia una política sana para las democracias

Rodrigo V. Marchant

La reciente constatación ciudadana, respecto a la manipulación de los “estados de ánimos”, que es posible alcanzar especulando con los flujos de información, los cuales alimentan a los algoritmos de propiedad de Mark Zukerberg, hecho denunciado ante el Capitolio por la ex ejecutiva de “Integridad Cívica“ de Facebook e Instagram, Frances Haugen, puso otra vez el foco sobre la gobernanza de datos, la cual interpela a la política, exigiendo que Estado, Mercado y Sociedad se equilibren, para lo cual urge regular el: Capitalismo de Datos.

Los más beneficiados con la manipulación y el libertinaje de las redes, han sido los nuevos líderes y caudillos latinoamericanos, que se arrogan la representación de los movimientos sociales y exacerban los actos de corrupción de la realidad imperante, que fractura las democracias en todo el orbe, capitalizando a favor del llamado “progresismo” radical, el descontento ciudadano resultante. La pérdida de confianza en las instituciones, con estrategias mediáticas orquestadas, y la manía de utilizar la información y edición de contenidos, como arma política, ha generado grandes movilizaciones, como también el descrédito de todos los sistemas de partidos y sus liderazgos.

Es necesario volver a legitimar la política frente a la ciudadanía, re-valorizando los grandes procesos de consenso de cada democracia, relevando la memoria histórica, sobre todo, entendiendo que la dicotomía instalada por grupos de influencia, influyentes e influencers, separando el quehacer ciudadano v/s el de los políticos no es virtuoso y solo es virtual. El progresismo en ambos contextos no es más que un sinónimo de posibilismo, que es la tendencia a aprovechar las posibilidades existentes para conseguir los objetivos que se pretenden.

Dicho término lingüístico también era utilizado por el fallecido médico sueco, Hans Rosling, que se desempeñaba como profesor de salud internacional, recientemente recordado en una serie de homenajes de la World Health Organization dedicados a ese galeno, a quien le gustaba decir que era un “posibilista“. Alguien que espera con razón, que ve el progreso que se está haciendo en el mundo, y cree que es posible un mayor progreso.

Es sano preguntarse entonces: ¿Cómo responderá la política al desafío del capitalismo de datos; a los movimientos sociales antisistemas, y a las próximas revelaciones de los Pandora papers o nuevas pandemias?. Debemos comenzar por entender que la oferta de soluciones es diversa, así como las formas y medios en que se presentan al ciudadano los distintos enfoques, pero en el fondo es la política de partidos la llamada a resguardar la salud de la democracia y todos sus órganos, dando gobernabilidad a las naciones, frente a crisis sanitarias; operaciones económico financieras y políticas, donde el Estado juega un rol preponderante como regulador, frente escenarios cada vez más inestables

Un Nuevo Pacto Social sin vicios, en la medida de lo posible

Para dimensionar e ilustrar el fenómeno de la debacle reputacional de la política partidaria en nuestro continente, es bueno retrotraerse al Chile de 1990, cuando el abogado Patricio Aylwin, resultó elegido como mandatario tras la dictadura de 17 años de Pinochet. A poco andar la llamada “Transición Democrática“ se vio en peligro a consecuencia de las investigaciones de corrupción contra el hijo del ex General. El dictador se negaba a dejar totalmente el poder, haciéndose nombrar Senador vitalicio, ante el descontento ciudadano y la presión internacional, pese a haber entregado el mando de la nación de manera pacífica, elección popular mediante, a quien era la cara más visible del centro político, representado por el mencionado jurista, rostro del partido demócrata cristiano chileno.

Luego vendría un carrusel de líderes de corte más progresistas, que profundizaron el modelo de libre mercado impuesto por los llamados Chicago Boys pro Pinochet y los constitucionalistas, que redactaron el pacto social de corte neoliberal de 1980 y varias de las sucesivas reformas, que permitieron incluso sacar de escena a Pinochet. Así como también lograr progresos y estabilidad, a costa de un nivel de desigualdad jamás visto en las estadísticas de la OCDE. Esa aparente tranquilidad duraría hasta la penetración de las redes sociales entre las generaciones de jóvenes hiperconectados, inundándolos de imágenes indignantes y un lenguaje de odio lleno de irreverencias, consiguiendo llevar el descontento habitual de ese segmento a un siguiente nivel.

La consolidación de los sistemas digitales como medio efectivo para generar las condiciones anímicas capaces de movilizar, desembocó en la revuelta del 18 de octubre de 2019, con un estallido social sin precedentes, donde casi dos millones de ciudadanos salieron a las calles, exigiendo la salida del liberal Sebastián Piñera y la redacción de una nueva Constitución, pero de corte asambleísta.

Han pasado solamente dos años y los 155 miembros elegidos para integrar la Asamblea Constituyente chilena (la primera paritaria en el mundo) ya tiene instalada sobre esa nueva institución, animosidades muy difíciles de sortear. Ello gracias a la develación y sistemático bombardeo mediático de los falsos patrocinios obtenidos por varios constituyentes, para lograr subirse al escenario del poder, mediante la utilización bases de datos no verificadas en plena pandemia, con las cuales se logró inscripciones digitales de adherentes, para muchas o casi todas las candidaturas a constituyente.

Si a eso se le suma la opacidad del financiamiento de las campañas políticas, donde no se conocen los avales bancarios detrás de millonarios préstamos, lo cual ha significado pérdida de popularidad e interés en el proceso de cambio, no son pocos los analistas que aventuran para el plebiscito de salida de la asamblea, un posible rechazo ciudadano en las urnas de la nueva carta magna, ante las suspicacias de todo tipo, amplificadas por las redes.

La búsqueda de nuevos pactos sociales sin vicios es algo que ira ocurriendo en todos los países. “Lo que hace especial el momento actual es que las democracias más antiguas y estables son las que están amenazadas” sostiene la periodista e historiadora estadounidense, Anne Applebaum, ganadora del premio Pulitzer y autora del libro “El ocaso de las democracias”.

De no tomar en cuenta la injerencia de las redes sociales, la vulnerabilidad de los sistemas digitales y el control real de los algoritmos por parte del Estado, no estará listo el camino para generar un ambiente más sano para la salud de las democracias y solo se seguirá allanando la aparición de los totalitarismos de izquierda o derecha e inclusive más intentonas militares, como la de la de Augusto Pinochet o Hugo Chávez.
Se requiere mirar con precisión los puntos de turbulencia y enfrentarlos en “la medida de lo posible”, como solía decir el estadista chileno Patricio Aylwin, utilizando ese lugar común que apunta al realismo, pero con una velada crítica a las posturas ideológicas del pasado y un anticipo a los escenarios actuales, en donde se decide el futuro de nuestras democracias y el fin aún justifica los medios, para nunca ir más allá de lo posible.

Periodista chileno y Master en Investigación Aplicada a la Gestión de la Información de la Universidad de Lancaster, Inglaterra. Consultor en Gobernanza de Datos y ex Director de la Memoria Política de Chile.

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