Por Daniela David (dpa)
Pasear por los jardines de los castillos es como moverse sobre las huellas verdes del pasado, en un recorrido que parte desde el oeste de Irlanda, pasa por Salzburgo y llega hasta el corazón de la Toscana.
Los jardines de los palacios servían para representar el poder y eran al mismo tiempo lugares privilegiados para escenificar la alegría de vivir.
Muchos se caracterizan aún hoy por su elegancia barroca, como por ejemplo Versalles, Sanssouci o Herrenhausen. Pero a menudo hay mucho más para descubrir, como demuestra este viaje a parques especiales, a veces menos conocidos.
Hellbrunn, donde Neptuno saca la lengua
«Hoy en día se diría que es un parque de diversiones», afirma un colaborador del parque del palacio Hellbrunn en la ciudad austríaca de Salzburgo. Pero sus atrevidos juegos de agua fueron creados por encargo del príncipe arzobispo Markus Sittikus (1574-1619) en el siglo XVII.
Con descaro, el dios del mar Neptuno saca la lengua a cada uno que pasa por la gruta de la lluvia. Un aguacero artificial cae sobre los visitantes, gracias a un sistema hidráulico automático. «Estos juegos de agua de 400 años de antigüedad siguen siendo en verdad los originales», asegura Ingrid Sonvilla, administradora del palacio desde hace mucho tiempo.
Después de estos encuentros con fuentes y figuras que lanzan agua, acompañadas por el canto de los pájaros que emiten máquinas musicales, el visitante recorre el jardín paisajístico para secarse.
El paseo lo lleva por árboles gigantes, grutas místicas, estanques en los que nadan carpas, pérgolas aisladas y un teatro de piedra. Este parque palaciego manierista es una obra de arte en su conjunto basada en el modelo italiano.
El jardín del palacio de Mirabell, una joya del barroco
Quien no haya estado en la ciudad de Mozart, probablemente haya visto de todos modos imágenes del jardín de Mirabell de Salzburgo. El gran jardín de parterres de diseño simétrico conforma una postal de la floreciente joya barroca en el centro de la ciudad.
«Nos gusta utilizar begonias, porque soportan bien los caprichos climáticos de esta zona, como la lluvia y el calor», señala el jardinero principal del palacio, Peter Ebner.
El experto en jardinería, oriundo de Salzburgo, es quien dirige las plantaciones. «Dos veces al año ponemos 35.000 plantas, más 12.000 bulbos para la primavera».
Todo se hace mano, desde abastecer los campos barrocos con albahaca, salvia, iresines y dalias, cortar la avenida de tilos en forma de caja, hasta cuidar los miles de rosales.
Al visitante solo le queda poder disfrutar del resultado de este esfuerzo de jardinería «tremendamente laborioso». Y dejarse transportar por el «Heckentheater» (Teatro de los setos) a la época del barroco, cuando los jardines eran el escenario de comedias teatrales.
Abadía de Kylemore, un viaje a la época victoriana
Como en los cuentos de hadas, la Abadía de Kylemore con sus torrecillas está ubicada en el escarpado paisaje de Connemara, en el oeste de Irlanda.
Las monjas benedictinas se hicieron cargo del castillo en 1922, lo convirtieron en un convento y restauraron los históricos jardines amurallados victorianos (Victorian Walled Garden).
Un alto muro de ladrillos rodea ese jardín de 24.000 metros cuadrados repleto de verduras, frutas y flores.
«En nuestro jardín sólo crecen las plantas que existían en la época victoriana», dice la alemana Anja Gohlke, jardinera jefa de la Abadía de Kylemore. La antigua casa de sus predecesores del siglo XIX se transformó ahora en museo.
Château de Miromesnil, locura en la huerta
El Château de Miromesnil es uno de los secretos mejor guardados de la Normandía francesa. La dueña del castillo, Nathalie Romatet, se encarga de mantener la tradición del «potager», la huerta.
Romatet afirma que su huerta es «una locura organizada». Los canteros están ordenados geométricamente, al estilo francés, pero las exuberantes flores en los bordes donde se mezclan verduras regionales, bayas y hierbas le dan un toque inglés.
El huerto está recibiendo una atención renovada en muchos lugares porque cada vez más castillos de Europa comenzaron en los últimos años a cuidar intensamente sus huertos tradicionales.
El parque del palacio de Altenstein
La «gran alfombra de canteros» del parque del palacio de Altenstein, en el estado federado alemán de Turingia, es una gran atracción regional.
En solo 130 metros cuadrados crecen más de 6.000 plantas. Los canteros decorativos, que simulan el diseño de una alfombra, se pusieron de moda en la segunda mitad del siglo XIX.
«Entre 1890 y 1914 se diseñó un nuevo motivo cada año», explica el director del parque, Toni Kepper. «Cada año renovamos totalmente las plantas según esos diseños», dice.
Cedros, fresnos dorados, hayas cobrizas, un alerce caucásico y una secuoya son algunos de los majestuosos árboles que pueblan el parque del palacio. El príncipe Hermann von Pückler-Muskau y Peter Joseph Lenné, expertos en jardines, participaron en su diseño.
En este paisaje natural creado, los caminos ondulados están tan graciosamente trazados que invitan a continuar recorriendo para seguir descubriendo. Por ejemplo, se puede hallar una casita china levantada sobre una formación rocosa natural, al subir empinados escalones se llega hasta la Roca de la Cesta de Flores y existe también un tambaleante Puente del Diablo suspendido entre dos altas rocas.
El parque del palacio de Altenstein, de unas 160 hectáreas y ubicado al sur de la central ciudad alemana de Eisenach, es el más grande de Turingia.
Debido a que en su momento Turingia tuvo una estructura de poder como un pequeño Estado, está lleno de castillos con jardines. Muchas de estas joyas de la jardinería han sido restauradas.
Vicobello, un lugar de placer
Los jardines palaciegos tienen su origen en el renacimiento en Italia. Desde el siglo XVI, la familia Chigi está a cargo del cuidado del jardín italiano en su Villa di Vicobello en la Toscana.
En sus diversas terrazas florecen, según la época del año, camelias y glicinas, azaleas y adelfas. En el jardín de cítricos, plantas de naranjas y limones que tendrían 250 años aroman el ambiente en vasijas de terracota.
Las moreras y encinas, el ginkgo y el cedro del Líbano también son centenarios.
Un camino conduce a través de las terrazas como si fuera un balcón y desde varios puntos del jardín se observa una amplia vista de la ciudad de Siena y de la campiña toscana.
«La villa se construyó como un lugar de placer», dice su propietario, Agostino Anselmi Zondadari. «Ya mi bisabuela disfrutó de la pintoresca puesta de sol en nuestro jardín», sostiene.
Y el invitado de hoy también se ve invadido por una actitud de alegría frente a la vida. Esto es típico de los jardines de los castillos y villas europeos, que en su día sirvieron para representar el poder, pero siempre también la alegría de vivir, artísticamente escenificada.
Un dato importante es que los jardines no suelen estar abiertos al público durante todo el año. Además, es aconsejable preguntar siempre por el horario de apertura actual antes de la visita. En algunos se debe pagar entrada. Primavera y verano son las estaciones en que suele haber mucha floración.
dpa