¿En qué situación deja esto a Ucrania?

Matthew Sussex, Australian National University
La extraña cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska debería convencer a todos, salvo a los más crédulos, de que la Casa Blanca está más interesada en mantener relaciones amistosas con el dictador ruso que en lograr una paz duradera en Ucrania.
Los dos líderes, que concluyeron la reunión antes de lo previsto, se prodigaron elogios mutuos en una rueda de prensa en la que no hubo preguntas de los medios de comunicación.
Es inquietante que Trump siga tan poco preocupado por conceder victorias simbólicas a Putin y tan poco dispuesto a ejercer una presión real sobre el líder ruso.
“Victorias” simbólicas para Putin
El lugar elegido era revelador. Rusia lleva mucho tiempo quejándose de que Alaska, que vendió a Estados Unidos en la década de 1860, sigue siendo legítimamente su territorio. Antes de la reunión, los portavoces del Kremlin hicieron hincapié en que el equipo de Putin había tomado un “vuelo nacional” a Anchorage, recordando las vallas publicitarias que se colocaron en Rusia en 2022 proclamando “¡Alaska es nuestra!”. Su mensaje se reforzó con una metedura de pata de Trump previa a la reunión, cuando dijo que “volvería a Estados Unidos” si no le gustaba lo que oía.
Cuando aterrizó el avión de Putin, el personal militar estadounidense se arrodilló para colocar una alfombra roja por la que caminó el presidente ruso, tratándole como un líder respetado en lugar de como un criminal de guerra acusado. A continuación, Putin fue invitado a acompañar a Trump en su limusina.
Más allá de la imagen sobre la alfombra roja, Trump concedió a Putin otras victorias que muestran al mundo que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se han normalizado.
Para empezar, una cumbre suele ofrecerse como un favor, una muestra de un deseo sincero de mejorar las relaciones. Al invitarlo a Alaska, Trump le dio a Putin un escenario para reunirse con el presidente estadounidense en pie de igualdad.
No hubo críticas a los atroces abusos contra los derechos humanos cometidos por Rusia, a sus intentos cada vez más violentos de fragmentar la alianza transatlántica. Muy al contario, Trump volvió a presentar a Putin y a sí mismo como víctimas. Se quejó de que ambos se habían visto obligados a “aguantar el engaño de ‘Rusia, Rusia, Rusia’”, según el cual Moscú habría interferido en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016.
Finalmente, el presidente estadounidense volvió a poner la responsabilidad de aceptar las condiciones rusas para poner fin a la guerra en Ucrania en manos del Gobierno ucraniano y de Europa, asegurando que “en última instancia, depende de ellos”.
Putin consiguió exactamente lo que esperaba, enmarcando cualquier solución al conflicto en torno a las “causas profundas”. Es decir, del encuentro entre Putin y Trump se deduce que la culpa es de la OTAN.
Para colmo, las perspectivas de sanciones estadounidenses se diluyeron, y Trump volvió a su estribillo habitual de necesitar “dos semanas” para volver a pensar en ellas. Finalmente, tras haberse embolsado una bonanza tanto simbólica como diplomática, Putin se saltó rápidamente el almuerzo y voló a casa, presumiblemente acompañado también por el adorno de águila americana calva que Trump le había regalado.
¿Qué significa esto de cara al futuro?
Tras la posterior llamada de Trump a los líderes europeos para informarles sobre la cumbre, comenzaron a filtrarse detalles sobre una propuesta de paz.
Según se informa, Putin está dispuesto a fijar las líneas del frente tal y como están en las regiones de Jersón y Zaporizhia, en Ucrania, siempre que Kiev acepte ceder todo Lugansk y Donetsk, incluidos los territorios que Rusia no controla actualmente. No habría un alto el fuego inmediato (que es lo que prefieren Europa y Ucrania), sino un avance hacia una paz permanente, lo que se ajusta a los intereses del Kremlin.
No nos equivoquemos: se trata de una trampa apenas disimulada. No es más que un intento de Putin y Trump de lanzar un hueso a Ucrania y Europa, para luego culparles de rezagados y belicistas cuando se opongan.
Por un lado, Ucrania sigue controlando una parte considerable de Donetsk. Renunciar a Donetsk y Lugansk no solo supondría ceder a Moscú las reservas de carbón y minerales, sino también abandonar posiciones defensivas vitales que las fuerzas rusas llevan años sin poder romper. También situaría a Rusia en una posición favorable para lanzar posibles incursiones futuras, abriendo el camino hacia Dnipro, al oeste, y Járkov, al norte.
El aparente respaldo de Trump a las demandas de Rusia de que Ucrania ceda territorio a cambio de la paz –que los miembros europeos de la OTAN rechazan– significa que Putin está logrando fracturar aún más la alianza transatlántica.
Tampoco se ha mencionado quién garantizaría la paz, ni cómo se puede asegurar a Ucrania que Putin no aprovechará el respiro para rearmarse e intentarlo de nuevo.
Dado que el Kremlin se ha opuesto a la adhesión de Ucrania a la OTAN, ¿aceptaría realmente que las fuerzas europeas garantizaran la nueva línea de control? ¿O las estadounidenses? ¿Se permitiría a Ucrania rearmarse y en qué medida?
Incluso en el caso de que Estados Unidos adoptara una postura más firme en una futura era post-Trump, Putin habría conseguido una apropiación de territorio imposible de revertir. Esto, a su vez, refuerza el mensaje de que la conquista “sale rentable”.
Un detalle aparentemente más positivo para Ucrania es el indicio de que Estados Unidos está dispuesto a ofrecerle una garantía de seguridad “no OTAN”. Pero esto también debe considerarse con cautela. La Administración Trump ya ha expresado públicamente su ambivalencia sobre los compromisos de Estados Unidos de defender a Europa a través del artículo 5 de la OTAN, lo que ha puesto en duda su credibilidad como aliado. ¿Lucharía realmente Estados Unidos por Ucrania si se produjera una futura invasión rusa?
Hay que reconocer que los líderes europeos han respondido con firmeza a las negociaciones de Trump con Putin. Han acogido con satisfacción el intento de resolver el conflicto, pero han comunicado al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky que seguirán apoyándolo si el acuerdo es inaceptable. Zelensky, que se reunirá con Trump en Washington el lunes, ya ha rechazado la idea de ceder la región de Donbás (Donetsk y Lugansk) a Rusia.
Europa tendrá que afrontar que no solo debe involucrarse más, sino que también le corresponde ejercer un liderazgo sostenido en cuestiones de seguridad, en lugar de limitarse a reaccionar ante las repetidas crisis.
Las motivaciones más profundas de Trump
En última instancia, la cumbre de Alaska demuestra que la paz en Ucrania es solo una parte del panorama general de la Administración Trump, que se ha propuesto lograr unas relaciones más cordiales con Moscú, si no una alineación total con ella.
En ese sentido, a Trump le importa poco cómo se logre la paz en Ucrania o cuánto tiempo dure. Lo importante es que se le reconozca el mérito, si no el Premio Nobel de la Paz que tanto ansía.
Y aunque la visión de Trump de separar a Rusia de China es una fantasía, no deja de ser una fantasía que ha decidido alimentar. Eso, a su vez, obliga a los socios europeos de Estados Unidos a responder en consecuencia.
Por otro lado, ya hay muchas pruebas de que, tras haber fracasado en la guerra comercial con China, la Administración Trump ha decidido ahora cebarse con los aliados de Estados Unidos. Lo vemos en su obsesión por los aranceles, en su deseo de castigar a la India y Japón, y en el deterioro del poder blando de Estados Unidos.
Matthew Sussex, Associate Professor (Adj), Griffith Asia Institute; and Fellow, Strategic and Defence Studies Centre, Australian National University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.