Editorial Cambio Político
En las últimas décadas, Israel ha gozado de un respaldo sólido por parte de potencias occidentales, en especial de Estados Unidos y varios países europeos. Su narrativa de Estado democrático y de refugio tras la tragedia del Holocausto ha sido central para su legitimidad internacional. Sin embargo, la pregunta que hoy cobra urgencia —no solo en círculos académicos o diplomáticos, sino en las calles de muchas capitales— es si Israel se está encaminando, paso a paso, a convertirse en un Estado paria.Un Estado paria no es simplemente uno impopular o criticado; es aquel que es aislado diplomática y económicamente por la comunidad internacional debido a prácticas reiteradas que violan normas fundamentales del derecho internacional, los derechos humanos o la convivencia pacífica. El ejemplo más emblemático del siglo XX fue Sudáfrica bajo el régimen del apartheid. ¿Está Israel cruzando una línea similar?
Desde 1967, Israel ha ocupado territorios palestinos —principalmente Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza— en abierta contradicción con resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y el derecho internacional humanitario. A esto se suma la construcción de asentamientos ilegales, la confiscación de tierras, el bloqueo a Gaza y una política sistemática de control sobre la vida cotidiana de millones de palestinos.
En 2024 y 2025, la situación se agravó con la ofensiva militar sobre Gaza, que ha dejado decenas de miles de civiles muertos y destrucción masiva. La Corte Internacional de Justicia (CIJ) analiza si estas acciones constituyen genocidio, mientras la Corte Penal Internacional (CPI) ha avanzado en investigaciones por crímenes de guerra.
Internamente, el gobierno de Benjamín Netanyahu —respaldado por figuras de extrema derecha como Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich— ha adoptado un discurso abiertamente supremacista. Se han hecho reformas judiciales para debilitar el Estado de derecho, mientras se alientan ataques de colonos contra palestinos con impunidad casi total.
Esto ha provocado no solo condenas de organismos internacionales, sino también fracturas entre Israel y sectores tradicionalmente aliados, como el Partido Demócrata estadounidense, iglesias protestantes, movimientos de derechos humanos y buena parte de la juventud judía en la diáspora.
El aislamiento, aunque incipiente, ya es visible. Algunos países latinoamericanos —como Bolivia y Colombia— han roto relaciones diplomáticas con Israel. Sudáfrica ha liderado un proceso judicial ante la CIJ por genocidio. Hay protestas masivas en universidades, ciudades y parlamentos de todo el mundo.
El movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), antes marginal, gana cada vez más adeptos. Incluso empresas y artistas comienzan a cuestionar sus vínculos con el Estado israelí.
A pesar de estas señales, Israel no es aún un Estado paria. Cuenta con el respaldo incondicional de Estados Unidos, alianzas militares estratégicas, tratados comerciales, tecnología avanzada y un papel importante en la economía global. Además, muchas naciones siguen reconociendo su derecho a existir y lo ven como un bastión en Medio Oriente.
Pero el respaldo no es eterno. El caso sudafricano demuestra que incluso los aliados más leales pueden dar la espalda si el costo moral y diplomático se vuelve insostenible.
La historia aún está escribiéndose. Israel puede optar por un camino de justicia, convivencia y legalidad internacional, lo que implicaría un cambio de rumbo profundo: fin de la ocupación, reconocimiento del Estado palestino y restauración de derechos básicos. O puede persistir en el modelo actual, camino al aislamiento, al descrédito y, sí, a convertirse en un paria.
Aún está a tiempo. Pero el reloj corre.