Rohingya, no importa cuándo, está sucediendo, ahora

Guadi Calvo

Rohingya

La minoría étnica birmana, conocida como rohingyas es, junto a al pueblo palestino, el ejemplo que mejor define en la actualidad, el concepto: “limpieza étnica”. Por esto, no importa cuando se lean estas líneas, esto está sucediendo… ahora.

Cómo ha pasado históricamente en Birmania, (1978, 1991, 1992 y 2016) a partir de agosto de 2017 se incrementó exponencialmente, la persecución a la minoría rohingya, que en su momento alcanzaban poco más de un millón y medio y hoy se estiman en unos quinientos mil, que siguen viviendo en el estado de Rakhine, de ellos 150 mil en un campo de concentración y el resto con desperdigados con sus derechos, como históricamente, absolutamente conculcados.

Aunque no hay estadísticas ciertas, continúa la persecución hacia ellos, que no ha cesado a pesar de la guerra civil que vive el país asiático (Ver: Birmania: Un incendio al sur de China) En 2017, se estimó que la policía, el ejército y las fuerzas parapoliciales habían asesinado a no menos ocho mil rohingyas, y habrían violado a unas 18 mil mujeres de la etnia.

Desde entonces y a lo largo de estos seis años, más allá de las denuncias internacionales, los asaltos a sus aldeas, los secuestros, las torturas, las ejecuciones extrajudiciales, los saqueos y las expulsiones masivas; junto a la prohibición para casarse, estudiar y tramitar documentos, entre otras así de básicas, y fundamentalmente, la de practicar su fe, el Islam, han sido las maneras del exterminio de los sucesivos gobiernos que se instalaron en Nay Pyi Taw.

Estas “políticas” han sido, desde siempre, acompañadas, fervorosamente, por los sectores fundamentalistas del clero budista, en su versión Theravada (enseñanza de los ancianos) que representa la mayoría religiosa de país, el noventa por ciento, de los cincuenta y cuatro millones de birmanos. (Ver: el brazo armado de Buda).

Los últimos informes indican que unos cuatrocientos rohingya, se encuentran, desde por los menos, dos semanas atrás, a la deriva en el mar de Andamán, en dos embarcaciones, cuyas condiciones de navegación, habrían colapsado.

Bazar Cox´s, al sur del país, es una de las regiones más desoladas de Bangladesh, sin servicios esenciales, sin rutas de acceso, asolado por epidemias, de cólera a sarna, incendios constantes, además de padecer los monzones, que le asegura, todos los años largos meses lluvias y huracanes constantes; además de que desde 2018, se comenzaron a formar bandas criminales, dedicadas fundamentalmente al secuestro de mujeres, para incorporarlas a las redes de trata y al tráfico de drogas.

En estos últimos años, en que han llegado desde Birmania, un millón doscientos mil rohingyas, el accionar de los pobladores autóctonos, vecinos a los campamentos, en muchos casos asociados a los grupos de pandilleros, aplican los mismos métodos de (el ejército birmano), obligándolos una vez más a escapar, por la única vía posible: el mar. Lo que se podría repetir, la tragedia de diciembre del año pasado, cuando casi dos centenares de rohingyas, ya sin comida, ni agua, desaparecieron junto al barco en que navegaban.

Esta tendencia, que desde el 2021, está en aumento, también es alentada por los recortes presupuestarios, a los fondos dispuestos por Naciones Unidas, el gobierno de Dhaka, multitud de ONG internacionales y locales; por lo que se han cerrado escuelas, talleres de formación y repercuten en la calidad de la alimentación y los servicios médicos.

La última localización de las naves, perdidas, había sido el pasado domingo tres, a unos 320 kilómetros al oeste de Tailandia, a pesar de que las autoridades dijeron no tener información al respecto. Se cree que estos dos barcos, podrían, haber partido con otro, que llegó el sábado dos, a la isla de Sabang, en la provincia de Aceh, frente a la península de Sumatra (Indonesia), con unos, ciento cuarenta rohingyas, que se sumaron a otros 866 rohingya, que habían llegado a Indonesia, que con sus doscientos treinta millones de ciudadanos es el país del mundo, con mayor población musulmana. El país insular suele darles buena acogida, a los rohingyas, mientras otros como Tailandia, de abrumadora mayoría budista, de la escuela theravada, les impide acercarse a su costa, obligándolos a continuar un rumbo muchas veces incierto, después de semanas de navegación, en naves al borde del colapso y desprovistos de todo, para resistir a lo que pueda acontecer.

Dadas las condiciones en que son obligados a vivir en su exilio en Bangladesh, tanto en el campo Cox´s Bazar como en los campamentos levantados en la isla aluvional de Bhasan Char, en la Bahía de Bengala, a cuarenta kilómetros del continente, donde ya se han trasladado cerca de treinta mil refugiados, provenientes del Cox´s a donde se espera reubicar otros setenta mil, el flujo de rohingyas que se lancen al mar, no se va a detener. Las autoridades calculan que al menos diez mil 10 rohingyas lleguen a Malasia por año. En 2022, lo hicieron 3500, cinco veces más que en 2021. De los que se calcula, el diez por ciento murieron o desaparecieron en la travesía.

Estos periplos rohingyas, que no son una manera de escapar de la realidad que les toca vivir en los campos de refugiados, se encuentran en pleno aumento. Este año, casi cuatro mil rohingyas, han dejado Bangladesh y Birmania, frente a los dos mil del año pasado, de los que se sabe 225 han muerto o están desaparecidos, mientras se presumen de un número incierto, que jamás, habría sido detectado, quizás, arribados a alguna isla, o ahogados en alta mar, mientras otros seguirán intentando arribar a un puerto amigable.

Los campos del crimen

Para el gobierno de la Primer Ministro, bangladesí, Sheikh Hasina, la crisis migratoria rohingya, más allá de las claras tonalidades políticas y humanitarias, que implica la magnitud del problema, poco a poco se ha convertido también en un problema de seguridad, al tiempo que una amenaza para su propia subsistencia política.

Además de crímenes, como el secuestro de mujeres para trata, los casamientos de niñas, pactados con importantes dotes con hombres mayores, dotes que pocas veces llega a manos de la familia y queda en manos de los que ofician de “alcahuetes”. Un tráfico, mucho más reducido, pero también, mucho más lucrativo, es el contrabando de metanfetamina, conocida como yaba, que desde Birmania a través del río Naf, frontera entre ambos países, llega al campamento de Cox´s Bazar para ser después trasladado a otros puntos de Bangladesh y desde allí a mercados, más allá del oeste de India.

Esta ya famosa droga, llega desde los laboratorios del estado de Shan; en el centro oriental de Birmania, donde dado el desborde de frentes insurgentes en el conflicto étnico-regionales, que enfrenta la junta militar, que gobierna el país desde el primero de febrero del 2021, tras haber derrocado el gobierno, en la sombra de la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, tan responsable de la situación rohingya cómo el que más, las fuerzas de seguridad no dan abasto para reprimir los carteles de la droga, que además comparte ganancias, con las diferentes guerrillas y también con el Tamaward.

Según estudios ordenados por el gobierno de Dhaka, entre 2021 y 2022 se produjeron en los campamentos, oficialmente, sesenta y cuatro asesinatos, llegado a fin del 2023, con más de setenta, aunque el número real se calcula muy por encima de esas cifras, por la violencia, ya que son cada vez más frecuentes los combates entre las bandas que aspiran a controlar diferentes sectores del campamento.

Según los mismos informes, serían alrededor de diez los grupos delincuenciales, entre los que se incluye el Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA) y la Organización de Solidaridad Rohingya (RSO), que han llegado a atacar en Birmania al Tamaward, cuentan con un gran calibre de fuego, por lo que las autoridades policiales de Bangladesh, se abstienen de entrar al campo, mientras los considerándolo territorio birmano. Algunas de estas mafias son capitaneadas por majhi, líderes rohingya, dentro de los campos de refugiados, designados por el gobierno de Dhaka. Mientras que en los primeros nueve meses de este año se registraron setecientos secuestros, frente a los cerca de doscientos del 2022 y los cien del 2021.

Las autoridades encargadas de la seguridad del campo, es parte del problema, inicialmente fueron asignadas dos unidades del Batallón de Policía Armada, unos 1.176 agentes; desprovistas de equipos y recursos para vigilar, a más de millón de refugiados. Esta fuerza, practicó todo tipo de abusos contra la población, lo que incluyó detenciones arbitrarias, torturas, extorsión, robo y violaciones. Lo que obligó a las autoridades a retirar esa fuerza y disponer la vigilancia de personal civil, lo que por los hechos no estaría dando resultados.

El gobierno de la señora Hasina, próxima a jugarse su reelección se ve urgida, sí o sí a resolver la cuestión rohingyas, mientras las discusiones para su retorno entre Dhaka y Nay Pyi Taw, nunca han dado resultados, ya que tanto el ex gobierno de la señora Suu Kyi, como el de los militares, en la actualidad, no han dado garantías en materia de derechos y seguridad, de los posibles retornados.

Sectores de la sociedad bangladesí, están dando señales de agotamiento, frente al problema de los refugiados y ha despertado una ola de xenofobia y protestas contra el gobierno, alentados por partidos de la oposición como él Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP) alienta ese ese espectro. Mientras importantes sectores de la ciudadanía, siguen dispuestos a tolerar su presencia hasta que se resuelva las cuestiones de fondo. Por lo que el partido de gobierno, la Liga Awami de Bangladesh, intenta mostrar a su electorado avances en la repatriación de refugiados, que saben nunca serán aceptados en su país de origen, donde la situación para ellos, los rohingyas, sigue siendo igual de peligrosa que en 2017, con tanta o más discriminación, ya que ahora son acusados de desprestigiar al país en el exterior.

Por lo que, para ellos, la esperanza, es cada vez más una palabra sin sentido, y la tragedia una constante, porque no importa cuando, está sucediendo, ahora.

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