Por Thomas Geiger (dpa)
El entusiasmo por el biplaza plateado fue enorme cuando Porsche exhibió el prototipo del Boxster a principios de 1993 en el Detroit Motor Show.
La repercusión que tuvo fue tan buena que apenas tres años después, en el Salón del Automóvil de Ginebra, Porsche presentó la versión en serie, casi sin modificaciones, y ese mismo verano europeo lo lanzó a la venta a partir de 76.500 marcos alemanes. Poco más de la mitad de lo que costaba entonces un 911 descapotable.
Así comenzó hace 25 años la carrera de este coche deportivo que muchos consideran quizás como el modelo más auténtico de la marca de lujo alemana y sin el cual la firma quizás ya no existiría más.
En el importante mercado estadounidense, Porsche no lograba levantar cabeza entonces, con ventas, ingresos y ganancias por los suelos. Un nuevo equipo dirigido por el presidente Wendelin Wiedeking, Horst Marchart como jefe de desarrollo y Harm Lagaay como diseñador tomó el relevo e intentó dar un golpe de timón con el Boxster.
Estilísticamente, el roadster de 4,32 metros de longitud y 1,32 metros de ancho, que llevaba el código interno 986, reflejaba sus raíces, citando a íconos como el 550 Spyder que hizo famoso James Dean o el 718 RS 60 Spyder de carreras y tocando el nervio sensible de la época con tanta precisión que apenas le hicieron cambios.
Mientras que en otros casos se suelen hacer durante años retoques entre el prototipo y la producción en serie, aquí, según el portavoz de prensa Jonas Bierschneider, la junta directiva se atrincheró y ordenó: «Por favor, construyan exactamente lo mismo».
Pero técnicamente eligieron un camino totalmente distinto porque utilizaron una refrigeración líquida en vez de por aire para el motor de seis cilindros y establecieron un nuevo tipo de concepto de piezas comunes, recuerda Bierschneider.
El Boxster utilizaba muchos componentes de la generación 996 del 911, que se presentó un año después, lo que permitió a la empresa volver a la producción rentable.
El parentesco con el 911 le hizo bien al Boxster, porque así como los anteriores modelos, como el 914, nunca fueron tomados en serio por los aficionados de la marca, el roadster fue aceptado inmediatamente como un verdadero Porsche. Y la demanda superó todas las expectativas.
De todos modos, después del primer viaje, todas las dudas se disiparon. Con sus 150 kW/204 CV y 245 Nm, el seis cilindros de 2,5 litros se la hizo realmente fácil al Boxster, que solo pesa 1.250 kilos.
El auto danza literalmente en la línea y tiene un pique que incluso los 911 más potentes solo desarrollan en las versiones deportivas más preparadas.
Algunos fanáticos del 911 se deben haber reído de la velocidad máxima de 240 km/h y una potencia que le permite acelerar de 0 a 100 en 6,9 segundos.
Pero en el pequeño y liviano auto deportivo, con el viento en el cabello y el motor directo detrás de la nuca, todo se sentía mucho más rápido, intenso y auténtico. Sobre todo porque no tenía que agotarse en el motor de 2,5 litros.
La primera generación del Boxster recibió en 1999 un motor de 2,7 litros con 168 kW/228 CV y, más tarde, el Boxster S tuvo 3,2 litros de cilindrada y 191 kW/260 CV.
Con las generaciones creció también la gama de prestaciones. Y el Boxster tuvo además un hermano. Impulsado por el éxito, Porsche presentó en 2005 la coupé Cayman con la misma tecnología. Ambos continúan hoy en la gama de vehículos de Porsche.
Veinticinco años y unas 357.000 unidades vendidas después de su debut, el Boxster está a punto de convertirse en un coche clásico. Según Frank Wilke, es tal vez el Porsche más atractivo de la gama para los aficionados de la marca.
«Por un lado, el Boxster y su hermano Cayman son los 911 más honestos, porque no se han convertido en coches con sobrepeso, sino que han seguido siendo auténticos autos deportivos y ofrecen un placer de conducción significativamente mayor con menos potencia», afirma el responsable de la firma analista del mercado Classic-Analytics.
«Y, por otro lado, no han registrado hasta ahora los grandes saltos de precios que tuvo su hermano mayor», agrega Wilke.
dpa